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A las
nueve de la noche Rubén llegó al Bar de la Marine, en el
muelle de Rive-Neuve del Vieux Port. Era un bar muy acogedor
decorado al estilo de los años treinta, desde donde se podía
contemplar todo lo ancho del puerto. En la parte superior estaba
sentado un hombre delgado, de estatura mediana que, a pesar de su
avanzada edad, se mantenía erguido, enérgico. Vestía un pantalón
gris, camisa blanca y rebeca. Los años no le habían privado de una
espléndida cabellera peinada hacia atrás, aunque menos voluminosa
que en sus tiempos jóvenes. Parecía moverse con lentitud, sin
prisa, queriendo saborear cada segundo de vida. No tenía prisa.
Rubén
avanzó por un pasillo, flanqueado por las mesas y la barra, hacia la
escalera circular. Arriba, junto a la escalera, estaba él,
observando atentamente a través de unas gafas de pasta negra. Sus
ojos eran de un azul profundo, muy despiertos, que contrastaban con
ese aire despreocupado de quien había vivido intensamente y ahora
permanecía en la reserva, arropado por los recuerdos. Rubén se
sentó a su izquierda después de un cortés saludo.
-Siempre
me ha gustado este lugar -comenzó Mr. Canetnes con la mirada perdida
en el viejo puerto-. Desde esta parte alta del local se puede ver
todo lo que ocurre.
-A mi
tampoco me ha gustado sentarme de espaldas a las ventanas y puertas
-puntualizó Rubén. El viejo joyero y antiguo socio de Pierre Nouvie
sonrió con complicidad.
-Me ha
dicho Parisi que desea hablar conmigo sobre su abuelo. ¿Es usted
amigo suyo? -preguntó mientras tomaba un sorbo de Côtes du Rhône
Villages.
-En
realidad trabajo para ella.
-¿Qué
tipo de trabajo realiza usted?
-Me dedico
a investigar obras de arte -Mr. Canetnes no pareció sorprendido.
-Como un
detective de libros pero con obras de arte.
-Podría
decirse que sí.
Hubo una
nueva pausa. El viejo joyero miraba el puerto a través de las
cristaleras de la puerta. Estaba tranquilo, meditabundo, como el
viejo reloj de pared que parecía no marcar el tiempo.
-¿Qué
desea saber?
-Le seré
franco, Mr. Canetnes, quisiera saber si Pierre Nouvie y Víktor
Petrograd son la misma persona.
Su rostro
permaneció inmutable, sin ningún signo de asombro. Solo una
minúscula sonrisa surgió de la comisura de sus labios.
-Veo que
no se anda por las ramas. ¿Por qué quiere saberlo?
-Estoy
investigando un cuadro que perteneció a Pierre Nouvie y…
-Pintado
por Víktor Petrograd, ¿es cierto? -Rubén miró a Mr. Canetnes
desconcertado. Parecía que estaba esperando aquel momento desde
hacía tiempo-. Imagino que Parisi querrá conocer la verdad de su
pasado y saber si su abuelo era quien decía ser.
-Digamos
que también forma parte de la investigación el pasado de la familia
de Parisi.
El viejo
joyero rompió a reír mientras dejaba la copa de vino sobre la mesa.
-Un cuadro
sube de valor cuando hay una buena historia detrás. Muy astuto señor
Carter -nuevamente su rostro volvió a relajarse, desprendiendo
nostalgia-. ¿Qué versión de la historia quiere oír? ¿La oficial,
la que nos piden que contemos o la que vivimos, la que sufrimos
personalmente?
-Simplemente
la verdad.
-La verdad
-dijo en voz baja, como si esa palabra careciera de sentido-. Quiere
usted saber la verdad -su mirada se posó sobre Rubén unos instantes
y volvió a mirar al puerto-. La historia es complicada. Hubo un
tiempo en que otros escribían la historia y salirse de ella era
peligroso. Tenías que formar parte de la historia o morías. Así de
simple. No te daban opción -hablaba inmerso en sus propios
pensamientos hasta que pareció despertar-. Efectivamente fue el gran
artista ruso Víktor Petrograd y murió para convertirse en un
artesano marsellés llamado Pierre Nouvie.
Rubén
sacó de su bolsa un cuaderno de notas y comenzó a escribir cuanto
decía Mr. Canetnes.
-¿A qué
se debió ese cambio? Según la versión oficial Petrograd falleció
en 1938, cuando estaba en la cúspide de su carrera. ¿Por qué
desapareció dejándolo todo?
-Víktor
Petrograd creía en la Revolución rusa, en los ideales soviéticos,
en el nuevo hombre que Lenin quiso crear. Nació en Kiev, Ucrania,
y pronto comenzó a estudiar arte gracias a sus extraordinarias
dotes. Desde el principio se interesó por el comunismo, por la
historia de la Unión Soviética, sobretodo desde que en 1922 las
Repúblicas Socialistas de Rusia, Transcaucasia,
Ucrania y Bielorrusia se unieran para crear la URSS.
Le fascinaba las victorias del Ejercito Rojo en la Guerra Civil Rusa
de 1917, la ejecución del zar Nicolás II junto a toda su familia y
la guerra Polaco-Soviética de 1919. Creía firmemente en la
necesidad de construir una nueva cultura que borrara todo vestigio
del pasado imperial. Él vio la oportunidad de difundir los valores
soviéticos en sus cuadros y disfrutar de esa libertad creativa que
el zarismo les prohibió -hizo una breve pausa para tomar un poco de
vino-. Sí, joven, antes de la década de los treinta podía
encontrarse corrientes como el vanguardismo, impresionismo,
surrealismo, dadaismo, cubismo o constructivismo porque eran
revolucionarias, atacaban lo tradicional y sumían a los artistas en
la más absoluta libertad creativa. Había mucho entusiasmo en el
nuevo régimen.
-Siempre
supuse que la corriente imperante en la URSS era el realismo
socialista.
-No. Hubo
un tiempo de libertad -el viejo joyero parecía cansado, no
físicamente sino emocional. De su memoria despertaban viejos
recuerdos de rojo sangre-. Estudió primero en la Facultad de Arte
de Járkov y después en la Vjutemás de Moscú. Petrograd
prefería reproducir la vida y costumbres soviéticas, recrear las
hazañas del Ejército Rojo. Los retratos de Stalin, Lenin,
Krestinski, Kámenev y Trotski le valieron la admiración de las
altas autoridades y el reconocimiento de su obra. Subió al Olimpo
soviético. Todos querían ser inmortalizados por él.
Mr.
Canetnes hizo una pausa para llamar a la camarera y pedir una nueva
ronda. Sacó del bolsillo un pañuelo y limpió con sumo cuidado las
gafas.
-Pero algo
sucedió para que cayera del Olimpo.
-Sí. En
1922 Stalin es nombrado Secretario General del Partido Comunista de
la Unión Soviética. Poco a poco fue consolidando su poder dentro
del partido, expulsando a todos aquellos que podían ser sus rivales,
sobretodo a Grigori Zinóviev y León Trotsky. Stalin
tenía pleno dominio sobre el único partido político oficial, el
bolchevique, consiguiendo que el Estado tomara el control económico,
político, social y cultural.
Frunció
el ceño marcando las profundas arrugas. Tenía el semblante
enrojecido de cólera, los labios prietos y la mandíbula tensa.
Pasaron unos segundos de mirada ardiente, despiadada. Intentó
controlar su ira tomando aire lentamente. Luego miró la copa de vino
sorprendido de sostenerla con fuerza. Rubén pensó que iba a
destrozarla de un momento a otro. Dejó que aquel anciano se tomara
su tiempo.
-Supongo
que este control no gustó a todo el mundo - dijo Rubén.
-Se
prohibieron las distintas corrientes artísticas como el vanguardismo
-continuó sin prestar atención a las palabras de Rubén-. Decían
que eran demasiado subjetivistas. La libertad de expresión de los
intelectuales había desaparecido. El acceso al arte y literatura
extranjeras se prohibió por anticomunistas. Habíamos vuelto al
antiguo régimen -sus ojos azules se posaron sobre Rubén con
tremenda tristeza-. Toda la sangre derramada durante años no sirvió
de nada.
Tomó otro
sorbo de vino con cierto sentimiento de culpa. Era un hombre abatido,
cansado de una vida que parecía no ser la suya. Cuanto más contaba,
más parecía que se identificaba con la Unión Soviética. Rubén no
sabía qué pensar. Hasta donde conocía, Mr. Canetnes había sido un
prestigioso joyero francés. Pero algo no encajaba en aquella
conversación cuando hablaba de “nosotros”. Lo que unió a
ambos hombres no fue solo una amistad entre socios. De eso estaba
seguro.
-¿Fue
entonces cuando vino la represión?
-¿Represión?
-miró a Rubén extrañado-. Joven, ha empleado una palabra muy
suave. Yo diría que llegó el genocidio. Entre 1932 y 1933 Petrograd
ya estaba en Moscú abriéndose camino con rapidez. Estaba centrado
en su trabajo, en el nuevo estilo de vida que le brindaba la capital
de un imperio sin emperador. Apenas sabía lo que estaba pasando
fuera de Rusia. En esos dos años Ucrania, junto con otros Estados,
sufrió uno de los peores desastres humanos de su historia. El pueblo
estaba descontento y muchos campesinos se negaban a trabajar en los
koljós. ¿Sabe lo que eran?
-Granjas
colectivas que previamente había expropiado el gobierno.
-Efectivamente.
A los que no querían esclavizarse en el campo los arrestaban y
deportaban, en el mejor de los casos. Cada vez había menos
campesinos y Moscú exigía más rendimiento. La pobreza, la miseria,
la hambruna y la muerte cobró millones de vidas. Rusia no hizo nada
por evitarlo. La familia de Petrograd huyó hacia Rusia temiendo una
mayor represión. A través de distintos contactos consiguió que sus
padres y hermanos se pusieran a salvo en la ciudad rusa de Kursk.
Rubén
recordó las cartas y postales que Parisi encontró en el baúl. La
mayoría eran de Rusia, de la ciudad de Kursk, y otras tantas de
Ucrania. Posiblemente la familia de Petrograd quiso informarle de la
situación por la que estaban pasando.
-Parisi
encontró correspondencia de Kiev y Kursk -confirmó Rubén.
-Supongo
que querían avisar a Petrograd del peligro. Aunque lo peor estaba
por llegar -Mr. Canetnes volvió a sacar el pañuelo de tela y
lentamente limpió sus gafas-. En la década de los treinta se
produjo lo que todos temían, una de las mayores persecuciones y
represiones políticas conocidas como la Gran Purga o Gran
Terror. Era necesario eliminar toda crítica a la política del
Partido Comunista. No hicieron distinciones. El NKVD o
Comisariado del Pueblo para asuntos internos se encargó de
que miembros del mismo Partido Comunista, Politburó, NKVD, Fuerzas
Armadas, anarquistas, socialistas y todo tipo de opositores fueran
detenidos, perseguidos, deportados o ejecutados. No podía permitirse
una revuelta dentro y fuera del gobierno. Y lo más trágico es que
Stalin no se limitó a perseguir personas sospechosamente contrarios
al gobierno -hizo una pausa. Sus ojos se tornaron vidriosos y
apagados. Por su mente estaban pasando imágenes del horror de
aquella Rusia que tan bien parecía conocer. Continuó hablando como
si estuviera solo, como uno monólogo interior-. Stalin ordenó
llevar a cabo limpiezas étnicas y deportaciones de poblaciones
enteras a zonas remotas de la Unión Soviética como Siberia o
Kazakistán. Allí los confinaba en los llamados Gulag,
en aquellos campos de concentración donde la vida era extrema. Pocos
conseguían salir. Les aguardaba la muerte. El politburó
prefería llamarlos oficialmente "campo de trabajo
correctivo". Entre 1936 y 1938 los líderes Grigori
Zinóviev, Lev Kámenev, Karl Rádek, Yuri Piatakov, Grigori
Sokólnikov, Nikolái Bujarin, Alekséi Rýkov, Christian Rakovski,
Nikolái Krestinski y
Génrij Yagoda fueron sentenciados y ejecutados en los llamados
Procesos de Moscú.
-¿Víktor
Petrograd estuvo en el punto de mira del NKVD? ¿La represión fue
el motivo por el que fingiera su muerte huyendo a Francia?
-La
situación política fue una de las causas. En 1937 trabajó
extraoficialmente en el diseño de una estatua que representara la
victoria de la Revolución Rusa. Para su diseño se inspiró en una
koljosiana. La estatua iba a ser colosal, de oro puro. Para el
trabajo se crearon distintos grupos de forma que nadie conociera el
proyecto. Todo se mantuvo en secreto. Sin embargo, a mediados de 1938
se produjeron una serie de ejecuciones y desapariciones de Comisarios
del Pueblo de la Hacienda Soviética. Grinkó, Krestinski,
Margoulis y Kagán,
fueron ejecutados el 15 de marzo. Y tras ellos funcionarios y
personal que trabajaron en el diseño y construcción de la estatua.
Todos estaban acusados de pertenecer al “bloque
trotskista-derechista”. Petrograd se sintió defraudado. Todo
por lo que había luchado, sus ideales, su total lealtad al gobierno
se había desvanecido. Sitió que había vivido en una mentira y, en
cierto aspecto, se sentía responsable de la muerte de millones de
personas al apoyar a Stalin.
-Y en
abril de 1938 decidió escapar.
-Temió
por su vida y por la de su familia.
-¿Como
consiguió escapar?
-Con mi
ayuda -dijo Mr. Canetnes mostrando una leve sonrisa mientras
observaba la cara de sorpresa de Rubén-. Sí, joven, tenía una
deuda con él y la sigo teniendo con Parisi. Por este motivo le estoy
contando todo lo que sé.
-No
comprendo.
-Cuando
los Petrograd huyeron de Ucrania, en 1933, fueron acogidos por mi
familia en Kursk. Allí permanecieron a salvo hasta que en 1937
fueron deportados a Siberia. Mis padres fueron ejecutados, sin previo
juicio, por acoger a criminales -hubo un largo silencio. Rubén
estaba inmóvil, boquiabierto, con el bolígrafo en la mano a punto
de caer. Tardó unos segundos en reaccionar-. Por entonces yo
trabajaba aquí, en Marsella, como joyero. Aunque la verdadera razón
era la de vigilar a los del SIFNE y evitar que sabotearan los barcos
que partían hacia España con ayuda para la zona republicana.
»Mi
nombre real es Mijaíl Nayemnik. Fui espía durante el gobierno del
Frente Popular francés. Y al igual que le ocurrió a Petrograd, yo
también deserté, me quedé en Marsella y viví en el gobierno de
Vichy. Ya sabrá la historia. Francia pasa de ayudar a los
republicanos a firmar alianzas con la España de Franco. Aquí nos
conocíamos todos. Sabíamos que el periodista José Plá y
hombre de confianza del exministro Cambó era un espía del
bando Nacional español. Su organización estaba en la Cours
Joseph Thierry, 37. ¿Piensa que en la guerra todo fueron bombas?
Sin nosotros, sin los espías, el ejército nunca hubiera sabido
donde y cuando disparar.
»A
través de enlaces que venían en los barcos rusos, me llegó la
noticia de las ejecuciones de los Comisarios
del Pueblo de la Hacienda Soviética.
A los pocos días, finales de marzo de 1938, recibo una carta desde
Moscú sin remitente que decía simplemente: “Ha
fallecido el camarada Víktor Petrograd. Rogamos asista a su
entierro”. Enseguida lo
comprendí. Había que sacarlo de Rusia como fuera. Otros escritores
y artistas habían sido deportados y Víktor podía correr la misma
suerte. De nada servía que se codeara con las altas esferas del
Partido Comunista. El NKVD
era capaz de todo.
»Finalmente
conseguí que él, su mujer y su hijo embarcaran en un carguero rumbo
a España. Paró en el puerto de Barcelona y continuó hasta
Marsella. Desde aquí le conseguí una identidad nueva. Era mi
trabajo. No me resultó difícil. Y le prometí que no le fallaría.
Nos hicimos socios. Él quiso mantener el anonimato trabajando en el
taller mientras yo me movía entre la alta burguesía francesa.
Rubén
apuntó cada palabra al ritmo de un taquígrafo. Hubiera sido más
fácil grabarlo si no fuera porque el antiguo espía soviético se
negó. La historia era fascinante a la vez que estremecedora. Ellos
habían sido unos supervivientes que necesitaban ser escuchados. Sin
embargo, era hora de cambiar de tercio y abordar el asunto del
cuadro.
-Al
principio hemos hablado de un cuadro que Parisi heredó de su abuelo.
Ahora estamos de acuerdo que fue pintado por la misma persona. ¿Sabe
qué puede representar y por qué no lo firmó?
Mr. Canetnes miró a Rubén con cierta
extrañeza.
-¿Por
qué habla en singular y no se refiere a los cuadros? -Rubén no supo
qué responder-. Los cuatro cuadros que mi viejo amigo pintó son su
legado, pero también su venganza. Yo le animé a pintarlos. Sí. Le
dije que la obra póstuma de un artista, del artista, podía ser muy
rentable a largo plazo. Así que pintó los cuatro y me encargué de
darlos a conocer en el Museo
de Kiev.
-Dos años después de su muerte -precisó
Rubén.
-Efectivamente,
en 1940. Fue incluido en el catálogo y luego se vendieron tres. Sacó
una gran fortuna. Se compró una casa en el campo y vivió
cómodamente.
-¿Por qué no vendió el cuarto cuadro?
Reunir el conjunto hubiera supuesto mayor beneficio.
-Joven
-dijo con una sonrisa malévola-, el cuarto cuadro es la clave de su
venganza.
-No comprendo.
-Averígüelo
usted mismo. Sé que tiene relación con el asesinato de Mr. Huguet,
el anticuario parisino. Solo hay una persona que está dispuesta a
matar por conseguir el cuarto cuadro.
-Supongo que usted lo sabe.
Mr.
Canetnes cogió una servilleta, pidió a Rubén el bolígrafo y
escribió el nombre con mano temblorosa. Una vez terminado, la dobló
lentamente y la puso sobre el cuaderno de notas.
Reproduzco
a continuación el nombre que anoté en el bloc de notas:
-Voy a darle un consejo de viejo zorro.
Tenga mucho cuidado. Esta persona es muy peligrosa. No escatimará en
gastos hasta conseguir el cuadro y reunir la colección.
-¿Qué
tienen de especial los cuatro cuadros?
-Le he dado mucha información.
Averígüelo. Eso sí, no se fie de nadie ni de nada. No todo lo que
ve es real. En la historia, como en la vida, siempre se ocultan
cosas. Le toca a usted descubrirlas.
En
ese instante subió la camarera portando un pequeño sobre. Se acercó
a Rubén y se lo entregó. Al parecer lo había llevado un empleado
del hotel en el que se hospedaba. Abrió el sobre y encontró una
escueta nota sin firmar:
“Hemos
encontrado una pista. Te esperamos en la Basílica. Date prisa”.
-Siento
dejarle pero he de marcharme -el viejo joyero asintió con la cabeza
aceptando su disculpa-. Agradezco toda la información que me ha
aportado. Este es mi número de teléfono por si recuerda algo más.
-Tenga mucho cuidado joven. Está jugando
con fuego.
Rubén
cogió su bolsa y salió hacia Quai
de Rive Neuve
dirección Boulevard
André Aune.
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