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Eran las nueve de la
noche cuando Rubén llamó al timbre. Durante todo el día habían trabajado por
separado, Isabel atendiendo la tienda y Rubén documentándose. El día anterior,
tras terminar los distintos encuentros con Ignacio Gorján y BJ,
respectivamente, hablaron a través de la aplicación que el hacker había
diseñado para asegurar la confidencialidad de las comunicaciones. Solo unos
apuntes importantes se intercambiaron: la proposición de dirigir Isabel una
galería, la entrega de los dos primeros cuadros por parte de Gorján, el acceso
al sistema de la tienda de antigüedades desde casa de Dmitri Prestupleniye y la
vinculación directa de Gorján con el imperio del empresario ruso. Ante la
preocupación de que intentaran volver a introducir micrófonos en la tienda o en
el estudio de Isabel, se decidió que los dos cuadros recibidos se quedaran en
el sótano hasta que llegara Rubén al día siguiente.
La puerta se abrió con un
chasquido metálico y subió por las escaleras hasta el segundo piso. Lo primero
que encontró fue el taller totalmente ordenado y limpio. Ya no parecía un
almacén abandonado. Las esculturas de madera, jarrones de porcelana o mesitas
aguardaban en su lugar a la espera de un pequeño retoque. El taller estaba
separado del estudio por una pared que formaba parte del dormitorio y una larga
estantería repleta de libros de todo tipo: restauración, arte, arquitectura,
historia y, en un pequeño hueco, literatura. Giró hacia la derecha encontrando
a Isabel de pié frente a la gran pantalla que había en la pared.
-Buenas noches –dijo sin
dejar de mirar las imágenes de las dos Koljosiana, la dibujada en el boceto que
había escaneado y la del cuadro que Parisi envió en un pendrive-. Los cuadros siguen abajo. ¿Te ocupas de ponerlos en el montacargas?
-Sí. Antes de subirlos
voy a mirar si han puesto algún micrófono.
Salió de nuevo al taller
y se dirigió a la escalera de caracol situada en la esquina, junto al pequeño
montacargas.
A partir de aquí
solo puedo hablar de lo que me han contado directamente Isabel Menat y
Rubén Carter. Nunca se me ha permitido bajar al sótano en los años que ha
durado mi investigación. Todos mis esfuerzos por conocer el lugar han sido en
vano. Aunque circulan distintas versiones entre los anticuarios y marchantes
que los conocen, casi podía decirse que leyendas urbanas, he preferido tomar
como cierto la única versión de Isabel y Rubén. El caso es que las piezas más
valiosas están guardadas en el sótano que hay debajo de la tienda. A dicho
lugar se puede acceder desde la escalera de caracol de la tienda o desde la
calle a través de un aparente montacargas diseñado para bajar vehículos. Una
vez llegado al sótano por cualquiera de los dos accesos, hay una gran puerta
blindada con doble sistema de seguridad: física y electrónica. Esa puerta solo
la han franqueado ellos según me han confirmado toda persona con la que me he
entrevistado. Unos dicen que se trata de una antigua cámara acorazada, otros un
túnel antiguo que da acceso a la red de alcantarillas y, los menos, que se
trata de un refugio antiaéreo. Ciertamente se trata de una amplia habitación de
muros de hormigón en la que se guardan piezas de arte, papiros, pergaminos, incunables,
códices, manuscritos y libros de gran valor económico, artístico e histórico. Muchas
de ellas no están catalogadas, a la espera de ser devueltas a su legítimo
propietario. Como ejemplos cabe destacar ejemplares de incalculable valor que
salieron en 1992 de la Biblioteca Nacional de Sarajevo cuando fue incendiada
por la artillería del ejército serbio-bosnio; o pergaminos y códices de la
Biblioteca Nacional de Irak en la que se quemaron sobre un millón de libros en
2003, durante la invasión de tropas estadounidenses y británicas. En ambos
casos, no sé de qué forma llegaron, estaban custodiados en aquel sótano para
ser restaurados y devueltos al gobierno de Bosnia-Hercegobina y al de Irak. Aunque
pueda parecer que el trabajo de Isabel Menat es la de vender antigüedades y
restaurar obras de arte y que Rubén es más experto en trabajos de campo, lo
cierto es que no siempre se mueven por motivos económicos. Esta especie de
filosofía les ha llevado a granjearse el favor de instituciones internacionales
y gobiernos.
Rubén entró en la cámara
del sótano y se dirigió a los dos cuadros situados en una zona destinada a este
tipo de obras. Sacó de su bolsa de tela el detector de señales que BJ le dio la
noche anterior y lo encendió. A los pocos segundos comenzaron a iluminarse
luces rojas y verdes. Lo acercó a un cuadro primero y comenzó a emitir unos
pequeños pitidos. Igual resultado dio con el segundo cuadro. Rubén los examinó
con sumo cuidado, mirando por los bordes de los bastidores hasta que descubrió
que en la parte superior había dos clavos nuevos. Entre ambos, debajo del
lienzo, parecía haber un pequeño agujero redondo. Los había localizado. Salió
de la cámara y puso los cuadros en el segundo montacargas que subía hasta el
taller.
Isabel seguía revisando
las dos imágenes paralelas de la Koljosiana, a la izquierda la del boceto y a
la derecha la ampliación del cuadro original. No le encontraba sentido. El
ruido del montacargas la despertó de sus reflexiones. Miró unos segundos a su
alrededor, como si intentara orientarse, y se encaminó hacia los dos cuadros.
Rubén apareció por las escaleras indicándole que no hablara. Mientras los sacaba
al taller, él conectó el equipo de música comenzando a sonar Down Hearted Blues de Bessie Smith.
-Aquí hay uno y en este
otro también –indicó la zona concreta del bastidor.
Isabel sacó con cuidado
los dos clavos que sujetaban el lienzo y lo levantó hasta destapar el agujero.
Dentro había una especie de diminuto tubo de metal con una fina malla metálica.
Con unas pinzas y la destreza del mejor cirujano, extrajo los micrófonos y los
puso en un pequeño recipiente de plástico.
-Creo que pondré música
clásica para trabajar mejor –dijo Isabel mientras volvía a poner los clavos en
el mismo lugar. Rubén quitó la música y bajó las escaleras de caracol en
silencio hasta la primera planta, donde estaba la biblioteca. Activó un
reproductor de música que estaba conectado a varios altavoces repartidos por
todas las salas de la tienda. Dejó el recipiente con los micrófonos en la mesa
y subió de nuevo al estudio.
-Por lo pronto dejaremos
que los micrófonos estén activos para mantener entretenido a Gorján y oiga lo
que nosotros deseamos –dijo Rubén.
-¿Quieres un café bien
cargado? –Preguntó Isabel desde la cocina americana-. Yo me voy a preparar una
taza de té bien cargado. La noche va a ser larga.
-Sí, gracias –Rubén miró
la pantalla-. ¿Qué has encontrado en estas dos imágenes?
-La orientación. Me ha
llamado la atención que la figura del boceto mire hacia la izquierda y la del
cuadro a la derecha.
-Quizás cambió de
opinión.
-Eso pensé, pero he
analizado el Desfile en la Plaza Roja y he descubierto otra similitud.
Igualmente con los otros dos cuadros, los barcos y el tren.
-¿A qué te refieres?
Isabel se acercó al
ordenador y abrió varios archivos de imágenes. Cerró la imagen del boceto y,
segundos después, traslado las fotografías de su monitor a la pantalla grande.
Juntos estaban los cuatro cuadros de Víktor Petrograd. Aunque fuera
virtualmente, desde 1940, cuando fueron expuestos en el Museo de Kiev, no se
había podido ver juntos.
-Creo que somos unos
afortunados –sonrió Isabel emocionada-. Quiero que te fijes bien en las
imágenes. Dime qué orden tenían en el catálogo y su título.
Rubén consultó su tablet
unos segundos.
-Según el catálogo
primero fue Barcos zarpando, luego El tren, Desfile en la Plaza Roja y, por último, Jardín Dorado.
Barcos zarpando, Víktor Petrograd, 1940 |
El tren, Víktor Petrograd, 1940 |
Desfile en la Plaza Roja, Víktor Petrograd, 1940 |
Jardín Dorado, Víktor Petrograd, 1940 (detalle de la estatua Koljosiana) |
-La última es una de las
ampliaciones que Parisi nos envió, concretamente la estatua. Si te das cuenta, todas
tienen un mismo patrón. Los objetos tienen su función y significado según la
zona que ocupan. Estos cuadros nos quieren decir muchas cosas. Y para
descubrirlo es necesario analizar la vida de Víktor Petrograd, la época, el
movimiento artístico, el contexto y los cuadros. Así que mientras organizo algo
de comer y se preparan el café y el té, ve examinando las imágenes. Vamos a
hacer un recorrido por cada uno de ellos estudiando su composición y
significado, analizando la anisonopría
del campo gráfico, sus elementos
formales, el peso visual, las direcciones visuales y líneas de fuerza,
el orden compositivo y el equilibrio de la composición. En estos
cuadros vamos a encontrar mucha información. Víktor Petrograd fue un genio.
Ahora estoy segura de que ese artista que vivió el resto de su vida en Marsella
sacó todo su potencial para dejarnos un gran legado. No solo por estos cuatro
cuadros, sino por toda su obra que está guardada en la casa de campo.
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