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Tras
la cena Isabel improvisó unos primeros auxilios a Rubén. Le curó
las heridas del rostro y le puso una venda en el costado mientras
César le llevaba un analgésico. Cuando el dolor fue remitiendo, los
tres pasaron al estudio y se sentaron cómodamente en los sillones de
cuero. La estancia era agradable, acogedora, cubierta de antiguas
alfombras persas como le gustaban a Isabel, cuadros rememorando
viejas batallas napoleónicas mezclado con una mesa de finales del
XVIII y vitrinas y estanterías de nogal estilo Luis XVI. Cada sillón
tenía una mesita supletoria, estilo regencia de tejo redonda con
pedestal central, en la que había una pequeña lámpara de Tiffany.
La luz creaba un ambiente íntimo, misterioso.
César
se acercó a un mueble bar estilo Luis XVI de caoba, con marquetería
floral de boj y maderas frutales creando complejos diseños
geométricos. Cogió una botella de cristal tallado que contenía
Armagnac y preparó dos copas. Le gustaba porque era el brandy
más antiguo de Francia, aunque lo más correcto era llamarlo “aygue
ardente”. Isabel prefirió un té con unas gotas de limón.
-¿Sabíais
que el arte de la destilación practicada por los árabes en España
llegó por los Pirineos a Gascuña en el siglo XII? Tenemos
mucho en común españoles y franceses -dijo César como buen
anfitrión-. Bueno, mis queridos amigos, creo que es hora de que me
digáis qué está pasando aquí. ¿Por qué os persiguen y qué
relación tenéis con Parisi?
Rubén
tomó la iniciativa reconstruyendo cronológicamente los hechos desde
la muerte de la abuela de Parisi.
-Según
nos contó Parisi, su abuela murió el veintiocho de febrero y tres
días más tarde fue a la casa de campo para hacer inventario. Allí
encontró el baúl con las cartas, postales y el lienzo.
-Y
un antiguo reloj de bolsillo -apuntilló Isabel.
-El
día cuatro de marzo viaja a París para que Mr. Huguet lo examinara,
luego vuelve a Marsella y lleva varios bocetos a nuestro buen amigo
César para venderlos.
-Por
una mísera cantidad -dijo César-. Reconozco mi ignorancia, no supe
valorarlos.
-Ese
mismo día añades a tu catálogo los bocetos y aparece, como por
arte de magia, un comprador el viernes día cinco. El mismo comprador
del tatuaje en el brazo que me ha atacado esta noche -Rubén se llevó
la mano al costado.
-Cierto.
No imaginaba que alguien estuviera interesado en los bocetos. No
mostró ese interés típico de alguien que ha encontrado un pequeño
tesoro entre ruinas.
-César,
ya sabes que cuanto menos interés pone un comprador más valor tiene
la pieza -dijo Isabel con mirada maliciosa. El viejo anfitrión
sonrió cómplice, recordando la primera vez que hizo negocios con
Isabel. Fue una lucha sangrienta por unas pequeñas figuras de
porcelana: Lucinda, Octavio y Scaramouche de “La
Commedia dell’Arte”. Según César estaban firmadas por el
mismo Bustelli mientras que Isabel rebatía que era una pobre
imitación. El viejo anticuario se irritaba cada que vez Isabel,
divertida, le daba clases de porcelana fabricada en Nymphenburg,
antiguo ducado de Baviera. Al final la partida quedó en
tablas llevándose la pieza a cambio de otras que ella le ofreció.
-Querida,
la primera vez que quisiste engañarme, tu actuación fue sublime. Ni
la propia Aracne hubiera tejido argumentos tan sutiles como los tuyos
-Isabel se ruborizó.
-Es
indiscutible que el detonante de esta situación fue la publicación
de los bocetos en el catálogo. Alguien había descubierto una mínima
parte de material inédito que podía alcanzar en el mercado una
fortuna.
-El
hecho de querer comprar los bocetos con tanta rapidez significa que
conocía al autor -añadió Isabel.
El
rostro de César mudo en una mezcla de culpabilidad y tristeza,
sintiéndose avergonzado por la decisión que tomó aquel día.
-¡Oh,
Dios mio! -exclamó- He sido un estúpido poniendo en peligro a la
pobre Parisi. Nunca me lo perdonaré -su mirada se perdía recordando
el momento en que el hombre del tatuaje entró para comprar los
bocetos-. Él estaba muy interesado en aquellos dibujos. Dijo que era
un coleccionista. Y me pidió el nombre de la persona a la que se los
había comprado. Idiota de mi, viejo insensato -se levantó del
sillón de cuero y comenzó a caminar sobre la alfombra persa de un
lado para otro del estudio-. Yo fui quien le dio el nombre de Parisi.
Pensaba que ella podría hacer buen negocio. Tenía que haber hecho
de intermediario, como siempre -paró en seco presa del pánico-. Soy
un asesino. Por mi culpa también ha muerto Huguet. Yo le llevé a la
condena y ahora han ido a por ti, Rubén.
Isabel
se levantó en busca de César como una madre que encuentra a su hijo
sollozando. Tenía la habilidad de tranquilizar con esa suave voz,
susurrante y delicada.
-No
tienes la culpa de lo ocurrido. Eres una persona de buena fe que
intentaste hacer lo mejor. Otro hubiera sacado buena tajada a costa
de Parisi. Pero tú no. No puedes culparte de lo que otros hagan.
Tarde o temprano hubiera ocurrido todo esto -César miró sus
profundos ojos esmeralda, sintiendo una profunda paz jamás
imaginada. Isabel le sonrió con dulzura acariciándole la mejilla
derecha.
-Supongo
que no somos dioses perfectos -dijo César.
-Para
eso estamos aquí -el viejo anticuario volvió a sentarse abatido,
cogiendo el vaso de Armagnac con mano temblorosa-. La cuestión es:
¿como sabía de la existencia del cuadro que Isabel envió a París
si estuvo escondido en un baúl durante décadas? -preguntó Isabel.
-Muy
sencillo. La persona que hay detrás de “Caín” tiene
relación con Pierre Nouvie, el abuelo de Parisi.
Isabel
y César se miraron confusos.
-Cuando
César proporcionó el nombre de Parisi, el hombre del tatuaje sabía
que ella tenía el cuadro. ¿Quién si no? Fue entonces cuando al día
siguiente, sábado por la noche, tiene lugar el robo en casa de
Parisi -Rubén paró un momento pensativo, intentando anudar cada
hecho-. Al no encontrar el cuadro en la casa, decide viajar el lunes
a la tienda de Mr. Huguet en París.
-Lo
que no me cuadra -dijo Isabel- es como supo que el lienzo estaba en
París.
-De
la misma forma que, hasta ahora, ha conocido todos nuestros pasos.
Apuesto que también hay micrófonos en casa de Parisi -Rubén cogió
el vaso de Armagnac, se levantó y caminó por el estudio como un
profesor de historia-. Recapitulando. Nuestro misterioso hombre sabe
de la existencia de los bocetos sabiendo su valor e intuyendo que
detrás está el cuadro. Va a la tienda de César para averiguar
quien tiene el cuadro. Va a casa de Parisi, la registra y al no
encontrarlo pone micrófonos. Al día siguiente, domingo, ella llama
a Mr. Huguet para informarle que han entrado en su casa, posiblemente
buscando el cuadro. Temerosa de que vayan a París, le pide que
entregue el lienzo a un antiguo novio. Esa conversación es escuchada
por nuestro ladrón a través de los micrófonos. Una vez que sabe
donde está, viaja a París el lunes. De alguna manera intenta que
Mr. Huguet le diga donde está escondido el lienzo, le presiona hasta
que lo mata.
César
miraba a Rubén con interés, siguiendo cada razonamiento de los
hechos. Sentado en el sillón, se sentía más calmado, casi
somnoliento por el efecto del Armagnac.
-¿Como
supo que nosotros estábamos involucrados? -preguntó Isabel. Sus
ojos destellaban bajo la luz dorada de la lámpara inglesa.
-De
algún modo supo que Parisi se había puesto en contacto con nosotros
y planeó la forma de controlarnos. Es muy sospechoso dos asaltos sin
robo. ¿Con quién cenaste la noche del jueves día once, cuando yo
estaba por los túneles de Madrid en busca del Desfile en la Plaza
Roja?
-Eso
no te incumbe -dijo molesta, intimidada-. Era un cliente.
-No
me malinterpretes. Creo que no fue fortuita la cena.
-Es
un empresario ruso llamado Dmitri Prestupleniye, interesado en
que hiciera de intermediaria para la venta de unas joyas de la época
de los zares.
-Dmitri
Prestupleniye -repitió Rubén susurrando, como si el nombre fuera
tabú-. El mismo nombre que Mr. Canetnes, el joyero y antiguo socio
de Pierre Nouvie, me ha dicho esta noche antes de salir hacia la
basílica. Apuesto que es él quien está detrás de todo esto.
-Si
me permitís un inciso -intervino César con sonrisa malévola-, sé
de buena tinta que Dmitri Prestupleniye es un empresario muy
importante en la actual Rusia. Dirigió muchas fábricas durante la
Unión Soviética y, tras la caída del comunismo, gran parte de
ellas se privatizaron siendo el accionista mayoritario. Es uno de los
hombres más ricos de Rusia. Si estáis en lo cierto, Dmitri es el
Minotauro que mueve los hilos de esta grotesca red y vosotros
sois el Teseo y la Ariadna que lleguen hasta él.
-Bien,
supongamos que mi cliente es el que descubre los bocetos y manda a
Marsella al tipo del tatuaje para recuperar el lienzo. Pero sigo sin
saber, ¿qué papel desempeñamos en esta historia?
-Muy
sencillo. La única forma de llegar al lienzo de Parisi es a través
de nosotros. Quizás haya decidido evitar más muertes y dejar que
nosotros le conduzcamos hasta él. Para ello tenía que conocer todos
nuestros pasos por medio de micrófonos y cámaras. Apuesto que
Dmitri robó El Desfile en la Plaza Roja a Ignacio Gorján
para que yo fuera a por él y ausentarme de mi apartamento y de la
tienda, mientras te entretenía con una larga cena. Así podía
enviar a su hombre a poner los micrófonos. Es la única explicación
que encuentro. La emboscada y el hecho de encontrar un micrófono con
GPS en mi bolsa de tela confirma mi teoría.
-La
verdad es que también he encontrado un aparato pequeño en mi bolso,
parecido a una pila de reloj.
-Por
tanto, desde el jueves saben cada movimiento que hemos realizado,
cada conversación en el estudio sobre los bocetos, el cuadro
recuperado, la carta de Parisi y el análisis inicial de las imágenes
del lienzo que nos mandó en el pendrive. A través de los micrófonos
y localizadores GPS nos siguieron hasta aquí, Marsella. El hombre
tatuado estaba en el mismo Ferry Boat al que subimos con Parisi ayer.
Sabía donde nos hospedábamos y el lugar más lógico para tenderme
la emboscada.
Hubo
un largo silencio en el estudio. César disfrutaba de aquella
extraordinaria historia como había hecho de niño con las novelas de
aventuras. Se levantó, cogió la botella de cristal tallado y vertió
más Armagnac a Rubén.
-¿Qué
tiene de especial el lienzo de Parisi como para asesinar y tejer toda
esta conspiración? -preguntó César intrigado.
-No
se trata de un cuadro sino de cuatro, pintados por el mismo Víktor
Petrograd en 1940.
-¡Eso
es imposible! -exclamó César sorprendido intentando no derramar
Armagnac-. Petrograd murió en 1938, dos años antes. ¿Como es
posible?
Rubén
arqueó los labios en una sonrisa maliciosa. Sabía que comenzaba la
parte más interesante de toda la investigación.
-Imposible
si nos atenemos a la versión oficial.
Durante
una hora Rubén explicó la conversación que mantuvo con Mr.
Canetnes aquella noche, en el Bar de la Marine. Confirmó que
Pierre Nouvie, el abuelo de Parisi, era realmente Víktor
Petrograd, el famoso pintor ruso de origen ucraniano. Hizo un
repaso de su vida, de los estudios en la Facultad de Arte de
Járkov y en los Talleres de Enseñanza Superior del Arte y de
la Técnica de Moscú; el ascenso hacia las altas esferas gracias
a la promoción en sus cuadros de los ideales de la Revolución
Rusa y sus protagonistas; las creencias en esos ideales, en el
nuevo hombre soviético. Pero también habló de la época que le
tocó vivir, esa oscura página de la historia en la que Stalin
sembró el terror. Hizo referencia a la represión, la hambruna que
dejó miles de muertos en Ucrania, su país natal, la
deportación y fusilamiento de muchos de los campesinos, la huida de
sus padres y hermanos a la ciudad rusa de Kursk
y la posterior deportación a Siberia
en 1937.
-Todo
por lo que había luchado Víktor Petrograd desapareció -pensó
Isabel en voz alta.
-Cierto,
la situación cambió radicalmente para él. Ese sueño de libertad
por el que tanto lucharon y murieron miles de rusos en la Revolución
de Octubre, duró poco tras la llegada de Stalin al poder.
Y eso dejó un profundo vacío a Petrograd. Se sentía culpable por
formar parte de una política que repugnaba. Vio morir a muchos
amigos, artistas e intelectuales como él, por el simple hecho de no
militar en las mismas creencias del Partido Comunista.
-”La
naturaleza ha hecho al hombre feliz y bueno, pero la sociedad lo
deprava y lo hace miserable” -dijo César citando a Rousseau-.
No hay cosa peor que la traición a un pueblo. Si hubiera sido
Petrograd, habría pasado la guillotina a ese Judas de Stalin
y toda su camarilla de filisteos.
-Precisamente
tú, que no eres capaz de matar una mosca -dijo Isabel con una
sonrisa.
-En
sentido figurado, querida.
Rubén
volvió a sentarse en el sillón entre Isabel y César. Se inclinó
hacia delante apoyando los codos en las piernas y habló
pausadamente, con voz baja, como si no quisiera que nadie más oyera
lo que quedaba por contar.
-En
1937 le encargaron extraoficialmente un trabajo. Según Mr. Canetnes,
le mandaron diseñar una “estatua
que representara la victoria de la Revolución Rusa”. Para ello se
inspiró en una koljosiana.
-De ahí los bocetos que
descubrió Parisi en el baúl -dedujo Isabel.
-Efectivamente.
Esos bocetos eran pequeños ensayos para lo que luego debía ser una
gran colosal estatua de oro puro. El proyecto se mantuvo en secreto.
Incluso se crearon distintos grupos, independientes unos de otros,
para que nadie supiera cual era el objetivo del trabajo -Rubén hizo
una pausa para servirse otro vaso de Armagnac-. El detonante de su
falsa muerte llegó en 1938. Comisarios
del Pueblo de la Hacienda Soviética
fueron detenidos y ejecutados el quince de marzo. Le siguió la misma
suerte trabajadores que intervinieron en el proyecto de la
koljosiana.
Víktor Petrograd se sintió perseguido. Temía por su vida. En
aquel entonces ya estaba casado y tenía un hijo. No lo dudó. Se
había convertido en un elemento subversivo a los ojos del régimen
estalinista y en cualquier momento podía ser detenido y ejecutado.
-¿Como consiguió escapar?
-preguntó Isabel.
Rubén
explicó que tras fingir su muerte pidió ayuda a un viejo conocido,
que tiempo atrás acogió a su familia en Kursk.
Se trataba de un espía soviético que actuaba como importante joyero
en Marsella, Mr. Canetnes, cuyo nombre real era Mijaíl Nayemnik.
César no podía dar crédito a lo que escuchaba. Durante décadas
cultivó una gran relación de amistad con aquel joyero. Las
importantes relaciones del antiguo espía habían permitido a César
alcanzar clientes exclusivos, de la alta burguesía francesa, y hacer
importantes transacciones en la venta de joyas antiguas. Muchas de
las colecciones más importantes de la aristocracia rusa pasaron por
sus manos gracias a Mr. Canetnes.
-Al
igual que Víktor
Petrograd, el espía soviético desertó. Se quedó en Marsella
viviendo bajo el gobierno de Vichy.
Ambos se asociaron y llevaron adelante la joyería. Mr. Canetnes
ejercía de relaciones públicas y Víktor Petrograd, transformado en
Pierre Nouvie, pasó a un segundo plano dirigiendo el taller. La
pareja perfecta.
-Ahora comprendo por qué existen
cuatro cuadros de Víktor Petrograd pintados años después de su
muerte -dijo César intentando asimilar toda la información.
-Ahí está el enigma -sonrió
maliciosamente Rubén -Isabel y César lo miraron con una mezcla de
desconcierto y asombro-. Petrograd no dejaba de reprimir ese odio
hacia un gobierno que le había traicionado. Quería hacer algo para
espantar los fantasmas del pasado, a la vez que pretendía redimirse
por su apoyo inicial a Stalin. Mr. Canetnes le propuso pintar una
serie de cuadros, supuestamente póstumos, que le dieran un gran
valor en el mercado y dejarlo como herencia a su hijo. A la vez,
podía poner en práctica su venganza dejando plasmado en ellos el
gran secreto que llevaba consigo desde que escapó de Moscú.
Petrograd los pintó y el antiguo espía se encargó de darlos a
conocer en el Museo de Kiev.
-Según BJ, en 1940 fueron
incluidos en el catálogo del museo -añadió Isabel.
-Efectivamente. De alguna forma,
tres de los cuadros fueron vendidos por una gran cantidad de dinero
mientras que el cuarto desapareció.
-Apuesto que la casa de campo de
los abuelos de Parisi fue comprada con esa venta.
-El nuevo Petrograd vivió
cómodamente en la casa de campo. Clandestinamente se dedicó en sus
ratos libres a lo que más amaba, la pintura en todos sus estilos.
Durante el día trabajaba en el taller y por la noche se encerraba en
su estudio rodeado de lienzos, pinturas y pinceles.
-Siempre pensé que la noche es
solo para los románticos, los artistas que buscan su particular musa
-César enarcó las cejas, suspirando con cierta nostalgia por
tiempos pasados.
-Lo cierto es que esta tarde he
podido ver toda la colección de pintura en la casa de campo
-intervino Isabel-. He de reconocer que nunca había visto cientos de
obras de arte apiladas y cubiertas de polvo. Petrograd fue un genio
de la pintura. Allí había obras de todos los estilos vanguardistas.
No tenía nada que ver a la obra del pintor ruso. Como si Pierre
Nouvie y Víktor Petrograd fueran distintos.
-¿Antagónicos quizás?
-preguntó César.
-Exacto. El realismo socialista
frente al puro vanguardismo.
-¿En cuanto se puede cuantificar
la colección? -preguntó César con la sonrisa de un lobo.
Isabel no podía contestar.
Aquello le había desbordado por completo.
-Lo único que puedo decir es
que, de salir a la luz toda esta historia, la herencia de Parisi
sería millonaria, no solo por los cuadros, también por la
importancia mediática que supondría el descubrimiento: publicación
de estudios sobre su obra, tesis, conferencias, exposiciones
itinerantes, etc.
César ya estaba imaginando todo
un mercado en torno al descubrimiento.
-De todas formas -interrumpió
Rubén acaparando las miradas de ambos-, no podemos perder de vista
los cuatro cuadros. Hay que averiguar qué secreto esconden para que
Dmitri Prestupleniye esté dispuesto a matar.
-Poco sabemos de los cuadros
-continuó Isabel-. El primero representa unos barcos zarpando de un
puerto, quizás el de Marsella; el segundo puede apreciarse unos
ferrocarriles en los que soldados van cargando cajas de madera; el
tercero, el que Rubén recuperó de la casa de Dmitri, trata de un
desfile militar en la Plaza Roja de Moscú; y el cuarto, según las
imágenes en alta definición que Parisi nos envió, se trata de la
entrada de una casa señorial, rodeada de un gran jardín con una
estatua femenina de oro.
-¿Puede tratarse de la famosa
Koljosiana de oro que representa la Victoria de la Revolución?
-preguntó César aún conociendo la respuesta.
-No hay ninguna duda -sentenció
Isabel-. Los bocetos coinciden con la estatua.
-Bien. En ese caso, mis queridos
amigos, será mejor que estudiéis con detenimiento los cuatro
cuadros y descubráis el secreto -volvió a reinar el silencio en el
estudio. El área de luz que marcaban las pequeñas lámparas creaban
una atmósfera de misterio. Los tres permanecieron absortos, dejando
llevar la imaginación por aquella excitante vida de sueños,
esfuerzos, traiciones y deserciones-. Solo quisiera deciros una cosa
que quizás os pueda servir de punto de partida -continuó César
tras meditarlo-. Recordar que Víktor Petrograd aprendió mucho sobre
espionaje gracias a su socio. Hay muchas formas de ocultar mensajes.
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