viernes, 7 de abril de 2017

El cuadro. Capítulo 5



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A las nueve de la noche Rubén llegó al Bar de la Marine, en el muelle de Rive-Neuve del Vieux Port. Era un bar muy acogedor decorado al estilo de los años treinta, desde donde se podía contemplar todo lo ancho del puerto. En la parte superior estaba sentado un hombre delgado, de estatura mediana que, a pesar de su avanzada edad, se mantenía erguido, enérgico. Vestía un pantalón gris, camisa blanca y rebeca. Los años no le habían privado de una espléndida cabellera peinada hacia atrás, aunque menos voluminosa que en sus tiempos jóvenes. Parecía moverse con lentitud, sin prisa, queriendo saborear cada segundo de vida. No tenía prisa.



Rubén avanzó por un pasillo, flanqueado por las mesas y la barra, hacia la escalera circular. Arriba, junto a la escalera, estaba él, observando atentamente a través de unas gafas de pasta negra. Sus ojos eran de un azul profundo, muy despiertos, que contrastaban con ese aire despreocupado de quien había vivido intensamente y ahora permanecía en la reserva, arropado por los recuerdos. Rubén se sentó a su izquierda después de un cortés saludo.

-Siempre me ha gustado este lugar -comenzó Mr. Canetnes con la mirada perdida en el viejo puerto-. Desde esta parte alta del local se puede ver todo lo que ocurre.

-A mi tampoco me ha gustado sentarme de espaldas a las ventanas y puertas -puntualizó Rubén. El viejo joyero y antiguo socio de Pierre Nouvie sonrió con complicidad.

-Me ha dicho Parisi que desea hablar conmigo sobre su abuelo. ¿Es usted amigo suyo? -preguntó mientras tomaba un sorbo de Côtes du Rhône Villages.

-En realidad trabajo para ella.

-¿Qué tipo de trabajo realiza usted?

-Me dedico a investigar obras de arte -Mr. Canetnes no pareció sorprendido.

-Como un detective de libros pero con obras de arte.

-Podría decirse que sí.

Hubo una nueva pausa. El viejo joyero miraba el puerto a través de las cristaleras de la puerta. Estaba tranquilo, meditabundo, como el viejo reloj de pared que parecía no marcar el tiempo.

-¿Qué desea saber?

-Le seré franco, Mr. Canetnes, quisiera saber si Pierre Nouvie y Víktor Petrograd son la misma persona.

Su rostro permaneció inmutable, sin ningún signo de asombro. Solo una minúscula sonrisa surgió de la comisura de sus labios.

-Veo que no se anda por las ramas. ¿Por qué quiere saberlo?

-Estoy investigando un cuadro que perteneció a Pierre Nouvie y…

-Pintado por Víktor Petrograd, ¿es cierto? -Rubén miró a Mr. Canetnes desconcertado. Parecía que estaba esperando aquel momento desde hacía tiempo-. Imagino que Parisi querrá conocer la verdad de su pasado y saber si su abuelo era quien decía ser.

-Digamos que también forma parte de la investigación el pasado de la familia de Parisi.

El viejo joyero rompió a reír mientras dejaba la copa de vino sobre la mesa.

-Un cuadro sube de valor cuando hay una buena historia detrás. Muy astuto señor Carter -nuevamente su rostro volvió a relajarse, desprendiendo nostalgia-. ¿Qué versión de la historia quiere oír? ¿La oficial, la que nos piden que contemos o la que vivimos, la que sufrimos personalmente?

-Simplemente la verdad.

-La verdad -dijo en voz baja, como si esa palabra careciera de sentido-. Quiere usted saber la verdad -su mirada se posó sobre Rubén unos instantes y volvió a mirar al puerto-. La historia es complicada. Hubo un tiempo en que otros escribían la historia y salirse de ella era peligroso. Tenías que formar parte de la historia o morías. Así de simple. No te daban opción -hablaba inmerso en sus propios pensamientos hasta que pareció despertar-. Efectivamente fue el gran artista ruso Víktor Petrograd y murió para convertirse en un artesano marsellés llamado Pierre Nouvie.

Rubén sacó de su bolsa un cuaderno de notas y comenzó a escribir cuanto decía Mr. Canetnes.

-¿A qué se debió ese cambio? Según la versión oficial Petrograd falleció en 1938, cuando estaba en la cúspide de su carrera. ¿Por qué desapareció dejándolo todo?

-Víktor Petrograd creía en la Revolución rusa, en los ideales soviéticos, en el nuevo hombre que Lenin quiso crear. Nació en Kiev, Ucrania, y pronto comenzó a estudiar arte gracias a sus extraordinarias dotes. Desde el principio se interesó por el comunismo, por la historia de la Unión Soviética, sobretodo desde que en 1922 las Repúblicas Socialistas de Rusia, Transcaucasia, Ucrania y Bielorrusia se unieran para crear la URSS. Le fascinaba las victorias del Ejercito Rojo en la Guerra Civil Rusa de 1917, la ejecución del zar Nicolás II junto a toda su familia y la guerra Polaco-Soviética de 1919. Creía firmemente en la necesidad de construir una nueva cultura que borrara todo vestigio del pasado imperial. Él vio la oportunidad de difundir los valores soviéticos en sus cuadros y disfrutar de esa libertad creativa que el zarismo les prohibió -hizo una breve pausa para tomar un poco de vino-. Sí, joven, antes de la década de los treinta podía encontrarse corrientes como el vanguardismo, impresionismo, surrealismo, dadaismo, cubismo o constructivismo porque eran revolucionarias, atacaban lo tradicional y sumían a los artistas en la más absoluta libertad creativa. Había mucho entusiasmo en el nuevo régimen.

-Siempre supuse que la corriente imperante en la URSS era el realismo socialista.

-No. Hubo un tiempo de libertad -el viejo joyero parecía cansado, no físicamente sino emocional. De su memoria despertaban viejos recuerdos de rojo sangre-. Estudió primero en la Facultad de Arte de Járkov y después en la Vjutemás de Moscú. Petrograd prefería reproducir la vida y costumbres soviéticas, recrear las hazañas del Ejército Rojo. Los retratos de Stalin, Lenin, Krestinski, Kámenev y Trotski le valieron la admiración de las altas autoridades y el reconocimiento de su obra. Subió al Olimpo soviético. Todos querían ser inmortalizados por él.



Mr. Canetnes hizo una pausa para llamar a la camarera y pedir una nueva ronda. Sacó del bolsillo un pañuelo y limpió con sumo cuidado las gafas.

-Pero algo sucedió para que cayera del Olimpo.

-Sí. En 1922 Stalin es nombrado Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética. Poco a poco fue consolidando su poder dentro del partido, expulsando a todos aquellos que podían ser sus rivales, sobretodo a Grigori Zinóviev y León Trotsky. Stalin tenía pleno dominio sobre el único partido político oficial, el bolchevique, consiguiendo que el Estado tomara el control económico, político, social y cultural.

Frunció el ceño marcando las profundas arrugas. Tenía el semblante enrojecido de cólera, los labios prietos y la mandíbula tensa. Pasaron unos segundos de mirada ardiente, despiadada. Intentó controlar su ira tomando aire lentamente. Luego miró la copa de vino sorprendido de sostenerla con fuerza. Rubén pensó que iba a destrozarla de un momento a otro. Dejó que aquel anciano se tomara su tiempo.

-Supongo que este control no gustó a todo el mundo - dijo Rubén.

-Se prohibieron las distintas corrientes artísticas como el vanguardismo -continuó sin prestar atención a las palabras de Rubén-. Decían que eran demasiado subjetivistas. La libertad de expresión de los intelectuales había desaparecido. El acceso al arte y literatura extranjeras se prohibió por anticomunistas. Habíamos vuelto al antiguo régimen -sus ojos azules se posaron sobre Rubén con tremenda tristeza-. Toda la sangre derramada durante años no sirvió de nada.

Tomó otro sorbo de vino con cierto sentimiento de culpa. Era un hombre abatido, cansado de una vida que parecía no ser la suya. Cuanto más contaba, más parecía que se identificaba con la Unión Soviética. Rubén no sabía qué pensar. Hasta donde conocía, Mr. Canetnes había sido un prestigioso joyero francés. Pero algo no encajaba en aquella conversación cuando hablaba de “nosotros”. Lo que unió a ambos hombres no fue solo una amistad entre socios. De eso estaba seguro.

-¿Fue entonces cuando vino la represión?

-¿Represión? -miró a Rubén extrañado-. Joven, ha empleado una palabra muy suave. Yo diría que llegó el genocidio. Entre 1932 y 1933 Petrograd ya estaba en Moscú abriéndose camino con rapidez. Estaba centrado en su trabajo, en el nuevo estilo de vida que le brindaba la capital de un imperio sin emperador. Apenas sabía lo que estaba pasando fuera de Rusia. En esos dos años Ucrania, junto con otros Estados, sufrió uno de los peores desastres humanos de su historia. El pueblo estaba descontento y muchos campesinos se negaban a trabajar en los koljós. ¿Sabe lo que eran?

-Granjas colectivas que previamente había expropiado el gobierno.

-Efectivamente. A los que no querían esclavizarse en el campo los arrestaban y deportaban, en el mejor de los casos. Cada vez había menos campesinos y Moscú exigía más rendimiento. La pobreza, la miseria, la hambruna y la muerte cobró millones de vidas. Rusia no hizo nada por evitarlo. La familia de Petrograd huyó hacia Rusia temiendo una mayor represión. A través de distintos contactos consiguió que sus padres y hermanos se pusieran a salvo en la ciudad rusa de Kursk.

Rubén recordó las cartas y postales que Parisi encontró en el baúl. La mayoría eran de Rusia, de la ciudad de Kursk, y otras tantas de Ucrania. Posiblemente la familia de Petrograd quiso informarle de la situación por la que estaban pasando.

-Parisi encontró correspondencia de Kiev y Kursk -confirmó Rubén.

-Supongo que querían avisar a Petrograd del peligro. Aunque lo peor estaba por llegar -Mr. Canetnes volvió a sacar el pañuelo de tela y lentamente limpió sus gafas-. En la década de los treinta se produjo lo que todos temían, una de las mayores persecuciones y represiones políticas conocidas como la Gran Purga o Gran Terror. Era necesario eliminar toda crítica a la política del Partido Comunista. No hicieron distinciones. El NKVD o Comisariado del Pueblo para asuntos internos se encargó de que miembros del mismo Partido Comunista, Politburó, NKVD, Fuerzas Armadas, anarquistas, socialistas y todo tipo de opositores fueran detenidos, perseguidos, deportados o ejecutados. No podía permitirse una revuelta dentro y fuera del gobierno. Y lo más trágico es que Stalin no se limitó a perseguir personas sospechosamente contrarios al gobierno -hizo una pausa. Sus ojos se tornaron vidriosos y apagados. Por su mente estaban pasando imágenes del horror de aquella Rusia que tan bien parecía conocer. Continuó hablando como si estuviera solo, como uno monólogo interior-. Stalin ordenó llevar a cabo limpiezas étnicas y deportaciones de poblaciones enteras a zonas remotas de la Unión Soviética como Siberia o Kazakistán. Allí los confinaba en los llamados Gulag, en aquellos campos de concentración donde la vida era extrema. Pocos conseguían salir. Les aguardaba la muerte. El politburó prefería llamarlos oficialmente "campo de trabajo correctivo". Entre 1936 y 1938 los líderes Grigori Zinóviev, Lev Kámenev, Karl Rádek, Yuri Piatakov, Grigori Sokólnikov, Nikolái Bujarin, Alekséi Rýkov, Christian Rakovski, Nikolái Krestinski y Génrij Yagoda fueron sentenciados y ejecutados en los llamados Procesos de Moscú.

-¿Víktor Petrograd estuvo en el punto de mira del NKVD? ¿La represión fue el motivo por el que fingiera su muerte huyendo a Francia?

-La situación política fue una de las causas. En 1937 trabajó extraoficialmente en el diseño de una estatua que representara la victoria de la Revolución Rusa. Para su diseño se inspiró en una koljosiana. La estatua iba a ser colosal, de oro puro. Para el trabajo se crearon distintos grupos de forma que nadie conociera el proyecto. Todo se mantuvo en secreto. Sin embargo, a mediados de 1938 se produjeron una serie de ejecuciones y desapariciones de Comisarios del Pueblo de la Hacienda Soviética. Grinkó, Krestinski, Margoulis y Kagán, fueron ejecutados el 15 de marzo. Y tras ellos funcionarios y personal que trabajaron en el diseño y construcción de la estatua. Todos estaban acusados de pertenecer al “bloque trotskista-derechista”. Petrograd se sintió defraudado. Todo por lo que había luchado, sus ideales, su total lealtad al gobierno se había desvanecido. Sitió que había vivido en una mentira y, en cierto aspecto, se sentía responsable de la muerte de millones de personas al apoyar a Stalin.

-Y en abril de 1938 decidió escapar.

-Temió por su vida y por la de su familia.

-¿Como consiguió escapar?

-Con mi ayuda -dijo Mr. Canetnes mostrando una leve sonrisa mientras observaba la cara de sorpresa de Rubén-. Sí, joven, tenía una deuda con él y la sigo teniendo con Parisi. Por este motivo le estoy contando todo lo que sé.

-No comprendo.

-Cuando los Petrograd huyeron de Ucrania, en 1933, fueron acogidos por mi familia en Kursk. Allí permanecieron a salvo hasta que en 1937 fueron deportados a Siberia. Mis padres fueron ejecutados, sin previo juicio, por acoger a criminales -hubo un largo silencio. Rubén estaba inmóvil, boquiabierto, con el bolígrafo en la mano a punto de caer. Tardó unos segundos en reaccionar-. Por entonces yo trabajaba aquí, en Marsella, como joyero. Aunque la verdadera razón era la de vigilar a los del SIFNE y evitar que sabotearan los barcos que partían hacia España con ayuda para la zona republicana.

»Mi nombre real es Mijaíl Nayemnik. Fui espía durante el gobierno del Frente Popular francés. Y al igual que le ocurrió a Petrograd, yo también deserté, me quedé en Marsella y viví en el gobierno de Vichy. Ya sabrá la historia. Francia pasa de ayudar a los republicanos a firmar alianzas con la España de Franco. Aquí nos conocíamos todos. Sabíamos que el periodista José Plá y hombre de confianza del exministro Cambó era un espía del bando Nacional español. Su organización estaba en la Cours Joseph Thierry, 37. ¿Piensa que en la guerra todo fueron bombas? Sin nosotros, sin los espías, el ejército nunca hubiera sabido donde y cuando disparar.

»A través de enlaces que venían en los barcos rusos, me llegó la noticia de las ejecuciones de los Comisarios del Pueblo de la Hacienda Soviética. A los pocos días, finales de marzo de 1938, recibo una carta desde Moscú sin remitente que decía simplemente: “Ha fallecido el camarada Víktor Petrograd. Rogamos asista a su entierro”. Enseguida lo comprendí. Había que sacarlo de Rusia como fuera. Otros escritores y artistas habían sido deportados y Víktor podía correr la misma suerte. De nada servía que se codeara con las altas esferas del Partido Comunista. El NKVD era capaz de todo.

»Finalmente conseguí que él, su mujer y su hijo embarcaran en un carguero rumbo a España. Paró en el puerto de Barcelona y continuó hasta Marsella. Desde aquí le conseguí una identidad nueva. Era mi trabajo. No me resultó difícil. Y le prometí que no le fallaría. Nos hicimos socios. Él quiso mantener el anonimato trabajando en el taller mientras yo me movía entre la alta burguesía francesa.



Rubén apuntó cada palabra al ritmo de un taquígrafo. Hubiera sido más fácil grabarlo si no fuera porque el antiguo espía soviético se negó. La historia era fascinante a la vez que estremecedora. Ellos habían sido unos supervivientes que necesitaban ser escuchados. Sin embargo, era hora de cambiar de tercio y abordar el asunto del cuadro.

-Al principio hemos hablado de un cuadro que Parisi heredó de su abuelo. Ahora estamos de acuerdo que fue pintado por la misma persona. ¿Sabe qué puede representar y por qué no lo firmó?

Mr. Canetnes miró a Rubén con cierta extrañeza.

-¿Por qué habla en singular y no se refiere a los cuadros? -Rubén no supo qué responder-. Los cuatro cuadros que mi viejo amigo pintó son su legado, pero también su venganza. Yo le animé a pintarlos. Sí. Le dije que la obra póstuma de un artista, del artista, podía ser muy rentable a largo plazo. Así que pintó los cuatro y me encargué de darlos a conocer en el Museo de Kiev.

-Dos años después de su muerte -precisó Rubén.

-Efectivamente, en 1940. Fue incluido en el catálogo y luego se vendieron tres. Sacó una gran fortuna. Se compró una casa en el campo y vivió cómodamente.

-¿Por qué no vendió el cuarto cuadro? Reunir el conjunto hubiera supuesto mayor beneficio.

-Joven -dijo con una sonrisa malévola-, el cuarto cuadro es la clave de su venganza.

-No comprendo.

-Averígüelo usted mismo. Sé que tiene relación con el asesinato de Mr. Huguet, el anticuario parisino. Solo hay una persona que está dispuesta a matar por conseguir el cuarto cuadro.

-Supongo que usted lo sabe.

Mr. Canetnes cogió una servilleta, pidió a Rubén el bolígrafo y escribió el nombre con mano temblorosa. Una vez terminado, la dobló lentamente y la puso sobre el cuaderno de notas.

Reproduzco a continuación el nombre que anoté en el bloc de notas:



-Voy a darle un consejo de viejo zorro. Tenga mucho cuidado. Esta persona es muy peligrosa. No escatimará en gastos hasta conseguir el cuadro y reunir la colección.

-¿Qué tienen de especial los cuatro cuadros?

-Le he dado mucha información. Averígüelo. Eso sí, no se fie de nadie ni de nada. No todo lo que ve es real. En la historia, como en la vida, siempre se ocultan cosas. Le toca a usted descubrirlas.

En ese instante subió la camarera portando un pequeño sobre. Se acercó a Rubén y se lo entregó. Al parecer lo había llevado un empleado del hotel en el que se hospedaba. Abrió el sobre y encontró una escueta nota sin firmar:

Hemos encontrado una pista. Te esperamos en la Basílica. Date prisa”.

-Siento dejarle pero he de marcharme -el viejo joyero asintió con la cabeza aceptando su disculpa-. Agradezco toda la información que me ha aportado. Este es mi número de teléfono por si recuerda algo más.

-Tenga mucho cuidado joven. Está jugando con fuego.


Rubén cogió su bolsa y salió hacia Quai de Rive Neuve dirección Boulevard André Aune.

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