jueves, 6 de julio de 2017

El cuadro. Capítulo 22




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Dmitri Prestupleniye siempre había tenido sus oficinas centrales en la ciudad de San Petersburgo, centro financiero de Rusia. Se encontraban muchas de las mayores empresas del país y continuaba desarrollándose con los distintos proyectos de innovación. Sin embargo en Moscú estaba naciendo otra City o Wall Street: el Centro Internacional de Negocios de Moscú. En 1992 el gobierno decidió llevar a cabo un ambicioso proyecto construyendo una ciudad dentro de otra con una extensión de un kilómetro cuadrado. Los viejos edificios, las antiguas fábricas, estaban siendo sustituidas por rascacielos de última generación. Para Ignacio Gorján era una oportunidad trasladar el cuartel general del imperio empresarial del magnate al que iba a ser el centro del mundo financiero de oriente. Desde el rascacielos Bashnya Federatsiya podía verse el río Moskvá con sus cuarenta y nueve puentes, el Distrito Presnensky, las tierras altas de Tioply Stan e incluso todo el anillo de circunvalación. Realmente podía ver todo. Aunque no habían terminado de construir las 95 plantas de la Vostok Tower, la torre más alta de las dos que componían el rascacielos con una altura de 374 metros, él se sentía el rey del mundo. Sentía que lo dominaba todo. Pero por poco tiempo. Los nuevos tiempos y el largo y fatigoso camino de la vida le estaban conduciendo al final. Era hora de entregar el testigo a las nuevas generaciones y reconducirlas el tiempo que le quedara de vida.



El despacho era una conjunción entre el pasado y el presente. Parte de los muebles imperiales de San Petersburgo junto a cuadros de pintores rusos y una selectiva colección de obras de arte se mezclaban con el estilo vanguardista del edificio, las paredes blancas, el suelo de mármol extremadamente pulido y la fachada acristalada que ofrecía tan imponentes vistas. Lo único que diferenciaba del resto de despachos y oficinas era la robusta mesa de nogal en la que no había ordenador. Solo un juego de escritorio, un porta retratos y un teléfono muy sencillo.

Prestupleniye se dirigió al mueble bar y se preparó una copa de coñac. Luego abrió un humidor cuya temperatura estaba a 19 grados y la humedad del 70%. Dentro había una colección de habanos Montecristo, elaborados artesanalmente con hojas de tripa y capote de Vuelta Abajo, en la provincia cubana de Pinar del Río. Desde la Revolución cubana allá por 1953, cada 26 de julio recibía todos los años un lote de puros habanos por gentileza de los hermanos revolucionarios. Le gustaba esta marca en contraposición a Romeo y Julieta, muy apreciada por Winston Churchill. Según él, incluso los habanos tenían su propia ideología. La abrió y con suma delicadeza tomó uno iniciando el rito de todo fumador. Con una pequeña guillotina cortó de forma limpia y precisa la parte trasera retirando con cuidado la vitola. Respiró profundamente mientras escuchaba música clásica que provenía de algún rincón indeterminado, como si el sonido formara parte del aire. Cogió un largo fósforo de corteza de cedro, lo encendió y fue encendiendo el habano lentamente, girándolo para que la llama cubriera uniforme la superficie. Realmente no fumaba en el sentido general del término. Un buen fumador de habanos nunca se tragaría el humo, al contrario, el disfrute consistía en paladearlo, en sentir todos sus matices. Las primeras caladas eran un anticipo del aroma que realmente disfrutaría  si se lo tomaba con tranquilidad. Se sentó en el sillón del escritorio y giró hacia la cristalera para contemplar su mundo.


***


El hombre corpulento de cabeza rapada entró en el vestíbulo y se dirigió con disciplina hacia la secretaria. Vestía un traje de Brooks Brothers de lana merino y cachemira y, aunque su porte era el de un militar, aquella chaqueta hecha a medida le daba un toque distinguido, señorial. La joven rubia de ojos azules se ruborizó respondiéndole con una tímida sonrisa. Él sabía la sensación que producía en las mujeres y eso le gustaba. Incluso en más de una ocasión se había aprovechado de ese encanto para su propio beneficio.

-El señor Dmitri Prestupleniye me espera –dijo con voz cálida, casi susurrante.

La secretaria consultó en su ordenador y tras un leve asentimiento le pidió que esperara en uno de los vanguardistas sofás blancos. Pasaron unos minutos hasta que finalmente se levantó para acompañarle hasta la puerta del despacho. Llamó y la abrió anunciando la llegada del hombre. Prestupleniye seguía en su sillón mirando el contraste de rascacielos y edificios antiguos.

-¿Alguna novedad sobre los cuadros?

El hombre permaneció de pie, cuadrado como un buen soldado en formación, frente a la mesa de nogal.

-Todo va según lo previsto señor. Han determinado varios posibles lugares. No obstante, señor, han enviado los cuatro cuadros para ser analizados por rayos X. Quizás encuentren alguna inscripción bajo la última capa de pintura.

-Bien, bien. Estás haciendo un buen trabajo –el hombre no pudo evitar una leve sonrisa-. Aunque no creo que hayas llegado hasta aquí para decirme esto.

-No, señor. Quería tratar un tema muy delicado con usted en persona.

Un frío silencio cubrió todo el despacho, como si de repente los aires del norte inundaran la estancia volviéndola más glacial. No sabría precisar si se trataba del sabor amargo que comenzaba a sentir del habano o las malas noticias que su ayudante estaba a punto de dar lo que le produjo una brusca salida de ese estado placentero al que se había sumergido una hora antes. Giró el sillón posando la copa de coñac en la mesa y el habano en el cenicero.

-¿De qué se trata? –preguntó con voz cortante.

-Señor desde hace unas semanas he detectado anomalías en la División de Latinoamérica. En principio deduje que se trataba de variaciones debidas a la situación política de la región. Sin embargo, hemos comenzado a tener pérdidas y, lo más desconcertante, las inversiones son poco transparentes.

-¿A qué se refiere exactamente?

-Hay muchos movimientos de compraventa incoherentes, adquisiciones que no están reflejadas oficialmente y -se detuvo unos segundos para acentuar el efecto que deseaba crear en su jefe, desatar la ira contra Ignacio Gorján-… cuentas bancarias en las que se está transfiriendo pequeñas cantidades de dinero.

Prestupleniye lo observó con frialdad. Aunque tenía plena confianza en aquel hombre corpulento, no le gustaba que se inmiscuyera en los asuntos de una División que no le competía.

-Con el debido respeto, señor –dijo el hombre corpulento sabiendo de antemano lo que su jefe estaba pensando-, aunque yo me encargo de la División asiática, también tengo a mi cargo la seguridad. No puedo ignorar determinados hechos que pueden perjudicar a las empresas. No pretendo culpar a determinadas personas, solo informar que nuestra seguridad y nuestra imagen pueden comprometerse.

-Ya me encargo del asunto personalmente. Puedes retirarte.

El hombre inclinó la cabeza a modo de despedida y girando sobre sus tacones giró hacia la puerta. El puro habano se consumió lentamente hasta llegar a una muerte digna. El viejo empresario cogió la copa de coñac y volvió a girarse hacia la cristalera. Ahora no veía un paisaje hermoso, digno solo para los dioses, observaba una ciudad ajena, extraña. Añoraba San Petersburgo, la ciudad donde surgió todo, la que le dio el poder. Siempre había sido reticente a la hora de trasladar la sede central a Moscú, pero se dejó convencer por Ignacio Gorján vendiéndole un emplazamiento que distaba mucho de ser la Gran Manzana financiera. El Centro Internacional de Negocios de Moscú no cubría sus expectativas. El gigantesco proyecto de crear un complejo de última generación donde situar uno de los mercados más importantes del mundo no llegaba a consolidarse. Al contrario, San Petersburgo le estaba ganando la batalla. Quizás había confiado demasiado en Ignacio Gorján.

El hombre corpulento obsequió a la secretaria con una rosa que guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta. Ella enrojeció cogiéndola con mano temblorosa.

-Un anticipo. Pronto trabajarás para mí, encanto.

Marchó por el largo pasillo hasta el ascensor principal satisfecho. Había comenzado la tercera fase de su plan.


***


Juzgados de la Plaza de Castilla. Juzgado de Instrucción.

Sobre la mesa del juez de instrucción había un informe completo sobre cuentas bancarias, empresas, inmuebles y vehículos de alta gama referentes a Ignacio Gorján. Acompañaban informes anexos de INTERPOL y EUROPOL ampliando y confirmando los datos. Quedaba poco tiempo para hacer una valoración previa, aunque no cabía duda de que podía haber un posible delito económico y fiscal.


***


Dos días habían transcurrido desde que Julia recibió los tres lienzos para su análisis por rayos X y César Bloziat contactara con Parisi. Isabel y Rubén se inquietaban cada vez más. La impaciencia por conocer los resultados los distraía hasta el punto de mirar cada hora el correo electrónico o el teléfono. Cuanto más pasaba el tiempo mayor era la preocupación, temiendo que todo fuera fruto de la imaginación. El arte, aunque suele crearse bajo unas reglas, siempre existía la interpretación personal, el punto de vista influido por factores sociales, educativos y religiosos. Aunque la investigación en conjunto parecía llevarles por el camino correcto, siempre había un vacío de duda. En ese momento no estaban seguros de si seguía existiendo el oro de la República española y si los cuadros eran la llave para llegar hasta el preciado tesoro.

Durante la mañana del viernes, al igual que el día anterior, intentaron trabajar en otros encargos y mantener la mente ocupada. Isabel continuaba con el catálogo y en dos ocasiones atendió varios clientes. Rubén repasaba las notas que tomó en su conversación con el viejo espía de Marsella y analizó por quinta vez el estudio que Isabel hizo de los cuadros. Nuevos gráficos, esquemas y apuntes llenaban la mesa de estudio mientras en la papelera se amontonaban ideas absurdas.

A mediodía el desconcierto y la duda se acrecentaron al recibir la peor noticia. Julia llamó a Isabel para avisarle que se pasaría por la tienda para enviarle un regalo cuyo valor era más sentimental que económico. No podían creer que bajo la pintura de aquellos tres cuadros no hubiera, al menos, correcciones o añadidos. Se habían pintado sin esbozo previo, realizando limpios y únicos trazos. «Quien pintó los cuadros se tomó la molestia de evitar que se manipularan», comentó Julia ante una Isabel decepcionada, frustrada. Rubén sentía lo mismo. Era, como vulgarmente se dice, igual que si les hubieran arrojado agua fría. El abatimiento por los días pasados, el viaje a Marsella, las entrevistas, les estaba llevando al desaliento.

Solo quedaba una mínima esperanza de continuar con la investigación. Hasta el momento César no se había puesto en contacto con ellos y eso les alentaba. Sabían que el viejo anticuario marsellés estaba muy interesado en los resultados, en el negocio que podía llegar a hacer con Parisi. Cualquier noticia, ya fuera buena o mala, la hubiera comunicado rápidamente.

La tarde continuó con mayor pesadumbre. Isabel volvió a poner los lienzos en sus respectivos bastidores sin dejar de mirar las distintas imágenes buscando una respuesta. Sobre las ocho llegó Rubén. Se preparó un café y se limitó a dar vueltas por el estudio. En la pantalla de la pared estaban las ampliaciones de los cuatro cuadros mientras los tres originales permanecían en caballetes junto a la estantería. Las miradas iban de un lugar a otro. Realmente no sabían qué buscar. Isabel permaneció unos segundos mirando la pantalla, como si se entretuviera buscando diferencias entre dos imágenes, hasta que en el lado inferior derecho apareció un mensaje de la bandeja de entrada. Rubén dejó la taza de café en la mesita y ambos corrieron hacia el teclado para abrir el correo electrónico. Isabel comenzó a temblar cuando descubrió que el remitente era César. El pulso se aceleró sintiendo como la adrenalina activaba por completo su cuerpo. Con el cursor abrió el mensaje:  



Mi querida Isabel:

Hoy he adquirido una edición príncipe de “Viaje al Centro de la Tierra”. Como sé que eres una amante de este viejo e incomprendido viajero, te mando por mensajería urgente la obra. Seguro que disfrutarás del extraordinario relato que esconden las páginas.

Siempre tuyo,

César Bloziat


Ambos se miraron unos eternos segundos. Sentían un pequeño cosquilleo recorriendo el cuerpo hasta llegar a las manos. Del desaliento pasaron a la euforia, al optimismo, a la ilusión.

-¿A qué hora habrá mandado el libro? –Preguntó Isabel ansiosa- Cuánto se tarda desde Marsella a Madrid, ¿unas horas, un día, varios días? Dice que lo ha enviado por mensajería urgente. Eso significa que vendrá por avión.

-Creo que necesitas una tila –dijo Rubén mientras se dirigía a la cocina-. Te la prepararé.

-Lo que necesito son los resultados del último cuadro –miró por un momento al taller donde tenía escondido un paquete de cigarros. Por instinto hizo amago de ir pero desistió, tenía que ser fuerte-. ¿Qué habrá encontrado? Presiento que estamos cerca. Ahora sí.

Caminó por el estudio con los brazos cruzados, parándose de cuando en cuando ante la pantalla para estudiar El Jardín Dorado y luego continuaba cabizbaja reflexionando. En el mismo momento en que comenzó a silbar la tetera sonó el timbre. Isabel verificó rápidamente quién llamaba a través de la pantalla del ordenador conectada a una cámara de vigilancia.

-Es el repartidor –bajó de dos en dos los escalones hasta llegar a la puerta.

Rubén esperaba en la cocina preparando la tila mientras escuchaba como se despedía del repartidor y subía nuevamente las escaleras como una niña. Rasgó con fuerza la bolsa de la empresa de transporte y sacó un paquete que fue desenvolviendo de la misma forma. Dentro había un libro antiguo en francés, primera edición de Viaje al Centro de la Tierra de Julio Verne. Lo abrió y comenzó a buscar entre las tapas y el lomo. Fue rápidamente hacia la lámpara de lupa y lo examinó minuciosamente.

-Aquí no hay nada –dijo desesperada.

-Quizás no has mirado donde te ha dicho –respondió Rubén cogiendo el libro y mirando entre las páginas. En el centro mismo había una pequeña pieza de plástico negro-. Aquí lo tienes. Una tarjeta de memoria.

Isabel se la quitó inmediatamente de la mano y la introdujo en un adaptador. Rápidamente accedió a la carpeta encontrando varias imágenes. Las seleccionó y pulsó la tecla Enter para abrir los archivos. Todos ellos eran imágenes ampliadas del mismo cuadro. Ambos se quedaron sorprendidos, fascinados por el nuevo hallazgo. No daban crédito a lo que veían. Rubén amplió la ventana de una de ellas.