viernes, 18 de agosto de 2017

El cuadro. Capítulo 24



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Rubén caminó hacia la plaza de las Comendadoras tranquilo, disfrutando de la buena temperatura nocturna. Aquel viernes los bares de la calle del Limón estaban completos hasta la puerta. Muchos salían unos minutos a fumar mientras el ambiente en el interior se animaba cada vez más. El barrio en sí era acogedor. Atravesó la calle Cristo con sus tabernillas como la del Gato Amadeus o la Taberna de la Casta con pinchos y raciones al más puro estilo castizo. En el fondo, Rubén era un clásico. Le gustaba probar pinchos o platos innovadores, pero también disfrutaba de las croquetas de jamón o los buñuelos de bacalao. Salió finalmente a la calle Amaniel y, tras un par de metros, llegó a la plaza. Eran las once de la noche. Las mesas del Café Moderno y Kramer seguían en la calle con familias y parejas que disfrutaban de la tranquilidad de la noche.



Caminó por el lateral del Monasterio escuchando el murmullo de la gente en la terraza y las risas de los niños en el parque. Iba absorto, recordando las imágenes de satélite de la colina Sololaki.

-¿Señor Carter? –Preguntó una voz femenina con marcado acento francés- ¿Es usted el señor Rubén Carter?

Rubén miró hacia una de las mesas del Café Moderno. Sentada había una joven de piel muy pálida, delgada, con el pelo rubio recogido. Se levantó sin dejar de mirarle.

-Sí, soy yo –contestó desconcertado- ¿Nos conocemos?

-Soy compañera de Parisi –indicó la silla contigua invitándolo a sentarse- ¿Tiene un momento? Necesito hablar con usted de un tema importante.

Él miró a su alrededor con cierto recelo, cerciorándose de que no le habían seguido.

-Bien.

-¿Quiere tomar algo?

-No gracias ¿Cómo me ha dicho que se llama?

-No le he dicho mi nombre. Y, francamente, eso es irrelevante –a pesar de su acento, parecía dominar bien el castellano. En todo momento pretendía aparentar serenidad con una sonrisa, pero lo cierto es que estaba intranquila, asustada-. Estoy en España de vacaciones y, aprovechando mi estancia, Parisi me ha dado un paquete para que se lo entregue a usted –sacó del bolso una cajita envuelta en un papel de regalo y atada con un cordel. Era cuadrada y tendría unos sesenta centímetros. Cuando la tuvo en su mano, notó que pesaba bastante.

-¿Qué es?

-No lo sé, pero me ha dicho que se trata de una pieza muy valiosa. Esto puede ayudarles en la investigación -Rubén se dispuso a abrirlo impidiéndolo ella con la mano-. Me dijo que lo abriera en un lugar seguro.

Miró de nuevo la pequeña caja y discretamente la guardó en el bolsillo interior de su chaqueta.

-¿Le ha seguido alguien? -La joven negó con la cabeza-. Si tiene algún problema llame a este número de teléfono y pregunte por el agente José Olalla –apuntó el nombre y número en el reverso de su tarjeta de visita-. Es de total confianza. Ayudó a Laura, una compañera experta en restauración, en un caso de asesinato.

-Gracias y mucha suerte.

La joven se levantó y caminó indecisa hacia el otro lado de la plaza perdiéndose por la calle Amaniel. Rubén la observó vigilando que nadie la siguiera. Se quedó unos minutos sentado. Sentía el peso de la pequeña caja en el bolsillo. Palpó la chaqueta intrigado por su contenido.


***


Ignacio Gorján estaba cada vez más alterado. Era una persona tranquila, segura de sí misma. Sabía controlar sus emociones en todo momento y nunca se había puesto tan nervioso como aquel viernes. Durante toda la tarde intentó acceder a todas sus cuentas bancarias, incluidas las que gestionaba en las empresas de la zona española y latinoamericana. También le habían denegado el acceso a la base de datos de clientes, a su agenda y a red interna de la multinacional.

«No puede ser», repetía una y otra vez mientras llamaba por teléfono a los técnicos informáticos ubicados en Moscú. Nadie quería darle una razón, limitándose a responder que se trataba de un error informático, de actualización del software o incidencia en la red interna. En el departamento de Seguridad le informaron que habían sido bloqueadas todas sus credenciales y claves de acceso sin determinar el motivo.

A las once de la noche, doce en Moscú, sonó el teléfono sobresaltándole. ¿Quién podía llamarle a esas horas? Mientras cogía el auricular descubrió que el número estaba oculto. Por un momento quedó pálido. El sudor se hacía más intenso y frío, mojándole el pelo engominado y la camisa de seda. Apenas le dejaron articular palabra. Al otro lado, la secretaria de Dmitri Prestupleniye le anunciaba que debía viajar inmediatamente a Moscú para tomar café con el Jefe.

En la barra de tareas había infinidad de ventanas abiertas. Todas se habían amontonado como un mosaico de cuadraditos de colores. Ignacio permaneció largo rato mirando la pantalla sin pestañear. Todo había terminado. La invitación para tomar café con el mismísimo Prestupleniye en su despacho de Moscú, en su torre de cristal, solo podía significar que nunca volvería a ver el amanecer. Ya fuera en sentido metafórico o textual, todo había terminado. Su vida ya no valía ni un céntimo. Las tarjetas con fondos ilimitados, las grandes cuentas bancarias, los trajes caros, el coche deportivo o las cenas en restaurantes exclusivos se habían terminado. Ahora solo le quedaba una cosa: su vida.

Con mano temblorosa cerró todas las ventanas y apagó el ordenador. Necesitaba un buen trago de Whisky y pensar cómo salir de aquella situación. Alguien le había tendido una trampa. De eso no tenía la menor duda. Pero quién.

Durante unas horas podía disfrutar de su lujoso piso en pleno centro de Madrid. Abrió el mueble bar, cogió un vaso de cristal tallado y directamente vertió el Whisky sin hielo. Tomó un trago y cerró con fuerza los ojos al sentir como le quemaba la garganta. Se quitó la corbata y desabrochó varios botones de la camisa para poder respirar mejor. En el reflejo del vaso vio otro hombre, otro Ignacio Gorján abatido, despeinado y con barba de tres días. No reconocía su imagen, acostumbrado a verse bien cuidado. En muchos años, era la primera vez que se vio a sí mismo.

Caminó por el estudio en círculo pensando cómo podía descubrir al que estaba detrás de su derrota y la forma de contrarrestar el golpe que le habían dado. Sabía que toda persona tiene puntos débiles y su jefe no era una excepción. Necesitaba encontrar algo que ofrecer a Prestupleniye y de esa forma restablecer su confianza. Pero qué. Después de beber media botella, recordó que aún estaba pendiente el asunto de los cuadros. Al magnate no le importaba que Isabel y Rubén encontraran el oro de la República española, él tenía más dinero que el valor de todos los lingotes. El viejo oficial de la policía secreta soviética quería algo más importante. Y él, Ignacio Gorján, estaba dispuesto a encontrarlo y ofrecérselo en compensación.

Para lograrlo era preciso contar con la ayuda de Isabel y Rubén, aunque reconocía que no era tarea fácil. Sin embargo, estaba dispuesto a arriesgarse y relevarles toda la verdad a cambio de trabajar en común.



***

Doce de la noche. Plaza de Castilla. Juzgado de Instrucción.

El juez instructor emitió la orden internacional de detención de Ignacio Gorján. El Fiscal se encontraba en el despacho del juez mientras el grupo especial de la Policía Judicial se preparaba para la operación “Bahamas”. El objetivo era entrar en las sedes de las empresas que Gorján tenía en España, asaltar su domicilio y detenerlo.



***

El estudio quedó en la más profunda penumbra. Isabel miró la pantalla extrañada. Las imágenes habían desaparecido y, con ellas, la interfaz del sistema operativo. Parecía como si el sistema se hubiera bloqueado dejando un fondo negro. Movió el ratón y pulsó varias teclas sin resultado alguno. Apagó el ordenador y volvió a encenderlo. Al cabo de unos segundos apareció un mensaje indicando que había un error en el inicio. Inmediatamente llamó a BJ informándole del problema.

-Te han pirateado el sistema –dijo BJ sin darle tiempo de hablar-. Han entrado para bloquearte y borrar toda la información del servidor. Ahora mismo estoy repeliendo el ataque. Lo contengo, pero necesito que apagues el servidor antes de que rompan el fireware.

Isabel bajó al sótano, pulsó la clave de acceso para abrir la puerta de la cámara acorazada, y se dirigió al servidor. Rápidamente ejecutó todas las indicaciones que BJ le iba dando. Pronto las luces se fueron apagando.

-¡Joder! ¿Qué ha pasado? –preguntó mientras tiraba de todos los enchufes que encontraba.

-No lo sé –dijo BJ mientras tecleaba con rapidez-. Alguien ha entrado en tu sistema y ha borrado los archivos. El Servidor ha quedado a salvo. Es el mismo que desactivó los sistemas de seguridad de la tienda.

-¿Y ahora qué hago?

-No enciendas los ordenadores ni conectes el servidor. A partir de ahora nos comunicamos por la aplicación. Será más segura.

-Vale. Avisaré a Rubén.


Isabel se sentó intentando controlar la respiración. Se cruzó de brazos intentando calmarse. Estaba a punto de llorar.

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