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Tras quitar una pila de
cartones y tablones de madera, descubrieron un agujero en el suelo lo
suficientemente grande como para que entrara una persona sin dificultad alguna.
Era oscuro, tenebroso y profundo, como la boca del diablo; las paredes regulares
construidas por grandes bloques de piedra estaban tan unidas unas a otras que
era imposible encontrar un resquicio o grieta para agarrarse. Rubén se levantó
buscando alrededor. La luz de su linterna zigzagueó moviendo las sombras de las
columnas como si estuvieran vivas. Con precaución avanzó unos metros hacia un
extremo del sótano donde había escombros. Sin hacer ruido, fue apartando ladrillos
y trozos de hormigón hasta encontrar un saco verde tipo militar.
-BJ es muy previsor
–comentó Isabel- ¿Qué hay dentro?
-Varias cuerdas simples
de escalada, arneses regulables, bloqueadores ventrales y de mano, mosquetones,
guantes con refuerzos en palmas y dedos y otros materiales –Rubén fue sacando
todo el material a modo de inventario.
-No insinuarás que vamos
a necesitar todo eso para recorrer medio Madrid.
-No –respondió con una
sonrisa-. Solo utilizaremos una cuerda para bajar y otra de seguridad, arnés,
bloqueador, mosquetones y un par de guantes. Lo demás lo dejaremos donde lo
encontramos.
-No me parece buena idea
eso de entrar en este agujero para ir hasta la antigua estación de metro de
Chamberí –repuso Isabel con los brazos cruzados mientras caminaba de un lado
para otro inquieta- ¿Por qué no vamos por la superficie como la gente normal?
-Ya te lo he dicho, es
más seguro ir por aquí hasta la estación abandonada. Es la única forma de que
no nos encuentren. Allí nos espera BJ con todo lo necesario para escapar hacia
Georgia -Isabel seguía sin estar convencida-. Por lo pronto, según BJ, debemos coger
las cuerdas largas y atarlas a uno de estos pilares –miró unos segundos por el
agujero-. Son unos doce metros de altura. Para que la bajada sea más cómoda,
voy a hacer doce nudos equidistantes en una de ellas que sirvan para apoyar los
pies. De esta forma no haremos tanto esfuerzo.
Ella asintió intentando
mantener la calma. En ese momento creía estar dentro de una montaña preparada
para descender a los infiernos. Aquel pozo se hallaba en la más absoluta
oscuridad, tan densa que ni la luz de la linterna conseguía llegar al fondo. Un
escalofrío recorrió su cuerpo. Hasta ese momento no advirtió la humedad del
sótano. Alargó el brazo hacia el interior del agujero para ver si salía alguna
corriente de aire. «Lo positivo es que no sale aire caliente –pensó-. Eso
significa que el infierno no está cerca». Mientras Rubén se ocupaba de los
preparativos, Isabel intentó controlar los nervios y la claustrofobia
centrándose en otros pensamientos. Ensimismada, imaginó la situación de Timarco
cuando se adentró en Trofonio, Quijote con su descenso en la cueva de
Montesinos, Arsindo tras pasar la puerta de La Mina o el profesor Otto
Lidenbrock al descubrir la entrada del pico Scartaris que le llevaría al centro
de la tierra. En todos ellos había un choque de sensaciones, donde el miedo a
lo desconocido, a la oscuridad, se enfrentaba con la curiosidad de descubrir
qué había tras ese velo oscuro, con el valor de llegar hasta donde otros no
habían llegado. Ella no era una aventurera como Lara Croft, pero reconocía que
la idea de entrar en aquel tenebroso y profundo pozo le atraía. Sobre todo
porque no estaba sola, contaba con la protección de Rubén en quien confiaba
ciegamente. Miró a su alrededor. No podía creer que estuviera en el centro
mismo de Madrid preparada para descender a las profundidades, a lo desconocido.
-¡Esto está preparado!
–Anunció Rubén mientras dejaba caer un extremo de las cuerdas por el pozo-.
Bajaré yo primero para estudiar la zona y vigilar que no haya peligro –Isabel
asintió mientras se ponía el arnés-. Cuando todo esté despejado bajas.
Rubén se sentó en el
borde, enganchó el arnés y el bloqueador y puso los pies a ambos lados de la
cuerda sobre el primer nudo. Lentamente fue deslizándose mientras su linterna
iba haciendo un círculo de luz que iluminaba los bloques de piedra. «Suerte que
los tiempos cambien –reflexionó Isabel mientras observaba como su amigo se
perdía por el túnel-. No sé lo que hubiera hecho si me hicieran bajar con una
soga atada a la cintura». La luz de la linterna de Rubén fue haciéndose más
pequeña conforme descendía, provocando en el pozo el extraño efecto de cono
invertido. Las cuerdas seguían tensas, el punto de luz desapareció y unos
minutos después volvió el silencio. Isabel sujetó la cuerda sintiendo como se
movía levemente. Aquella soledad en el sótano la incomodaba. Pocas veces se
había sentido tan desprotegida y abandonada como en ese momento. Respiró
profundamente cerrando los ojos unos segundos. «Calma, calma. Esto solo es un
sueño», se repetía una y otra vez. Sujetó las cuerdas con fuerza, sintiéndose
segura al pensar que tenía una vía de escape. Volvió a respirar profundo,
reteniendo el aire lo suficiente para rebajar la tensión en el momento de
exhalar. Sin embargo, otro estremecimiento recorrió su cuerpo. Sintió una suave
corriente de aire en el pelo. Contuvo la respiración y agudizó el oído mientras
abría despacio los ojos. Las pupilas dilatadas se fueron cerrando al recibir la
luz de la linterna. Fueron unos eternos segundos de deslumbre que la dejó indefensa.
Sin saber por qué, sintió alguna presencia a su espalda, un lejano ruido y otro
hilo de aire rozando el cabello. El corazón empezó a latir con fuerza y la
respiración menos fluida. Permaneció quieta en aquel oscuro sótano intentando
mirar las zonas en penumbra que tenía delante para luego girar sobre sí hacia
la puerta. El movimiento fue brusco. La linterna trazó una línea de luz hasta
detenerse en las escaleras. No había nadie a su espalda. Giró la cabeza
alrededor intentando abarcar todos los rincones. El solo hecho de pensar que
podía estar escondido aquel hombre de negro de la moto le daba pánico. Sujetó
con más fuerza las cuerdas que seguían tensas en el pozo. En cualquier momento
podía surgir de las tinieblas y empujarla por el hueco hacia el abismo. Sentía frío,
un frío seco. «Es curioso que el infierno lo hayan descrito durante siglos como
un lugar donde la gente arde en el fuego y, sin embargo, el mismo Diablo se
presenta siempre en ambientes helados – pensó-. Espero que no ronde por aquí». Con
una mano se apartó un mechón de pelo que le cubría parte del rostro. Sus manos estaban
sudorosas y comenzaban a temblar.
La cuerda se destensó
moviéndose onduladamente.
-Puedes bajar, no hay
peligro –gritó Rubén.
Rápidamente se sentó en
el borde y enganchó el arnés y el bloqueador a la cuerda. Miró por última vez a
su alrededor y con gran elasticidad fue poniendo ambos pies en cada nudo dispuesta
a bajar. «Facilis descensus Averno»,
pensó mientras se deslizaba por cada uno de los doce nudos. No quiso mirar
hacia arriba, solo es concentró en la cuerda contando cada uno de los apoyos.
Rubén la esperaba abajo preparado para ayudarla a poner los pies en el
polvoriento suelo. Ella dejó escapar un largo suspiro, levantó la cabeza y miró
el orificio. La perspectiva del pozo era ahora distinta, la forma de cono
invertido había adquirido su forma natural. Ya no se veía la boca del diablo.
Giró la cabeza descubriendo
una gran sala rectangular de hormigón, como si hubiera sido construida para
servir de bunker. Rubén también estaba expectante ante un espacio totalmente
vacío, cuyo color grisáceo atenuaba la luz de las linternas. De pronto, Isabel
tuvo una especie de risa nerviosa.
-¿De qué te ríes?
–Preguntó Rubén desconcertado.
-Me río porque no sé
quién de los dos es real, si tú o tu sombra.
Él giró la cabeza hacia
la silueta que había marcada en la pared.
-Por lo pronto yo soy el
real y esto no es una caverna... –respondió manteniendo la paciencia- aunque sí
lo parezca.
En la parte sur del
bunker había tres oscuros pasillos: dos estrechos laterales y uno central más
amplio.
-Comenzamos bien –dijo
Isabel-. ¿Por cuál vamos?
-Yo elijo el central.
-Comprendo, el camino de
la moderación y la rectitud –precisó-. Tú primero.
Emprendieron el viaje a
través de un pasillo de un metro y medio de ancho aproximadamente, mientras el
techo casi rozaba sus cabezas. Era largo y apenas podía apreciarse variación en
cuanto a giros o pendientes. Rubén calculó unos diez minutos el tiempo que duró
hasta llegar a una zona donde el pasadizo se hacía más estrecho. Era como si
estuvieran al final de una etapa y esta se prolongara con la unión de varios
pasillos. Las paredes de cemento se mezclaban con piedras y ladrillos, parecido
a las obras de rehabilitación. Sin duda alguna se adentraba en una zona
antigua. De lo lineal pasaron a un camino serpenteante, irregular en algunos trechos.
El lugar debía ser antiguo porque en algunos tramos las paredes habían
desprendido tierra y piedras dejando grandes huecos y escombros a su paso. El
techo, con grietas de un extremo a otro, se hacía cada vez más bajo dando la
falsa impresión de ser la galería más larga.
-Creo que vamos por el
buen camino –dijo Isabel dirigiendo la linterna a la pared de la derecha-. BJ
se ha dedicado a dejar su marca con grafiti.
Con pintura de espray
roja estaba marcada “#HOMERO”, como
la marca de un explorador que se adentra en territorio desconocido.
-Sí. Y aquí ha dejado un
mensaje muy sutil –añadió Rubén.
Más adelante, en la pared
izquierda, había escrita una frase que sorprendió a Isabel: “¡Perded toda
esperanza los que entráis!”.
-A veces BJ tiene un
sentido del humor de lo más negro. Cuando lo vea se va a enterar –gruñó Isabel.
Luego quedó unos segundos callada-. Por lo pronto no se oyen suspiros, llantos
ni grandes gritos. Eso es bueno.
-Creo que lees demasiados
libros.
Continuaron por la
estrecha galería hasta desembocar en una doble vertiente. El túnel de la
izquierda parecía el más seguro por su amplitud y robustez en las paredes de
piedra; en cambio, el de la derecha estaba construido con grandes piedras y
gravilla, el techo era más inclinado hacia abajo y la atmósfera de polvo apenas
permitía ver.
-Ahora te toca elegir
–dijo Rubén con una malévola sonrisa-. ¿Izquierda o derecha?
Isabel miró recelosa a uno
y otro lado, se cruzó de brazos y su mirada se perdió en una larga meditación.
-Según la brújula y el plano de BJ, ¿dónde estamos?
-Yo diría que cerca del
Palacio Real.
-¿BJ te ha contado algo
sobre los túneles?
-Sí. Parece que Felipe IV
mandó construir una serie de túneles que partían del Palacio Real hacia el
Monasterio de la Encarnación, el Teatro Español y el Palacio de los Vargas.
Para evitar desplazarse por la calle, utilizaba estos pasadizos subterráneos
cuando se trataba de asistir a misa o ver representaciones teatrales –Rubén
calló unos segundos pensando-. Se rumorea que en el ala oriental del palacio
había una serie de túneles que recorrían todo Madrid. Estos fueron utilizados
por el rey Alfonso XII para moverse por la ciudad de incógnito.
-Bien, estamos hablando
del siglo XV y el XIX –reflexionó Isabel-. La entrada derecha parece más
antigua y hay vestigios de haber pasado por varias etapas. Yo creo que
deberíamos seguir por ahí.
-No te veo muy
convencida.
-Convencida estoy, pero
no me gusta la idea de entrar ahí –respondió con los brazos en jarra y aire de
resignación-. Vete a saber lo que podemos encontrar.
Se adentraron por el
oscuro túnel abriéndose paso por la atmósfera polvorienta y fría. Isabel se
estremeció. Palpó una de las paredes, recorriendo con los dedos una amalgama
húmeda de piedra y arena hasta llegar al final. Aquello no tenía salida. Ambos
se miraron desconcertados ante el extremo de una galería en forma de estancia
cuadrada.
-Creo que nos hemos
equivocado –dijo Isabel iluminando cada rincón.
Rubén se separó hacia uno
de los extremos y comenzó a empujar las piedras y ladrillos.
-Hay algunas zonas que
parecen más frágiles. Mira estos ladrillos. Están casi sueltos.
-Ten cuidado, no sea que
tiremos un muro y nos quedemos sepultados.
Con precaución fueron examinando
las paredes hasta que Isabel descubrió una antigua abertura tapiada con piedras
cuya parte superior terminaba en arco ojival.
-Dime una cosa –se giró
hacia Rubén iluminando su cara con la linterna-. ¿BJ te ha comentado si esta
zona fue antiguamente alcantarillas o canalizaciones de agua?
-Me comentó varias
anécdotas que no sé si tienen sentido. Según las malas lenguas, en algunas
épocas del año estas galerías se inundaban y el rey Felipe IV se desplazaba en
góndola para asistir a encuentros amorosos con una novicia del convento de la
Encarnación.
Isabel comenzó a empujar
el muro de piedra con el pie formando una nube de polvo mientras la grava saltaba
por los aires hasta derrumbarse una parte. Rubén fue apartando las piedras más
pesadas para despejar el acceso.
-Espero que no haya ratas
aquí –se quejó mientras empujaba con la punta del pie-. Me siento como uno de
esos bichos en un tubo.
-No veo la salida. Quizás
estemos en un pasillo intermedio.
Continuaron de rodillas
por aquel lugar durante quince minutos, girando a izquierda y derecha como un
laberinto. El aire se hacía denso, irrespirable, creando una capa que impedía
ver unos metros por delante.
-¿Estás bien? –preguntó
Rubén al descubrir que se había parado y respiraba con dificultad.
-Sí. Solo necesito un
momento de descanso para respirar.
Rubén sacó un botellín de
agua de la bolsa de tela. Intentaba mantener la cabeza fría, el autocontrol
para que Isabel no entrara en pánico. Estaba convencido de que iban por el
camino correcto. Descansaron unos minutos mientras ella intentaba beber agua
sin chocar con el techo.
Continuaron cinco minutos
más hasta que progresivamente el túnel fue estrechándose como un embudo. Las
paredes casi tocaban sus cuerpos y el avance se hacía más difícil. Tumbados,
fueron arrastrándose con dificultad, impulsándose con los brazos. Isabel se
sentía mal, le faltaba el aire mientras todo su cuerpo sudaba y temblaba. El
corazón latía con fuerza y la respiración se aceleraba. Experimentó un dolor en
el tórax acompañado de náuseas y mareos. Estaba a punto de hiperventilar.
-No puedo seguir –dijo
con dificultad-. No tengo fuerzas, me duelen los brazos, esto es un agobio.
Necesito salir de aquí ya -se tumbó de costado intentando moverse, buscando una
postura más cómoda. Aquel estrecho túnel la oprimía. No podía doblar las
rodillas y los codos. Cada segundo era más asfixiante-. Por favor Rubén, sácame
de aquí –pidió entre sollozos.
-Isabel, escúchame
atentamente –dijo Rubén en tono pausado, tranquilo-. Te voy a dar una bolsa de
papel para que se equilibre el oxígeno y el dióxido de carbono de tu cuerpo.
Estás respirando rápido y poco y eso te está provocando la hiperventilación.
Respira con la bolsa un par de veces y cuando te tranquilices avanza un poco.
Hay una cosa que te quiero enseñar.
Cogió la bolsa y comenzó
a respirar hasta que sintió cierto mareo. Al apartarla de la boca sintió que el
aire era más fresco. Poco a poco fue inhalando profundamente, llenando el
diafragma y exhalando con suavidad. Se sentía mejor, con más fuerzas.
-Ya estoy mejor –dijo
dando un golpe en el pie de Rubén para que continuara.
-Genial. Avanza un poco
más y fíjate en la pared derecha.
Volvió a incorporarse
reuniendo fuerzas para seguir unos metros sin dejar de mirar la pared. La
linterna acoplada en la cabeza solo iluminaba las piernas de Rubén y un muro de
piedra gris con manchas de moho. No había nada, ni resplandor ni ráfagas de
aire. Solo cuando estaba a punto de parar nuevamente para tomar aire lo vio.
Estaba allí, tapado en parte por la pierna de su amigo. Sin saber por qué,
comenzó a reír y llorar de alegría. Se sentía esperanzada.
-¡Será cabrón BJ!
–Exclamó en tono cariñoso-. Su marca está pintada en la pared. Eso significa
que vamos bien, que hay salida.
-Sí, hay salida.
Ambos rieron mientras
continuaban arrastrándose por el túnel. La esperanza les había dado fuerzas
para ir más rápidos a pesar de la escasez de espacio. Nos les importaba el
dolor en los brazos y hombros o los rasguños en las rodillas, le mera idea de
saber que estaban cerca de la salida les motivaba.
A unos cien metros, Rubén
descubrió un agujero en el suelo. Estaba excavado en forma inclinada a modo de
rampa, creando un nuevo camino que se alejaba tierra adentro.
-He encontrado otro
camino –indicó a Isabel-. En vez de continuar, baja nuevamente. Vamos a ir por
aquí, ¿te parece bien?
-Vale.
La pendiente era más
pronunciada de lo que inicialmente parecía. Conforme descendían la inclinación
aumentaba hasta que se vieron arrastrados por la grava sin poder controlar el
descenso. Isabel intentó protegerse la cara mientras sus manos y brazos rozaban
las paredes y el suelo en un continuo balanceo. Todo era confuso. Intentaban agarrarse
al suelo para frenar la caída mientras la luz de las linternas se encendía y
apagaba en cada choque. Luego llegó la extrema oscuridad. Perdieron el sentido
de la orientación durante largos segundos.
A pocos metros del final
de la rampa se abrió el túnel y ambos rodaron descontrolados hasta suelo firme.
Ninguno se movió. Sentían dolor por todo el cuerpo, agitándoles un temblor
incontrolable. Apenas tenían fuerzas para incorporarse. Rubén se levantó
lentamente con la respiración agitada mientras intentaba encender la linterna.
La luz volvió a iluminar el vacío. No sabían realmente qué lugar era aquel. La
luz no alcanzaba a alumbrar techo y paredes. A lo lejos pudieron oír un tenue
goteo.
-He perdido mi linterna
–dijo Isabel aturdida-. Mientras rodábamos por la rampa se me debió caer.
-Tranquila, con la mía
tenemos suficiente.
Rubén recorrió una estancia
rectangular muy amplia en la que aún se conservaba un techo abovedado y parte de un suelo pavimentado con antiguas
baldosas de barro cocido. Realmente quedaba poco de la estructura inicial. A su
izquierda, desde la perspectiva en la que se encontraba la rampa por donde
habían entrado, descubrió un arco y parte de un pilar de ladrillo. Luego, como
si hubieran echado abajo muros, paredes o tabiques, quedaban restos suficientes
para reconstruir mentalmente el diseño de planta.
-No puede ser. Es
imposible. Fue destruido en el siglo XIX –dijo incrédulo, caminando por todo el
perímetro, iluminando parte del techo y recorriendo con la linterna todos los
antiguos vestigios conservados en el suelo. Su voz denotaba una insólita
emoción, igual que si hubiera descubierto un yacimiento arqueológico.
-Por Dios, Rubén, ¿dónde
estamos? ¿Qué es este lugar?
Continuó examinando el
lugar inquieto, ajeno a las palabras de Isabel. De vez en cuando hablaba solo,
en un monólogo interior, luego callaba y permanecía quieto, absorto. Finalmente
giró la cabeza iluminando a Isabel. Ella apenas podía verle la cara a
contraluz, pero advertía una amplia sonrisa.
-¿De verdad que no sabes
dónde estamos? –preguntó eufórico- Antes de que se construyera el Palacio Real,
aquí estaba el Real Alcázar de Madrid –su tono de voz seguía transmitiendo
entusiasmo-, una fortaleza musulmana del siglo IX que fue ampliándose a partir
del siglo XVI con el emperador Carlos V para convertirse en el Palacio Real del
Imperio Español. El palacio contaba con un recinto llamado Casa del Tesoro.
Felipe II mandó construir un pasadizo en la superficie que se uniera al Real
Monasterio de la Encarnación y así poder asistir a las celebraciones religiosas
directamente. Sin embargo, el pasadizo tenía un nivel inferior, una galería
subterránea enorme, tan grande que podían transitar los reyes en silla de mano,
en carriola o a caballo. Esta galería se construyó por mandato de Fernando VI
siglos después.
Isabel miró entre la
penumbra el arco que había junto al hueco de una escalera. Alzó la vista y lo
demás fue desvaneciéndose en la oscuridad.
-¿Y esto es la galería
subterránea?
-Sí. Este lugar, con más
de dos siglos de antigüedad –continuó hablando mientras iluminaba la estancia-,
además de suponer una vía de escape, albergó antigüedades y obras de arte,
sobretodo de Velázquez –de pronto su rostro se tornó nostálgico-. Aunque en
1734 se produjo un incendio en el
Alcázar, el pasadizo se salvó de las llamas y, con él, todo el patrimonio
cultural que lo albergaba. Pero llegó José Bonaparte y en 1809 ordenó destruir
el pasadizo y llevar los fondos al convento de Trinitarios Calzados –movió la
cabeza, contrariado, sin dar crédito a lo que estaba viendo-. Se supone que
este lugar no debía existir. El hermano de Napoleón lo derribó.
-Pues parece que no
tendrían presupuesto y decidieron tirar la parte superior y tapar el subterráneo
–respondió con ironía-. Recuerda que José Bonaparte era una persona muy
desconfiada, obsesionado con la seguridad, que vivía aterrado temiendo ser
asesinado en cualquier momento por un pueblo que no lo quería. Si no recuerdo
mal, mandó construir como vía de escape un túnel que iba desde el Palacio Real
hasta la Casa de los Vargas en la Casa de Campo. Incluso muchas noches se
trasladaba para dormir en el palacete, donde se sentía más seguro –hizo una
pausa-. Quizás José Bonaparte quisiera conservar estas galerías subterráneas y
mantenerlas en secreto por el mismo motivo.
-Tiene su lógica –confesó
Rubén sorprendido-. Supongo que, si tu tesis es cierta, debe existir otra
salida que lleve a otras galerías subterráneas.
Con la única iluminación
de la linterna de Rubén, fueron inspeccionando todo el perímetro en busca de un
hueco o pequeña puerta por donde continuar. Hasta ese momento no repararon en el
lejano sonido de gotas de agua.
-¿Oyes eso? –preguntó
Rubén mientras caminaba al otro extremo de la galería.
-Parece que cerca hay alguna
canalización de agua o un túnel donde se filtra.