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Tan rápido como pudo,
Rubén se vistió con ropa ligera y guardó en su bolsa de tela el pasaporte,
dinero, cuaderno de notas, toda la documentación en papel y la tablet donde afortunadamente conservaba
una copia de las imágenes. Apagó las luces y miró a su alrededor, buscando en
cada rincón del estudio algún punto luminoso. Si habían utilizado un sistema de
escucha por laser en casa de Isabel posiblemente él también estuviera siendo
espiado. Solo la luz filtrada por el ventanal del balcón daba a la estancia un
ambiente seguro y tranquilo. Miró el reloj. Faltaban quince minutos para que
marcara la una de la noche.
Atravesó la plaza de las Comendadoras hacia calle Amaniel y de allí se adentró por calle Cristo. Aún había gente sentada frente
a las mesas de la calle peatonal. Caminó por el centro, entre las mesas
situadas en las fachadas de los antiguos edificios del viejo Madrid. En la
ajardinada plaza de Guardias de Corps
también se gozaba de un ambiente tranquilo mientras los niños jugaban entre los
árboles. Giró hacia la izquierda bajando la calle del Limón. Era estrecha como estrechas las aceras, con un carril de
único sentido en dirección al centro y una zona de aparcamiento en el margen
izquierdo. Rubén continuó ajeno al ruido de las tabernas tradicionales. No
había nadie, solo él en aquella larga y estrecha calle. A la altura de la Taberna Lata de Sardinas pudo ver con
claridad una moto de gran cilindrada color negra. Era la misma que días
anteriores le había seguido. Aminoró la marcha sin dejar de mirar a la persona
que estaba sobre la moto, en la esquina con la travesía Conde Duque. El casco y la cazadora negra
contrastaban con el rojo de la fachada contigua, como si ambos colores fueran
una señal de peligro. Quien fuera la persona que se escondía tras el casco,
permanecía quieta, en silencio, con las manos sujetas al manillar y la cabeza
erguida, sin dejar de observarle. A pocos metros de la travesía, frente al Café Rustika, Rubén se colocó la bolsa
de tela a modo de bandolera, sujetándola con fuerza. Tenía un mal
presentimiento, el mismo que surgió en la Basílica de Marsella. Otra vez se
encontraban cara a cara.
A partir de ese momento,
en el cruce de miradas, los acontecimientos se precipitaron. Tras un sospechoso
movimiento, aquella silueta negra
levantó el brazo dirigiendo el cañón de una pistola hacia él. Rubén
saltó instintivamente entre dos coches
aparcados en fila. Primero sintió el impacto de un proyectil en la luna del
coche trasero y pequeños trozos de cristal rebotando sobre el capó. Sin apenas
tiempo de reaccionar para cubrirse la cabeza, un segundo impacto destrozó el
espejo retrovisor izquierdo lanzando fragmentos de plástico y cristal por toda
la acera. En ese momento Rubén cruzó agachado hacia el otro lado de la calle
para refugiarse en una amplia y profunda entrada de garaje. En el umbral esperó
agudizando el oído, pendiente en todo momento del rugido de la moto. Apenas
podía respirar, sus manos temblaban al ritmo de un corazón a punto de estallar.
De espaldas a la pared, se inclinó un poco para intentar mirar por la esquina.
Un segundo bastó para descubrir que la silueta oscura aceleraba dirección suya.
Instintivamente cogió la
bolsa de tela con fuerza para lanzarla contra el motorista en cuanto lo tuviera
a la vista. Se agachó y esperó. En ese instante, se escuchó un grito. No era de
terror, era un grito de furia, acompañado de un golpe seco de la moto contra la
calzada. Un tercer disparo alertó definitivamente a los vecinos y clientes de
las tabernas que salieron expectantes. Rubén estaba desconcertado. Miró
nuevamente hacia atrás sin dar crédito a lo que sucedía. Alguien había surgido
por un lado de la travesía y estaba forcejeando tras derribar la moto. Era el
momento de escapar en busca de Isabel antes de que volvieran a localizarlos. Se
dispuso a regresar sobre sus pasos cuando fue consciente de que el recorrido
era más largo. El mejor camino era continuar hacia donde estaban los dos
hombres peleando y salir por uno de los lados de la travesía. Se colocó de
nuevo la bolsa de tela, tomó aire y dobló la esquila todo lo rápido que pudo.
Al llegar al cruce descubrió que la pistola estaba a cierta distancia de los
dos hombres. Mientras ellos seguían golpeándose, Rubén la cogió escondiéndola
en la bolsa dirección calle Juan de Dios. Su única opción era dar un rodeo por
la manzana hacia el centro.
-Isabel sal ahora mismo y
dirígete hacia el punto de encuentro -ordenó por teléfono sin dar explicación
alguna.
Rubén aminoró la marcha
cuando entró en la calle San Leonardo.
Era más estrecha que las anteriores, con pivotes a ambos lados para impedir
estacionar sobre la acera. Descendió con cautela, pasando por el restaurante
mejicano, el oriental y el gastrobar hasta un ensanche. Ante sus ojos se alzaba
como una montaña rocosa el Edificio
España, un coloso dormido en el centro mismo de Madrid. Isabel esperaba
impaciente en aquella pequeña plazoleta.
-¿Qué ha pasado?
-Me han disparado
mientras iba a la tienda -Isabel palideció-. Tranquila estoy bien.
Afortunadamente pude escapar.
-¿Quién te ha disparado?
¿Ignacio Gorján?
Ambos comenzaron a
caminar por la parte trasera del Edificio
España vigilando que nadie les siguiera.
-No, al contrario, él me
ha salvado la vida. Apareció por una de las calles y comenzó a pelearse con el
motorista. Pude verle bien mientras escapaba.
-Entonces ¿quién es el
motorista?
-El mismo que me atacó en
Marsella. De eso estoy seguro. Lo que no comprendo es la posición de Gorján.
Pensaba que era el que nos espiaba, la persona que intentaba impedir que siguiéramos
la investigación.
Caminaron hasta el final
de la calle Maestro Guerrero, junto
a la arboleda y la fachada plomiza del edificio llena de grafitis, con las
ventanas de cristales polvorientos y persianas carcomidas. A la luz de las
farolas, con la media luna, el edificio tenía un aspecto fantasmal, como una
amenazante fortaleza o extraña ciudad de piedra blanca y ladrillo. El diseño
perfectamente simétrico, emergía sus 117 metros en forma escalonada dando la
sensación de fundirse con el cielo. Al llegar a unos contenedores de reciclaje,
encontraron una pequeña puerta metálica color gris situado en uno de los
huecos. Aparentemente no podía abrirse desde fuera. No había cerradura ni
picaporte. Rubén empujó levemente la hoja derecha hasta que escuchó un leve
clic. La puerta se abrió unos centímetros.
-¡Ya está abierta!
-susurró mientras indicaba a Isabel que entrara.
Al cerrarse nuevamente,
la oscuridad los envolvió como un manto negro. Permanecieron unos segundos en
silencio sin moverse, con todos los sentidos alerta. Antes de reconocer el
terreno debían estar seguros de que no había nadie más. Luego Rubén sacó de su
bolsa de tela dos linternas de Led
que se acoplaron en la cabeza. Por un instante creyeron haber viajado al
pasado. La planta baja en la que se situaba el vestíbulo y la superior seguía
conservando el mismo diseño de los años cincuenta con todo un lujo de mármol y
cristal. A la luz de las linternas parecía estar en una especie de Titanic naufragado, en un lujoso rascacielos
donde el tiempo se había detenido.
Llegados a lo que parecía
ser la entrada principal, Rubén advirtió un sonido muy familiar que provenía de
la calle. El rugir de una moto de gran cilindrada avanzando lentamente, como si
el conductor buscara algo concreto. Inmediatamente apagaron las linternas
quedando unos segundos en silencio. Era inconfundible aquel sonido.
-Tal y como nos había advertido BJ. Nos tienen localizados -comentó Rubén-. Vamos al piso superior.
Quiero ver sus movimientos.
Con la tenue luz de la
linterna de él, se dirigieron a una de las escaleras de mármol hasta la primera
planta. Allí podía distinguirse mejor la estructura interna del edificio
gracias a la luz que entraba por los grandes ventanales. Aunque la contaminación
exterior y la falta de ventilación formaban una capa parduzca en los cristales,
podían moverse con cierta seguridad sin necesidad de linternas. Rubén se acercó
a una de aquellas ventanas desde donde se divisaba la calle Princesa y al fondo la Plaza de España con el Monumento a Cervantes en el centro. Era
la segunda vez que disfrutaba de aquellas extraordinarias vistas y seguía
causándole el mismo sentimiento de fascinación.
-Parece que está
recorriendo todo el perímetro del edificio, buscando un lugar por donde entrar.
El motorista paró frente
a la puerta principal para consultar un dispositivo electrónico, parecido a un GPS. Consultó los datos de la pantalla y
luego recorrió con la mirada la trayectoria que habían trazado. Finalmente
levantó la cabeza hacia las primeras plantas del edificio. Isabel retrocedió
instintivamente para ocultarse en la penumbra.
Rubén cogió inmediatamente los
smartphones y sacó la tarjeta de memoria de cada uno. Luego borró la
información de la memoria interna y eliminó los historiales, cookies, claves y
cuentas de correo electrónico.
-¿Qué vamos a hacer?
-preguntó Isabel dando por hecho que nunca más volvería a ver su dispositivo
móvil.
-Lo vamos a entretener un
rato mientras escapamos. Quédate aquí un momento mientras subo varias plantas
para dejar los smartphones en un lugar que lo desvíe de nuestra salida.
-¿Me vas a dejar sola?
Estás loco. Yo voy contigo.
Rubén asintió ante el
pálido rostro que se dibujaba en Isabel. Ambos continuaron subiendo durante
varios largos minutos hasta llegar a las plantas de apartamentos. El panorama
era más desolador. Isabel sintió un escalofrío en aquel mundo de tinieblas y
sombras, desnudo, polvoriento. Si la fachada seguía conservando ese majestuoso
aspecto que durante décadas dominó el eje social y cultural de Madrid, a partir
de la planta de apartamentos parecía un gigantesco monstruo del que solo
quedaba el esqueleto. Las obras de rehabilitación se iniciaron con el derrumbe
de muros y desmantelamiento de techos, suelos, sistema eléctrico y tuberías de
agua y gas. La estructura, a diferencia de otros rascacielos de la época, no
estaba compuesta por vigas de hierro sino por hormigón, lo que daba un aspecto
más tétrico y siniestro. En algunos lugares habían tapado los agujeros del
suelo con tablas de madera y en las zonas de escaleras que ascendían a los
demás apartamentos las barandillas habían sido sustituidas por mallas de
plástico más para quitar el miedo que como soporte anticaídas. A Isabel,
aquello le parecía un escenario típico de las películas de terror de Serie B,
las que con bajo presupuesto conseguían llevar al espectador a un estado de
pánico total. Conforme se movía la linterna, las sombras adquirían vida. El
polvo, la humedad y los destrozos de picos y martillos creaban siniestras
figuras en el suelo y pilares. A veces daba la sensación que algo se movía,
oscuras figuras, fugaces sombras que se mezclaban con la penumbra. La
imaginación de Isabel iba volando como un profundo sueño de temores, expectante
ante la aparición de algún ser sobrenatural, espectro o criatura del
inframundo. En ningún momento se separó de Rubén, quien parecía controlar la
situación desde una perspectiva más escéptica y racional.
Finalmente llegaron a un
lugar donde Rubén ya estuvo tras recuperar el cuadro. Hasta el cierre
definitivo del edificio, hubo unos pocos inquilinos que aún vivían. Y prueba de
ello eran las paredes empapeladas, pintadas sobre ladrillo o con azulejos
blancos como si aún estuvieran habitadas. Tras el desalojo y la paralización de
las obras en 2008, el abandono total permitió la entrada de okupas. Rubén supo que
aquel era un lugar perfecto para esconder los dos smartphones y ganar más
tiempo antes de que el hombre de negro descubriera la trampa. Una vez cruzado
un pasillo de la planta quinta, donde antaño hubo un hotel, llegaron a una
especie de oficina con mesas, estanterías y papeles revueltos. Allí dejaron los
smartphones activados. Luego volvieron por otras escaleras que daban a uno de
los patios interiores. Una vez en la planta baja, Rubén sacó una hoja de papel
donde había imprimido un sencillo plano que llevaba hasta la entrada de las
galerías subterráneas del viejo Madrid.
-Sigo pensando que podíamos ir mejor cogiendo un taxi o el metro hasta el lugar donde nos espera BJ -Isabel quería evitar adentrarse por oscuros y estrechos túneles que Dios sabe
donde los llevaría.
-Ya leíste a BJ, hay cámaras de
vigilancia por todo Madrid y los hackers pueden perfectamente seguirnos hasta
darnos captura. Si trabajan para el magnate ruso, tienen los recursos necesarios
para acceder al sistema de tráfico y seguirnos.
La explicación no
convenció del todo a Isabel, pero no tenía otra opción salvo el quedarse allí.
Rubén consultó el plano y siguiendo las indicaciones bajaron los sótanos en
busca de una especie de pozo junto a uno de los grandes pilares. Según BJ
estaba tapado con tablones.
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