martes, 17 de octubre de 2017

El cuadro. Capítulo 26


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Tan rápido como pudo, Rubén se vistió con ropa ligera y guardó en su bolsa de tela el pasaporte, dinero, cuaderno de notas, toda la documentación en papel y la tablet donde afortunadamente conservaba una copia de las imágenes. Apagó las luces y miró a su alrededor, buscando en cada rincón del estudio algún punto luminoso. Si habían utilizado un sistema de escucha por laser en casa de Isabel posiblemente él también estuviera siendo espiado. Solo la luz filtrada por el ventanal del balcón daba a la estancia un ambiente seguro y tranquilo. Miró el reloj. Faltaban quince minutos para que marcara la una de la noche.

Atravesó la plaza de las Comendadoras hacia calle Amaniel y de allí se adentró por calle Cristo. Aún había gente sentada frente a las mesas de la calle peatonal. Caminó por el centro, entre las mesas situadas en las fachadas de los antiguos edificios del viejo Madrid. En la ajardinada plaza de Guardias de Corps también se gozaba de un ambiente tranquilo mientras los niños jugaban entre los árboles. Giró hacia la izquierda bajando la calle del Limón. Era estrecha como estrechas las aceras, con un carril de único sentido en dirección al centro y una zona de aparcamiento en el margen izquierdo. Rubén continuó ajeno al ruido de las tabernas tradicionales. No había nadie, solo él en aquella larga y estrecha calle. A la altura de la Taberna Lata de Sardinas pudo ver con claridad una moto de gran cilindrada color negra. Era la misma que días anteriores le había seguido. Aminoró la marcha sin dejar de mirar a la persona que estaba sobre la moto, en la esquina con la travesía Conde Duque. El casco y la cazadora negra contrastaban con el rojo de la fachada contigua, como si ambos colores fueran una señal de peligro. Quien fuera la persona que se escondía tras el casco, permanecía quieta, en silencio, con las manos sujetas al manillar y la cabeza erguida, sin dejar de observarle. A pocos metros de la travesía, frente al Café Rustika, Rubén se colocó la bolsa de tela a modo de bandolera, sujetándola con fuerza. Tenía un mal presentimiento, el mismo que surgió en la Basílica de Marsella. Otra vez se encontraban cara a cara.



A partir de ese momento, en el cruce de miradas, los acontecimientos se precipitaron. Tras un sospechoso movimiento, aquella silueta negra  levantó el brazo dirigiendo el cañón de una pistola hacia él. Rubén saltó instintivamente  entre dos coches aparcados en fila. Primero sintió el impacto de un proyectil en la luna del coche trasero y pequeños trozos de cristal rebotando sobre el capó. Sin apenas tiempo de reaccionar para cubrirse la cabeza, un segundo impacto destrozó el espejo retrovisor izquierdo lanzando fragmentos de plástico y cristal por toda la acera. En ese momento Rubén cruzó agachado hacia el otro lado de la calle para refugiarse en una amplia y profunda entrada de garaje. En el umbral esperó agudizando el oído, pendiente en todo momento del rugido de la moto. Apenas podía respirar, sus manos temblaban al ritmo de un corazón a punto de estallar. De espaldas a la pared, se inclinó un poco para intentar mirar por la esquina. Un segundo bastó para descubrir que la silueta oscura aceleraba dirección suya.



Instintivamente cogió la bolsa de tela con fuerza para lanzarla contra el motorista en cuanto lo tuviera a la vista. Se agachó y esperó. En ese instante, se escuchó un grito. No era de terror, era un grito de furia, acompañado de un golpe seco de la moto contra la calzada. Un tercer disparo alertó definitivamente a los vecinos y clientes de las tabernas que salieron expectantes. Rubén estaba desconcertado. Miró nuevamente hacia atrás sin dar crédito a lo que sucedía. Alguien había surgido por un lado de la travesía y estaba forcejeando tras derribar la moto. Era el momento de escapar en busca de Isabel antes de que volvieran a localizarlos. Se dispuso a regresar sobre sus pasos cuando fue consciente de que el recorrido era más largo. El mejor camino era continuar hacia donde estaban los dos hombres peleando y salir por uno de los lados de la travesía. Se colocó de nuevo la bolsa de tela, tomó aire y dobló la esquila todo lo rápido que pudo. Al llegar al cruce descubrió que la pistola estaba a cierta distancia de los dos hombres. Mientras ellos seguían golpeándose, Rubén la cogió escondiéndola en la bolsa dirección calle Juan de Dios. Su única opción era dar un rodeo por la manzana hacia el centro.



-Isabel sal ahora mismo y dirígete hacia el punto de encuentro -ordenó por teléfono sin dar explicación alguna.

Rubén aminoró la marcha cuando entró en la calle San Leonardo. Era más estrecha que las anteriores, con pivotes a ambos lados para impedir estacionar sobre la acera. Descendió con cautela, pasando por el restaurante mejicano, el oriental y el gastrobar hasta un ensanche. Ante sus ojos se alzaba como una montaña rocosa el Edificio España, un coloso dormido en el centro mismo de Madrid. Isabel esperaba impaciente en aquella pequeña plazoleta.

-¿Qué ha pasado?

-Me han disparado mientras iba a la tienda -Isabel palideció-. Tranquila estoy bien. Afortunadamente pude escapar.

-¿Quién te ha disparado? ¿Ignacio Gorján?

Ambos comenzaron a caminar por la parte trasera del Edificio España vigilando que nadie les siguiera.

-No, al contrario, él me ha salvado la vida. Apareció por una de las calles y comenzó a pelearse con el motorista. Pude verle bien mientras escapaba.

-Entonces ¿quién es el motorista?

-El mismo que me atacó en Marsella. De eso estoy seguro. Lo que no comprendo es la posición de Gorján. Pensaba que era el que nos espiaba, la persona que intentaba impedir que siguiéramos la investigación.

Caminaron hasta el final de la calle Maestro Guerrero, junto a la arboleda y la fachada plomiza del edificio llena de grafitis, con las ventanas de cristales polvorientos y persianas carcomidas. A la luz de las farolas, con la media luna, el edificio tenía un aspecto fantasmal, como una amenazante fortaleza o extraña ciudad de piedra blanca y ladrillo. El diseño perfectamente simétrico, emergía sus 117 metros en forma escalonada dando la sensación de fundirse con el cielo. Al llegar a unos contenedores de reciclaje, encontraron una pequeña puerta metálica color gris situado en uno de los huecos. Aparentemente no podía abrirse desde fuera. No había cerradura ni picaporte. Rubén empujó levemente la hoja derecha hasta que escuchó un leve clic. La puerta se abrió unos centímetros.



-¡Ya está abierta! -susurró mientras indicaba a Isabel que entrara.

Al cerrarse nuevamente, la oscuridad los envolvió como un manto negro. Permanecieron unos segundos en silencio sin moverse, con todos los sentidos alerta. Antes de reconocer el terreno debían estar seguros de que no había nadie más. Luego Rubén sacó de su bolsa de tela dos linternas de Led que se acoplaron en la cabeza. Por un instante creyeron haber viajado al pasado. La planta baja en la que se situaba el vestíbulo y la superior seguía conservando el mismo diseño de los años cincuenta con todo un lujo de mármol y cristal. A la luz de las linternas parecía estar en una especie de Titanic naufragado, en un lujoso rascacielos donde el tiempo se había detenido.



Llegados a lo que parecía ser la entrada principal, Rubén advirtió un sonido muy familiar que provenía de la calle. El rugir de una moto de gran cilindrada avanzando lentamente, como si el conductor buscara algo concreto. Inmediatamente apagaron las linternas quedando unos segundos en silencio. Era inconfundible aquel sonido.

-Tal y como nos había advertido BJ. Nos tienen localizados -comentó Rubén-. Vamos al piso superior. Quiero ver sus movimientos.

Con la tenue luz de la linterna de él, se dirigieron a una de las escaleras de mármol hasta la primera planta. Allí podía distinguirse mejor la estructura interna del edificio gracias a la luz que entraba por los grandes ventanales. Aunque la contaminación exterior y la falta de ventilación formaban una capa parduzca en los cristales, podían moverse con cierta seguridad sin necesidad de linternas. Rubén se acercó a una de aquellas ventanas desde donde se divisaba la calle Princesa y al fondo la Plaza de España con el Monumento a Cervantes en el centro. Era la segunda vez que disfrutaba de aquellas extraordinarias vistas y seguía causándole el mismo sentimiento de fascinación.




-Parece que está recorriendo todo el perímetro del edificio, buscando un lugar por donde entrar.

El motorista paró frente a la puerta principal para consultar un dispositivo electrónico, parecido a un GPS. Consultó los datos de la pantalla y luego recorrió con la mirada la trayectoria que habían trazado. Finalmente levantó la cabeza hacia las primeras plantas del edificio. Isabel retrocedió instintivamente para ocultarse en la penumbra.

Rubén cogió inmediatamente los smartphones y sacó la tarjeta de memoria de cada uno. Luego borró la información de la memoria interna y eliminó los historiales, cookies, claves y cuentas de correo electrónico.

-¿Qué vamos a hacer? -preguntó Isabel dando por hecho que nunca más volvería a ver su dispositivo móvil.

-Lo vamos a entretener un rato mientras escapamos. Quédate aquí un momento mientras subo varias plantas para dejar los smartphones en un lugar que lo desvíe de nuestra salida.

-¿Me vas a dejar sola? Estás loco. Yo voy contigo.

Rubén asintió ante el pálido rostro que se dibujaba en Isabel. Ambos continuaron subiendo durante varios largos minutos hasta llegar a las plantas de apartamentos. El panorama era más desolador. Isabel sintió un escalofrío en aquel mundo de tinieblas y sombras, desnudo, polvoriento. Si la fachada seguía conservando ese majestuoso aspecto que durante décadas dominó el eje social y cultural de Madrid, a partir de la planta de apartamentos parecía un gigantesco monstruo del que solo quedaba el esqueleto. Las obras de rehabilitación se iniciaron con el derrumbe de muros y desmantelamiento de techos, suelos, sistema eléctrico y tuberías de agua y gas. La estructura, a diferencia de otros rascacielos de la época, no estaba compuesta por vigas de hierro sino por hormigón, lo que daba un aspecto más tétrico y siniestro. En algunos lugares habían tapado los agujeros del suelo con tablas de madera y en las zonas de escaleras que ascendían a los demás apartamentos las barandillas habían sido sustituidas por mallas de plástico más para quitar el miedo que como soporte anticaídas. A Isabel, aquello le parecía un escenario típico de las películas de terror de Serie B, las que con bajo presupuesto conseguían llevar al espectador a un estado de pánico total. Conforme se movía la linterna, las sombras adquirían vida. El polvo, la humedad y los destrozos de picos y martillos creaban siniestras figuras en el suelo y pilares. A veces daba la sensación que algo se movía, oscuras figuras, fugaces sombras que se mezclaban con la penumbra. La imaginación de Isabel iba volando como un profundo sueño de temores, expectante ante la aparición de algún ser sobrenatural, espectro o criatura del inframundo. En ningún momento se separó de Rubén, quien parecía controlar la situación desde una perspectiva más escéptica y racional.

Finalmente llegaron a un lugar donde Rubén ya estuvo tras recuperar el cuadro. Hasta el cierre definitivo del edificio, hubo unos pocos inquilinos que aún vivían. Y prueba de ello eran las paredes empapeladas, pintadas sobre ladrillo o con azulejos blancos como si aún estuvieran habitadas. Tras el desalojo y la paralización de las obras en 2008, el abandono total permitió la entrada de okupas. Rubén supo que aquel era un lugar perfecto para esconder los dos smartphones y ganar más tiempo antes de que el hombre de negro descubriera la trampa. Una vez cruzado un pasillo de la planta quinta, donde antaño hubo un hotel, llegaron a una especie de oficina con mesas, estanterías y papeles revueltos. Allí dejaron los smartphones activados. Luego volvieron por otras escaleras que daban a uno de los patios interiores. Una vez en la planta baja, Rubén sacó una hoja de papel donde había imprimido un sencillo plano que llevaba hasta la entrada de las galerías subterráneas del viejo Madrid.




-Sigo pensando que podíamos ir mejor cogiendo un taxi o el metro hasta el lugar donde nos espera BJ -Isabel quería evitar adentrarse por oscuros y estrechos túneles que Dios sabe donde los llevaría.

-Ya leíste a BJ, hay cámaras de vigilancia por todo Madrid y los hackers pueden perfectamente seguirnos hasta darnos captura. Si trabajan para el magnate ruso, tienen los recursos necesarios para acceder al sistema de tráfico y seguirnos.

La explicación no convenció del todo a Isabel, pero no tenía otra opción salvo el quedarse allí. Rubén consultó el plano y siguiendo las indicaciones bajaron los sótanos en busca de una especie de pozo junto a uno de los grandes pilares. Según BJ estaba tapado con tablones.





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