miércoles, 26 de abril de 2017

El cuadro. Capítulo 7


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Tras la cena Isabel improvisó unos primeros auxilios a Rubén. Le curó las heridas del rostro y le puso una venda en el costado mientras César le llevaba un analgésico. Cuando el dolor fue remitiendo, los tres pasaron al estudio y se sentaron cómodamente en los sillones de cuero. La estancia era agradable, acogedora, cubierta de antiguas alfombras persas como le gustaban a Isabel, cuadros rememorando viejas batallas napoleónicas mezclado con una mesa de finales del XVIII y vitrinas y estanterías de nogal estilo Luis XVI. Cada sillón tenía una mesita supletoria, estilo regencia de tejo redonda con pedestal central, en la que había una pequeña lámpara de Tiffany. La luz creaba un ambiente íntimo, misterioso.

César se acercó a un mueble bar estilo Luis XVI de caoba, con marquetería floral de boj y maderas frutales creando complejos diseños geométricos. Cogió una botella de cristal tallado que contenía Armagnac y preparó dos copas. Le gustaba porque era el brandy más antiguo de Francia, aunque lo más correcto era llamarlo “aygue ardente”. Isabel prefirió un té con unas gotas de limón.

-¿Sabíais que el arte de la destilación practicada por los árabes en España llegó por los Pirineos a Gascuña en el siglo XII? Tenemos mucho en común españoles y franceses -dijo César como buen anfitrión-. Bueno, mis queridos amigos, creo que es hora de que me digáis qué está pasando aquí. ¿Por qué os persiguen y qué relación tenéis con Parisi?

Rubén tomó la iniciativa reconstruyendo cronológicamente los hechos desde la muerte de la abuela de Parisi.

-Según nos contó Parisi, su abuela murió el veintiocho de febrero y tres días más tarde fue a la casa de campo para hacer inventario. Allí encontró el baúl con las cartas, postales y el lienzo.

-Y un antiguo reloj de bolsillo -apuntilló Isabel.

-El día cuatro de marzo viaja a París para que Mr. Huguet lo examinara, luego vuelve a Marsella y lleva varios bocetos a nuestro buen amigo César para venderlos.

-Por una mísera cantidad -dijo César-. Reconozco mi ignorancia, no supe valorarlos.

-Ese mismo día añades a tu catálogo los bocetos y aparece, como por arte de magia, un comprador el viernes día cinco. El mismo comprador del tatuaje en el brazo que me ha atacado esta noche -Rubén se llevó la mano al costado.



-Cierto. No imaginaba que alguien estuviera interesado en los bocetos. No mostró ese interés típico de alguien que ha encontrado un pequeño tesoro entre ruinas.

-César, ya sabes que cuanto menos interés pone un comprador más valor tiene la pieza -dijo Isabel con mirada maliciosa. El viejo anfitrión sonrió cómplice, recordando la primera vez que hizo negocios con Isabel. Fue una lucha sangrienta por unas pequeñas figuras de porcelana: Lucinda, Octavio y Scaramouche de “La Commedia dell’Arte”. Según César estaban firmadas por el mismo Bustelli mientras que Isabel rebatía que era una pobre imitación. El viejo anticuario se irritaba cada que vez Isabel, divertida, le daba clases de porcelana fabricada en Nymphenburg, antiguo ducado de Baviera. Al final la partida quedó en tablas llevándose la pieza a cambio de otras que ella le ofreció.

-Querida, la primera vez que quisiste engañarme, tu actuación fue sublime. Ni la propia Aracne hubiera tejido argumentos tan sutiles como los tuyos -Isabel se ruborizó.

-Es indiscutible que el detonante de esta situación fue la publicación de los bocetos en el catálogo. Alguien había descubierto una mínima parte de material inédito que podía alcanzar en el mercado una fortuna.

-El hecho de querer comprar los bocetos con tanta rapidez significa que conocía al autor -añadió Isabel.

El rostro de César mudo en una mezcla de culpabilidad y tristeza, sintiéndose avergonzado por la decisión que tomó aquel día.

-¡Oh, Dios mio! -exclamó- He sido un estúpido poniendo en peligro a la pobre Parisi. Nunca me lo perdonaré -su mirada se perdía recordando el momento en que el hombre del tatuaje entró para comprar los bocetos-. Él estaba muy interesado en aquellos dibujos. Dijo que era un coleccionista. Y me pidió el nombre de la persona a la que se los había comprado. Idiota de mi, viejo insensato -se levantó del sillón de cuero y comenzó a caminar sobre la alfombra persa de un lado para otro del estudio-. Yo fui quien le dio el nombre de Parisi. Pensaba que ella podría hacer buen negocio. Tenía que haber hecho de intermediario, como siempre -paró en seco presa del pánico-. Soy un asesino. Por mi culpa también ha muerto Huguet. Yo le llevé a la condena y ahora han ido a por ti, Rubén.

Isabel se levantó en busca de César como una madre que encuentra a su hijo sollozando. Tenía la habilidad de tranquilizar con esa suave voz, susurrante y delicada.

-No tienes la culpa de lo ocurrido. Eres una persona de buena fe que intentaste hacer lo mejor. Otro hubiera sacado buena tajada a costa de Parisi. Pero tú no. No puedes culparte de lo que otros hagan. Tarde o temprano hubiera ocurrido todo esto -César miró sus profundos ojos esmeralda, sintiendo una profunda paz jamás imaginada. Isabel le sonrió con dulzura acariciándole la mejilla derecha.

-Supongo que no somos dioses perfectos -dijo César.

-Para eso estamos aquí -el viejo anticuario volvió a sentarse abatido, cogiendo el vaso de Armagnac con mano temblorosa-. La cuestión es: ¿como sabía de la existencia del cuadro que Isabel envió a París si estuvo escondido en un baúl durante décadas? -preguntó Isabel.

-Muy sencillo. La persona que hay detrás de “Caín” tiene relación con Pierre Nouvie, el abuelo de Parisi.

Isabel y César se miraron confusos.

-Cuando César proporcionó el nombre de Parisi, el hombre del tatuaje sabía que ella tenía el cuadro. ¿Quién si no? Fue entonces cuando al día siguiente, sábado por la noche, tiene lugar el robo en casa de Parisi -Rubén paró un momento pensativo, intentando anudar cada hecho-. Al no encontrar el cuadro en la casa, decide viajar el lunes a la tienda de Mr. Huguet en París.

-Lo que no me cuadra -dijo Isabel- es como supo que el lienzo estaba en París.

-De la misma forma que, hasta ahora, ha conocido todos nuestros pasos. Apuesto que también hay micrófonos en casa de Parisi -Rubén cogió el vaso de Armagnac, se levantó y caminó por el estudio como un profesor de historia-. Recapitulando. Nuestro misterioso hombre sabe de la existencia de los bocetos sabiendo su valor e intuyendo que detrás está el cuadro. Va a la tienda de César para averiguar quien tiene el cuadro. Va a casa de Parisi, la registra y al no encontrarlo pone micrófonos. Al día siguiente, domingo, ella llama a Mr. Huguet para informarle que han entrado en su casa, posiblemente buscando el cuadro. Temerosa de que vayan a París, le pide que entregue el lienzo a un antiguo novio. Esa conversación es escuchada por nuestro ladrón a través de los micrófonos. Una vez que sabe donde está, viaja a París el lunes. De alguna manera intenta que Mr. Huguet le diga donde está escondido el lienzo, le presiona hasta que lo mata.

César miraba a Rubén con interés, siguiendo cada razonamiento de los hechos. Sentado en el sillón, se sentía más calmado, casi somnoliento por el efecto del Armagnac.

-¿Como supo que nosotros estábamos involucrados? -preguntó Isabel. Sus ojos destellaban bajo la luz dorada de la lámpara inglesa.

-De algún modo supo que Parisi se había puesto en contacto con nosotros y planeó la forma de controlarnos. Es muy sospechoso dos asaltos sin robo. ¿Con quién cenaste la noche del jueves día once, cuando yo estaba por los túneles de Madrid en busca del Desfile en la Plaza Roja?

-Eso no te incumbe -dijo molesta, intimidada-. Era un cliente.

-No me malinterpretes. Creo que no fue fortuita la cena.

-Es un empresario ruso llamado Dmitri Prestupleniye, interesado en que hiciera de intermediaria para la venta de unas joyas de la época de los zares.

-Dmitri Prestupleniye -repitió Rubén susurrando, como si el nombre fuera tabú-. El mismo nombre que Mr. Canetnes, el joyero y antiguo socio de Pierre Nouvie, me ha dicho esta noche antes de salir hacia la basílica. Apuesto que es él quien está detrás de todo esto.



-Si me permitís un inciso -intervino César con sonrisa malévola-, sé de buena tinta que Dmitri Prestupleniye es un empresario muy importante en la actual Rusia. Dirigió muchas fábricas durante la Unión Soviética y, tras la caída del comunismo, gran parte de ellas se privatizaron siendo el accionista mayoritario. Es uno de los hombres más ricos de Rusia. Si estáis en lo cierto, Dmitri es el Minotauro que mueve los hilos de esta grotesca red y vosotros sois el Teseo y la Ariadna que lleguen hasta él.

-Bien, supongamos que mi cliente es el que descubre los bocetos y manda a Marsella al tipo del tatuaje para recuperar el lienzo. Pero sigo sin saber, ¿qué papel desempeñamos en esta historia?

-Muy sencillo. La única forma de llegar al lienzo de Parisi es a través de nosotros. Quizás haya decidido evitar más muertes y dejar que nosotros le conduzcamos hasta él. Para ello tenía que conocer todos nuestros pasos por medio de micrófonos y cámaras. Apuesto que Dmitri robó El Desfile en la Plaza Roja a Ignacio Gorján para que yo fuera a por él y ausentarme de mi apartamento y de la tienda, mientras te entretenía con una larga cena. Así podía enviar a su hombre a poner los micrófonos. Es la única explicación que encuentro. La emboscada y el hecho de encontrar un micrófono con GPS en mi bolsa de tela confirma mi teoría.

-La verdad es que también he encontrado un aparato pequeño en mi bolso, parecido a una pila de reloj.

-Por tanto, desde el jueves saben cada movimiento que hemos realizado, cada conversación en el estudio sobre los bocetos, el cuadro recuperado, la carta de Parisi y el análisis inicial de las imágenes del lienzo que nos mandó en el pendrive. A través de los micrófonos y localizadores GPS nos siguieron hasta aquí, Marsella. El hombre tatuado estaba en el mismo Ferry Boat al que subimos con Parisi ayer. Sabía donde nos hospedábamos y el lugar más lógico para tenderme la emboscada.

Hubo un largo silencio en el estudio. César disfrutaba de aquella extraordinaria historia como había hecho de niño con las novelas de aventuras. Se levantó, cogió la botella de cristal tallado y vertió más Armagnac a Rubén.

-¿Qué tiene de especial el lienzo de Parisi como para asesinar y tejer toda esta conspiración? -preguntó César intrigado.

-No se trata de un cuadro sino de cuatro, pintados por el mismo Víktor Petrograd en 1940.

-¡Eso es imposible! -exclamó César sorprendido intentando no derramar Armagnac-. Petrograd murió en 1938, dos años antes. ¿Como es posible?

Rubén arqueó los labios en una sonrisa maliciosa. Sabía que comenzaba la parte más interesante de toda la investigación.

-Imposible si nos atenemos a la versión oficial.

Durante una hora Rubén explicó la conversación que mantuvo con Mr. Canetnes aquella noche, en el Bar de la Marine. Confirmó que Pierre Nouvie, el abuelo de Parisi, era realmente Víktor Petrograd, el famoso pintor ruso de origen ucraniano. Hizo un repaso de su vida, de los estudios en la Facultad de Arte de Járkov y en los Talleres de Enseñanza Superior del Arte y de la Técnica de Moscú; el ascenso hacia las altas esferas gracias a la promoción en sus cuadros de los ideales de la Revolución Rusa y sus protagonistas; las creencias en esos ideales, en el nuevo hombre soviético. Pero también habló de la época que le tocó vivir, esa oscura página de la historia en la que Stalin sembró el terror. Hizo referencia a la represión, la hambruna que dejó miles de muertos en Ucrania, su país natal, la deportación y fusilamiento de muchos de los campesinos, la huida de sus padres y hermanos a la ciudad rusa de Kursk y la posterior deportación a Siberia en 1937.



-Todo por lo que había luchado Víktor Petrograd desapareció -pensó Isabel en voz alta.

-Cierto, la situación cambió radicalmente para él. Ese sueño de libertad por el que tanto lucharon y murieron miles de rusos en la Revolución de Octubre, duró poco tras la llegada de Stalin al poder. Y eso dejó un profundo vacío a Petrograd. Se sentía culpable por formar parte de una política que repugnaba. Vio morir a muchos amigos, artistas e intelectuales como él, por el simple hecho de no militar en las mismas creencias del Partido Comunista.

-”La naturaleza ha hecho al hombre feliz y bueno, pero la sociedad lo deprava y lo hace miserable” -dijo César citando a Rousseau-. No hay cosa peor que la traición a un pueblo. Si hubiera sido Petrograd, habría pasado la guillotina a ese Judas de Stalin y toda su camarilla de filisteos.

-Precisamente tú, que no eres capaz de matar una mosca -dijo Isabel con una sonrisa.

-En sentido figurado, querida.

Rubén volvió a sentarse en el sillón entre Isabel y César. Se inclinó hacia delante apoyando los codos en las piernas y habló pausadamente, con voz baja, como si no quisiera que nadie más oyera lo que quedaba por contar.

-En 1937 le encargaron extraoficialmente un trabajo. Según Mr. Canetnes, le mandaron diseñar una “estatua que representara la victoria de la Revolución Rusa”. Para ello se inspiró en una koljosiana.

-De ahí los bocetos que descubrió Parisi en el baúl -dedujo Isabel.

-Efectivamente. Esos bocetos eran pequeños ensayos para lo que luego debía ser una gran colosal estatua de oro puro. El proyecto se mantuvo en secreto. Incluso se crearon distintos grupos, independientes unos de otros, para que nadie supiera cual era el objetivo del trabajo -Rubén hizo una pausa para servirse otro vaso de Armagnac-. El detonante de su falsa muerte llegó en 1938. Comisarios del Pueblo de la Hacienda Soviética fueron detenidos y ejecutados el quince de marzo. Le siguió la misma suerte trabajadores que intervinieron en el proyecto de la koljosiana. Víktor Petrograd se sintió perseguido. Temía por su vida. En aquel entonces ya estaba casado y tenía un hijo. No lo dudó. Se había convertido en un elemento subversivo a los ojos del régimen estalinista y en cualquier momento podía ser detenido y ejecutado.

-¿Como consiguió escapar? -preguntó Isabel.

Rubén explicó que tras fingir su muerte pidió ayuda a un viejo conocido, que tiempo atrás acogió a su familia en Kursk. Se trataba de un espía soviético que actuaba como importante joyero en Marsella, Mr. Canetnes, cuyo nombre real era Mijaíl Nayemnik. César no podía dar crédito a lo que escuchaba. Durante décadas cultivó una gran relación de amistad con aquel joyero. Las importantes relaciones del antiguo espía habían permitido a César alcanzar clientes exclusivos, de la alta burguesía francesa, y hacer importantes transacciones en la venta de joyas antiguas. Muchas de las colecciones más importantes de la aristocracia rusa pasaron por sus manos gracias a Mr. Canetnes.


-Al igual que Víktor Petrograd, el espía soviético desertó. Se quedó en Marsella viviendo bajo el gobierno de Vichy. Ambos se asociaron y llevaron adelante la joyería. Mr. Canetnes ejercía de relaciones públicas y Víktor Petrograd, transformado en Pierre Nouvie, pasó a un segundo plano dirigiendo el taller. La pareja perfecta.

-Ahora comprendo por qué existen cuatro cuadros de Víktor Petrograd pintados años después de su muerte -dijo César intentando asimilar toda la información.

-Ahí está el enigma -sonrió maliciosamente Rubén -Isabel y César lo miraron con una mezcla de desconcierto y asombro-. Petrograd no dejaba de reprimir ese odio hacia un gobierno que le había traicionado. Quería hacer algo para espantar los fantasmas del pasado, a la vez que pretendía redimirse por su apoyo inicial a Stalin. Mr. Canetnes le propuso pintar una serie de cuadros, supuestamente póstumos, que le dieran un gran valor en el mercado y dejarlo como herencia a su hijo. A la vez, podía poner en práctica su venganza dejando plasmado en ellos el gran secreto que llevaba consigo desde que escapó de Moscú. Petrograd los pintó y el antiguo espía se encargó de darlos a conocer en el Museo de Kiev.

-Según BJ, en 1940 fueron incluidos en el catálogo del museo -añadió Isabel.

-Efectivamente. De alguna forma, tres de los cuadros fueron vendidos por una gran cantidad de dinero mientras que el cuarto desapareció.

-Apuesto que la casa de campo de los abuelos de Parisi fue comprada con esa venta.

-El nuevo Petrograd vivió cómodamente en la casa de campo. Clandestinamente se dedicó en sus ratos libres a lo que más amaba, la pintura en todos sus estilos. Durante el día trabajaba en el taller y por la noche se encerraba en su estudio rodeado de lienzos, pinturas y pinceles.

-Siempre pensé que la noche es solo para los románticos, los artistas que buscan su particular musa -César enarcó las cejas, suspirando con cierta nostalgia por tiempos pasados.

-Lo cierto es que esta tarde he podido ver toda la colección de pintura en la casa de campo -intervino Isabel-. He de reconocer que nunca había visto cientos de obras de arte apiladas y cubiertas de polvo. Petrograd fue un genio de la pintura. Allí había obras de todos los estilos vanguardistas. No tenía nada que ver a la obra del pintor ruso. Como si Pierre Nouvie y Víktor Petrograd fueran distintos.

-¿Antagónicos quizás? -preguntó César.

-Exacto. El realismo socialista frente al puro vanguardismo.

-¿En cuanto se puede cuantificar la colección? -preguntó César con la sonrisa de un lobo.

Isabel no podía contestar. Aquello le había desbordado por completo.

-Lo único que puedo decir es que, de salir a la luz toda esta historia, la herencia de Parisi sería millonaria, no solo por los cuadros, también por la importancia mediática que supondría el descubrimiento: publicación de estudios sobre su obra, tesis, conferencias, exposiciones itinerantes, etc.

César ya estaba imaginando todo un mercado en torno al descubrimiento.

-De todas formas -interrumpió Rubén acaparando las miradas de ambos-, no podemos perder de vista los cuatro cuadros. Hay que averiguar qué secreto esconden para que Dmitri Prestupleniye esté dispuesto a matar.

-Poco sabemos de los cuadros -continuó Isabel-. El primero representa unos barcos zarpando de un puerto, quizás el de Marsella; el segundo puede apreciarse unos ferrocarriles en los que soldados van cargando cajas de madera; el tercero, el que Rubén recuperó de la casa de Dmitri, trata de un desfile militar en la Plaza Roja de Moscú; y el cuarto, según las imágenes en alta definición que Parisi nos envió, se trata de la entrada de una casa señorial, rodeada de un gran jardín con una estatua femenina de oro.


-¿Puede tratarse de la famosa Koljosiana de oro que representa la Victoria de la Revolución? -preguntó César aún conociendo la respuesta.

-No hay ninguna duda -sentenció Isabel-. Los bocetos coinciden con la estatua.

-Bien. En ese caso, mis queridos amigos, será mejor que estudiéis con detenimiento los cuatro cuadros y descubráis el secreto -volvió a reinar el silencio en el estudio. El área de luz que marcaban las pequeñas lámparas creaban una atmósfera de misterio. Los tres permanecieron absortos, dejando llevar la imaginación por aquella excitante vida de sueños, esfuerzos, traiciones y deserciones-. Solo quisiera deciros una cosa que quizás os pueda servir de punto de partida -continuó César tras meditarlo-. Recordar que Víktor Petrograd aprendió mucho sobre espionaje gracias a su socio. Hay muchas formas de ocultar mensajes. 

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