sábado, 20 de mayo de 2017

El cuadro. Capítulo 14



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Eran las nueve de la noche cuando Rubén llamó al timbre. Durante todo el día habían trabajado por separado, Isabel atendiendo la tienda y Rubén documentándose. El día anterior, tras terminar los distintos encuentros con Ignacio Gorján y BJ, respectivamente, hablaron a través de la aplicación que el hacker había diseñado para asegurar la confidencialidad de las comunicaciones. Solo unos apuntes importantes se intercambiaron: la proposición de dirigir Isabel una galería, la entrega de los dos primeros cuadros por parte de Gorján, el acceso al sistema de la tienda de antigüedades desde casa de Dmitri Prestupleniye y la vinculación directa de Gorján con el imperio del empresario ruso. Ante la preocupación de que intentaran volver a introducir micrófonos en la tienda o en el estudio de Isabel, se decidió que los dos cuadros recibidos se quedaran en el sótano hasta que llegara Rubén al día siguiente.

La puerta se abrió con un chasquido metálico y subió por las escaleras hasta el segundo piso. Lo primero que encontró fue el taller totalmente ordenado y limpio. Ya no parecía un almacén abandonado. Las esculturas de madera, jarrones de porcelana o mesitas aguardaban en su lugar a la espera de un pequeño retoque. El taller estaba separado del estudio por una pared que formaba parte del dormitorio y una larga estantería repleta de libros de todo tipo: restauración, arte, arquitectura, historia y, en un pequeño hueco, literatura. Giró hacia la derecha encontrando a Isabel de pié frente a la gran pantalla que había en la pared.

-Buenas noches –dijo sin dejar de mirar las imágenes de las dos Koljosiana, la dibujada en el boceto que había escaneado y la del cuadro que Parisi envió en un pendrive-. Los cuadros siguen abajo. ¿Te ocupas de ponerlos en el montacargas?

-Sí. Antes de subirlos voy a mirar si han puesto algún micrófono.

Salió de nuevo al taller y se dirigió a la escalera de caracol situada en la esquina, junto al pequeño montacargas.

A partir de aquí  solo puedo hablar de lo que me han contado directamente Isabel Menat y Rubén Carter. Nunca se me ha permitido bajar al sótano en los años que ha durado mi investigación. Todos mis esfuerzos por conocer el lugar han sido en vano. Aunque circulan distintas versiones entre los anticuarios y marchantes que los conocen, casi podía decirse que leyendas urbanas, he preferido tomar como cierto la única versión de Isabel y Rubén. El caso es que las piezas más valiosas están guardadas en el sótano que hay debajo de la tienda. A dicho lugar se puede acceder desde la escalera de caracol de la tienda o desde la calle a través de un aparente montacargas diseñado para bajar vehículos. Una vez llegado al sótano por cualquiera de los dos accesos, hay una gran puerta blindada con doble sistema de seguridad: física y electrónica. Esa puerta solo la han franqueado ellos según me han confirmado toda persona con la que me he entrevistado. Unos dicen que se trata de una antigua cámara acorazada, otros un túnel antiguo que da acceso a la red de alcantarillas y, los menos, que se trata de un refugio antiaéreo. Ciertamente se trata de una amplia habitación de muros de hormigón en la que se guardan piezas de arte, papiros, pergaminos, incunables, códices, manuscritos y libros de gran valor económico, artístico e histórico. Muchas de ellas no están catalogadas, a la espera de ser devueltas a su legítimo propietario. Como ejemplos cabe destacar ejemplares de incalculable valor que salieron en 1992 de la Biblioteca Nacional de Sarajevo cuando fue incendiada por la artillería del ejército serbio-bosnio; o pergaminos y códices de la Biblioteca Nacional de Irak en la que se quemaron sobre un millón de libros en 2003, durante la invasión de tropas estadounidenses y británicas. En ambos casos, no sé de qué forma llegaron, estaban custodiados en aquel sótano para ser restaurados y devueltos al gobierno de Bosnia-Hercegobina y al de Irak. Aunque pueda parecer que el trabajo de Isabel Menat es la de vender antigüedades y restaurar obras de arte y que Rubén es más experto en trabajos de campo, lo cierto es que no siempre se mueven por motivos económicos. Esta especie de filosofía les ha llevado a granjearse el favor de instituciones internacionales y gobiernos.

Rubén entró en la cámara del sótano y se dirigió a los dos cuadros situados en una zona destinada a este tipo de obras. Sacó de su bolsa de tela el detector de señales que BJ le dio la noche anterior y lo encendió. A los pocos segundos comenzaron a iluminarse luces rojas y verdes. Lo acercó a un cuadro primero y comenzó a emitir unos pequeños pitidos. Igual resultado dio con el segundo cuadro. Rubén los examinó con sumo cuidado, mirando por los bordes de los bastidores hasta que descubrió que en la parte superior había dos clavos nuevos. Entre ambos, debajo del lienzo, parecía haber un pequeño agujero redondo. Los había localizado. Salió de la cámara y puso los cuadros en el segundo montacargas que subía hasta el taller.

Isabel seguía revisando las dos imágenes paralelas de la Koljosiana, a la izquierda la del boceto y a la derecha la ampliación del cuadro original. No le encontraba sentido. El ruido del montacargas la despertó de sus reflexiones. Miró unos segundos a su alrededor, como si intentara orientarse, y se encaminó hacia los dos cuadros. Rubén apareció por las escaleras indicándole que no hablara. Mientras los sacaba al taller, él conectó el equipo de música comenzando a sonar Down Hearted Blues de Bessie Smith.

-Aquí hay uno y en este otro también –indicó la zona concreta del bastidor.

Isabel sacó con cuidado los dos clavos que sujetaban el lienzo y lo levantó hasta destapar el agujero. Dentro había una especie de diminuto tubo de metal con una fina malla metálica. Con unas pinzas y la destreza del mejor cirujano, extrajo los micrófonos y los puso en un pequeño recipiente de plástico.

-Creo que pondré música clásica para trabajar mejor –dijo Isabel mientras volvía a poner los clavos en el mismo lugar. Rubén quitó la música y bajó las escaleras de caracol en silencio hasta la primera planta, donde estaba la biblioteca. Activó un reproductor de música que estaba conectado a varios altavoces repartidos por todas las salas de la tienda. Dejó el recipiente con los micrófonos en la mesa y subió de nuevo al estudio.

-Por lo pronto dejaremos que los micrófonos estén activos para mantener entretenido a Gorján y oiga lo que nosotros deseamos –dijo Rubén.

-¿Quieres un café bien cargado? –Preguntó Isabel desde la cocina americana-. Yo me voy a preparar una taza de té bien cargado. La noche va a ser larga.

-Sí, gracias –Rubén miró la pantalla-. ¿Qué has encontrado en estas dos imágenes?

-La orientación. Me ha llamado la atención que la figura del boceto mire hacia la izquierda y la del cuadro a la derecha.

-Quizás cambió de opinión.

-Eso pensé, pero he analizado el Desfile en la Plaza Roja y he descubierto otra similitud. Igualmente con los otros dos cuadros, los barcos y el tren.

-¿A qué te refieres?

Isabel se acercó al ordenador y abrió varios archivos de imágenes. Cerró la imagen del boceto y, segundos después, traslado las fotografías de su monitor a la pantalla grande. Juntos estaban los cuatro cuadros de Víktor Petrograd. Aunque fuera virtualmente, desde 1940, cuando fueron expuestos en el Museo de Kiev, no se había podido ver juntos.

-Creo que somos unos afortunados –sonrió Isabel emocionada-. Quiero que te fijes bien en las imágenes. Dime qué orden tenían en el catálogo y su título.

Rubén consultó su tablet unos segundos.

-Según el catálogo primero fue Barcos zarpando, luego El tren, Desfile en la Plaza Roja y, por último, Jardín Dorado.

Barcos zarpando, Víktor Petrograd, 1940

El tren, Víktor Petrograd, 1940

Desfile en la Plaza Roja, Víktor Petrograd, 1940

Jardín Dorado, Víktor Petrograd, 1940 (detalle de la estatua Koljosiana)

-La última es una de las ampliaciones que Parisi nos envió, concretamente la estatua. Si te das cuenta, todas tienen un mismo patrón. Los objetos tienen su función y significado según la zona que ocupan. Estos cuadros nos quieren decir muchas cosas. Y para descubrirlo es necesario analizar la vida de Víktor Petrograd, la época, el movimiento artístico, el contexto y los cuadros. Así que mientras organizo algo de comer y se preparan el café y el té, ve examinando las imágenes. Vamos a hacer un recorrido por cada uno de ellos estudiando su composición y significado, analizando la anisonopría del campo gráfico, sus elementos formales, el peso visual, las direcciones visuales y líneas de fuerza, el orden compositivo y el equilibrio de la composición. En estos cuadros vamos a encontrar mucha información. Víktor Petrograd fue un genio. Ahora estoy segura de que ese artista que vivió el resto de su vida en Marsella sacó todo su potencial para dejarnos un gran legado. No solo por estos cuatro cuadros, sino por toda su obra que está guardada en la casa de campo.

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