miércoles, 26 de abril de 2017

El cuadro. Capítulo 7


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Tras la cena Isabel improvisó unos primeros auxilios a Rubén. Le curó las heridas del rostro y le puso una venda en el costado mientras César le llevaba un analgésico. Cuando el dolor fue remitiendo, los tres pasaron al estudio y se sentaron cómodamente en los sillones de cuero. La estancia era agradable, acogedora, cubierta de antiguas alfombras persas como le gustaban a Isabel, cuadros rememorando viejas batallas napoleónicas mezclado con una mesa de finales del XVIII y vitrinas y estanterías de nogal estilo Luis XVI. Cada sillón tenía una mesita supletoria, estilo regencia de tejo redonda con pedestal central, en la que había una pequeña lámpara de Tiffany. La luz creaba un ambiente íntimo, misterioso.

César se acercó a un mueble bar estilo Luis XVI de caoba, con marquetería floral de boj y maderas frutales creando complejos diseños geométricos. Cogió una botella de cristal tallado que contenía Armagnac y preparó dos copas. Le gustaba porque era el brandy más antiguo de Francia, aunque lo más correcto era llamarlo “aygue ardente”. Isabel prefirió un té con unas gotas de limón.

-¿Sabíais que el arte de la destilación practicada por los árabes en España llegó por los Pirineos a Gascuña en el siglo XII? Tenemos mucho en común españoles y franceses -dijo César como buen anfitrión-. Bueno, mis queridos amigos, creo que es hora de que me digáis qué está pasando aquí. ¿Por qué os persiguen y qué relación tenéis con Parisi?

Rubén tomó la iniciativa reconstruyendo cronológicamente los hechos desde la muerte de la abuela de Parisi.

-Según nos contó Parisi, su abuela murió el veintiocho de febrero y tres días más tarde fue a la casa de campo para hacer inventario. Allí encontró el baúl con las cartas, postales y el lienzo.

-Y un antiguo reloj de bolsillo -apuntilló Isabel.

-El día cuatro de marzo viaja a París para que Mr. Huguet lo examinara, luego vuelve a Marsella y lleva varios bocetos a nuestro buen amigo César para venderlos.

-Por una mísera cantidad -dijo César-. Reconozco mi ignorancia, no supe valorarlos.

-Ese mismo día añades a tu catálogo los bocetos y aparece, como por arte de magia, un comprador el viernes día cinco. El mismo comprador del tatuaje en el brazo que me ha atacado esta noche -Rubén se llevó la mano al costado.



-Cierto. No imaginaba que alguien estuviera interesado en los bocetos. No mostró ese interés típico de alguien que ha encontrado un pequeño tesoro entre ruinas.

-César, ya sabes que cuanto menos interés pone un comprador más valor tiene la pieza -dijo Isabel con mirada maliciosa. El viejo anfitrión sonrió cómplice, recordando la primera vez que hizo negocios con Isabel. Fue una lucha sangrienta por unas pequeñas figuras de porcelana: Lucinda, Octavio y Scaramouche de “La Commedia dell’Arte”. Según César estaban firmadas por el mismo Bustelli mientras que Isabel rebatía que era una pobre imitación. El viejo anticuario se irritaba cada que vez Isabel, divertida, le daba clases de porcelana fabricada en Nymphenburg, antiguo ducado de Baviera. Al final la partida quedó en tablas llevándose la pieza a cambio de otras que ella le ofreció.

-Querida, la primera vez que quisiste engañarme, tu actuación fue sublime. Ni la propia Aracne hubiera tejido argumentos tan sutiles como los tuyos -Isabel se ruborizó.

-Es indiscutible que el detonante de esta situación fue la publicación de los bocetos en el catálogo. Alguien había descubierto una mínima parte de material inédito que podía alcanzar en el mercado una fortuna.

-El hecho de querer comprar los bocetos con tanta rapidez significa que conocía al autor -añadió Isabel.

El rostro de César mudo en una mezcla de culpabilidad y tristeza, sintiéndose avergonzado por la decisión que tomó aquel día.

-¡Oh, Dios mio! -exclamó- He sido un estúpido poniendo en peligro a la pobre Parisi. Nunca me lo perdonaré -su mirada se perdía recordando el momento en que el hombre del tatuaje entró para comprar los bocetos-. Él estaba muy interesado en aquellos dibujos. Dijo que era un coleccionista. Y me pidió el nombre de la persona a la que se los había comprado. Idiota de mi, viejo insensato -se levantó del sillón de cuero y comenzó a caminar sobre la alfombra persa de un lado para otro del estudio-. Yo fui quien le dio el nombre de Parisi. Pensaba que ella podría hacer buen negocio. Tenía que haber hecho de intermediario, como siempre -paró en seco presa del pánico-. Soy un asesino. Por mi culpa también ha muerto Huguet. Yo le llevé a la condena y ahora han ido a por ti, Rubén.

Isabel se levantó en busca de César como una madre que encuentra a su hijo sollozando. Tenía la habilidad de tranquilizar con esa suave voz, susurrante y delicada.

-No tienes la culpa de lo ocurrido. Eres una persona de buena fe que intentaste hacer lo mejor. Otro hubiera sacado buena tajada a costa de Parisi. Pero tú no. No puedes culparte de lo que otros hagan. Tarde o temprano hubiera ocurrido todo esto -César miró sus profundos ojos esmeralda, sintiendo una profunda paz jamás imaginada. Isabel le sonrió con dulzura acariciándole la mejilla derecha.

-Supongo que no somos dioses perfectos -dijo César.

-Para eso estamos aquí -el viejo anticuario volvió a sentarse abatido, cogiendo el vaso de Armagnac con mano temblorosa-. La cuestión es: ¿como sabía de la existencia del cuadro que Isabel envió a París si estuvo escondido en un baúl durante décadas? -preguntó Isabel.

-Muy sencillo. La persona que hay detrás de “Caín” tiene relación con Pierre Nouvie, el abuelo de Parisi.

Isabel y César se miraron confusos.

-Cuando César proporcionó el nombre de Parisi, el hombre del tatuaje sabía que ella tenía el cuadro. ¿Quién si no? Fue entonces cuando al día siguiente, sábado por la noche, tiene lugar el robo en casa de Parisi -Rubén paró un momento pensativo, intentando anudar cada hecho-. Al no encontrar el cuadro en la casa, decide viajar el lunes a la tienda de Mr. Huguet en París.

-Lo que no me cuadra -dijo Isabel- es como supo que el lienzo estaba en París.

-De la misma forma que, hasta ahora, ha conocido todos nuestros pasos. Apuesto que también hay micrófonos en casa de Parisi -Rubén cogió el vaso de Armagnac, se levantó y caminó por el estudio como un profesor de historia-. Recapitulando. Nuestro misterioso hombre sabe de la existencia de los bocetos sabiendo su valor e intuyendo que detrás está el cuadro. Va a la tienda de César para averiguar quien tiene el cuadro. Va a casa de Parisi, la registra y al no encontrarlo pone micrófonos. Al día siguiente, domingo, ella llama a Mr. Huguet para informarle que han entrado en su casa, posiblemente buscando el cuadro. Temerosa de que vayan a París, le pide que entregue el lienzo a un antiguo novio. Esa conversación es escuchada por nuestro ladrón a través de los micrófonos. Una vez que sabe donde está, viaja a París el lunes. De alguna manera intenta que Mr. Huguet le diga donde está escondido el lienzo, le presiona hasta que lo mata.

César miraba a Rubén con interés, siguiendo cada razonamiento de los hechos. Sentado en el sillón, se sentía más calmado, casi somnoliento por el efecto del Armagnac.

-¿Como supo que nosotros estábamos involucrados? -preguntó Isabel. Sus ojos destellaban bajo la luz dorada de la lámpara inglesa.

-De algún modo supo que Parisi se había puesto en contacto con nosotros y planeó la forma de controlarnos. Es muy sospechoso dos asaltos sin robo. ¿Con quién cenaste la noche del jueves día once, cuando yo estaba por los túneles de Madrid en busca del Desfile en la Plaza Roja?

-Eso no te incumbe -dijo molesta, intimidada-. Era un cliente.

-No me malinterpretes. Creo que no fue fortuita la cena.

-Es un empresario ruso llamado Dmitri Prestupleniye, interesado en que hiciera de intermediaria para la venta de unas joyas de la época de los zares.

-Dmitri Prestupleniye -repitió Rubén susurrando, como si el nombre fuera tabú-. El mismo nombre que Mr. Canetnes, el joyero y antiguo socio de Pierre Nouvie, me ha dicho esta noche antes de salir hacia la basílica. Apuesto que es él quien está detrás de todo esto.



-Si me permitís un inciso -intervino César con sonrisa malévola-, sé de buena tinta que Dmitri Prestupleniye es un empresario muy importante en la actual Rusia. Dirigió muchas fábricas durante la Unión Soviética y, tras la caída del comunismo, gran parte de ellas se privatizaron siendo el accionista mayoritario. Es uno de los hombres más ricos de Rusia. Si estáis en lo cierto, Dmitri es el Minotauro que mueve los hilos de esta grotesca red y vosotros sois el Teseo y la Ariadna que lleguen hasta él.

-Bien, supongamos que mi cliente es el que descubre los bocetos y manda a Marsella al tipo del tatuaje para recuperar el lienzo. Pero sigo sin saber, ¿qué papel desempeñamos en esta historia?

-Muy sencillo. La única forma de llegar al lienzo de Parisi es a través de nosotros. Quizás haya decidido evitar más muertes y dejar que nosotros le conduzcamos hasta él. Para ello tenía que conocer todos nuestros pasos por medio de micrófonos y cámaras. Apuesto que Dmitri robó El Desfile en la Plaza Roja a Ignacio Gorján para que yo fuera a por él y ausentarme de mi apartamento y de la tienda, mientras te entretenía con una larga cena. Así podía enviar a su hombre a poner los micrófonos. Es la única explicación que encuentro. La emboscada y el hecho de encontrar un micrófono con GPS en mi bolsa de tela confirma mi teoría.

-La verdad es que también he encontrado un aparato pequeño en mi bolso, parecido a una pila de reloj.

-Por tanto, desde el jueves saben cada movimiento que hemos realizado, cada conversación en el estudio sobre los bocetos, el cuadro recuperado, la carta de Parisi y el análisis inicial de las imágenes del lienzo que nos mandó en el pendrive. A través de los micrófonos y localizadores GPS nos siguieron hasta aquí, Marsella. El hombre tatuado estaba en el mismo Ferry Boat al que subimos con Parisi ayer. Sabía donde nos hospedábamos y el lugar más lógico para tenderme la emboscada.

Hubo un largo silencio en el estudio. César disfrutaba de aquella extraordinaria historia como había hecho de niño con las novelas de aventuras. Se levantó, cogió la botella de cristal tallado y vertió más Armagnac a Rubén.

-¿Qué tiene de especial el lienzo de Parisi como para asesinar y tejer toda esta conspiración? -preguntó César intrigado.

-No se trata de un cuadro sino de cuatro, pintados por el mismo Víktor Petrograd en 1940.

-¡Eso es imposible! -exclamó César sorprendido intentando no derramar Armagnac-. Petrograd murió en 1938, dos años antes. ¿Como es posible?

Rubén arqueó los labios en una sonrisa maliciosa. Sabía que comenzaba la parte más interesante de toda la investigación.

-Imposible si nos atenemos a la versión oficial.

Durante una hora Rubén explicó la conversación que mantuvo con Mr. Canetnes aquella noche, en el Bar de la Marine. Confirmó que Pierre Nouvie, el abuelo de Parisi, era realmente Víktor Petrograd, el famoso pintor ruso de origen ucraniano. Hizo un repaso de su vida, de los estudios en la Facultad de Arte de Járkov y en los Talleres de Enseñanza Superior del Arte y de la Técnica de Moscú; el ascenso hacia las altas esferas gracias a la promoción en sus cuadros de los ideales de la Revolución Rusa y sus protagonistas; las creencias en esos ideales, en el nuevo hombre soviético. Pero también habló de la época que le tocó vivir, esa oscura página de la historia en la que Stalin sembró el terror. Hizo referencia a la represión, la hambruna que dejó miles de muertos en Ucrania, su país natal, la deportación y fusilamiento de muchos de los campesinos, la huida de sus padres y hermanos a la ciudad rusa de Kursk y la posterior deportación a Siberia en 1937.



-Todo por lo que había luchado Víktor Petrograd desapareció -pensó Isabel en voz alta.

-Cierto, la situación cambió radicalmente para él. Ese sueño de libertad por el que tanto lucharon y murieron miles de rusos en la Revolución de Octubre, duró poco tras la llegada de Stalin al poder. Y eso dejó un profundo vacío a Petrograd. Se sentía culpable por formar parte de una política que repugnaba. Vio morir a muchos amigos, artistas e intelectuales como él, por el simple hecho de no militar en las mismas creencias del Partido Comunista.

-”La naturaleza ha hecho al hombre feliz y bueno, pero la sociedad lo deprava y lo hace miserable” -dijo César citando a Rousseau-. No hay cosa peor que la traición a un pueblo. Si hubiera sido Petrograd, habría pasado la guillotina a ese Judas de Stalin y toda su camarilla de filisteos.

-Precisamente tú, que no eres capaz de matar una mosca -dijo Isabel con una sonrisa.

-En sentido figurado, querida.

Rubén volvió a sentarse en el sillón entre Isabel y César. Se inclinó hacia delante apoyando los codos en las piernas y habló pausadamente, con voz baja, como si no quisiera que nadie más oyera lo que quedaba por contar.

-En 1937 le encargaron extraoficialmente un trabajo. Según Mr. Canetnes, le mandaron diseñar una “estatua que representara la victoria de la Revolución Rusa”. Para ello se inspiró en una koljosiana.

-De ahí los bocetos que descubrió Parisi en el baúl -dedujo Isabel.

-Efectivamente. Esos bocetos eran pequeños ensayos para lo que luego debía ser una gran colosal estatua de oro puro. El proyecto se mantuvo en secreto. Incluso se crearon distintos grupos, independientes unos de otros, para que nadie supiera cual era el objetivo del trabajo -Rubén hizo una pausa para servirse otro vaso de Armagnac-. El detonante de su falsa muerte llegó en 1938. Comisarios del Pueblo de la Hacienda Soviética fueron detenidos y ejecutados el quince de marzo. Le siguió la misma suerte trabajadores que intervinieron en el proyecto de la koljosiana. Víktor Petrograd se sintió perseguido. Temía por su vida. En aquel entonces ya estaba casado y tenía un hijo. No lo dudó. Se había convertido en un elemento subversivo a los ojos del régimen estalinista y en cualquier momento podía ser detenido y ejecutado.

-¿Como consiguió escapar? -preguntó Isabel.

Rubén explicó que tras fingir su muerte pidió ayuda a un viejo conocido, que tiempo atrás acogió a su familia en Kursk. Se trataba de un espía soviético que actuaba como importante joyero en Marsella, Mr. Canetnes, cuyo nombre real era Mijaíl Nayemnik. César no podía dar crédito a lo que escuchaba. Durante décadas cultivó una gran relación de amistad con aquel joyero. Las importantes relaciones del antiguo espía habían permitido a César alcanzar clientes exclusivos, de la alta burguesía francesa, y hacer importantes transacciones en la venta de joyas antiguas. Muchas de las colecciones más importantes de la aristocracia rusa pasaron por sus manos gracias a Mr. Canetnes.


-Al igual que Víktor Petrograd, el espía soviético desertó. Se quedó en Marsella viviendo bajo el gobierno de Vichy. Ambos se asociaron y llevaron adelante la joyería. Mr. Canetnes ejercía de relaciones públicas y Víktor Petrograd, transformado en Pierre Nouvie, pasó a un segundo plano dirigiendo el taller. La pareja perfecta.

-Ahora comprendo por qué existen cuatro cuadros de Víktor Petrograd pintados años después de su muerte -dijo César intentando asimilar toda la información.

-Ahí está el enigma -sonrió maliciosamente Rubén -Isabel y César lo miraron con una mezcla de desconcierto y asombro-. Petrograd no dejaba de reprimir ese odio hacia un gobierno que le había traicionado. Quería hacer algo para espantar los fantasmas del pasado, a la vez que pretendía redimirse por su apoyo inicial a Stalin. Mr. Canetnes le propuso pintar una serie de cuadros, supuestamente póstumos, que le dieran un gran valor en el mercado y dejarlo como herencia a su hijo. A la vez, podía poner en práctica su venganza dejando plasmado en ellos el gran secreto que llevaba consigo desde que escapó de Moscú. Petrograd los pintó y el antiguo espía se encargó de darlos a conocer en el Museo de Kiev.

-Según BJ, en 1940 fueron incluidos en el catálogo del museo -añadió Isabel.

-Efectivamente. De alguna forma, tres de los cuadros fueron vendidos por una gran cantidad de dinero mientras que el cuarto desapareció.

-Apuesto que la casa de campo de los abuelos de Parisi fue comprada con esa venta.

-El nuevo Petrograd vivió cómodamente en la casa de campo. Clandestinamente se dedicó en sus ratos libres a lo que más amaba, la pintura en todos sus estilos. Durante el día trabajaba en el taller y por la noche se encerraba en su estudio rodeado de lienzos, pinturas y pinceles.

-Siempre pensé que la noche es solo para los románticos, los artistas que buscan su particular musa -César enarcó las cejas, suspirando con cierta nostalgia por tiempos pasados.

-Lo cierto es que esta tarde he podido ver toda la colección de pintura en la casa de campo -intervino Isabel-. He de reconocer que nunca había visto cientos de obras de arte apiladas y cubiertas de polvo. Petrograd fue un genio de la pintura. Allí había obras de todos los estilos vanguardistas. No tenía nada que ver a la obra del pintor ruso. Como si Pierre Nouvie y Víktor Petrograd fueran distintos.

-¿Antagónicos quizás? -preguntó César.

-Exacto. El realismo socialista frente al puro vanguardismo.

-¿En cuanto se puede cuantificar la colección? -preguntó César con la sonrisa de un lobo.

Isabel no podía contestar. Aquello le había desbordado por completo.

-Lo único que puedo decir es que, de salir a la luz toda esta historia, la herencia de Parisi sería millonaria, no solo por los cuadros, también por la importancia mediática que supondría el descubrimiento: publicación de estudios sobre su obra, tesis, conferencias, exposiciones itinerantes, etc.

César ya estaba imaginando todo un mercado en torno al descubrimiento.

-De todas formas -interrumpió Rubén acaparando las miradas de ambos-, no podemos perder de vista los cuatro cuadros. Hay que averiguar qué secreto esconden para que Dmitri Prestupleniye esté dispuesto a matar.

-Poco sabemos de los cuadros -continuó Isabel-. El primero representa unos barcos zarpando de un puerto, quizás el de Marsella; el segundo puede apreciarse unos ferrocarriles en los que soldados van cargando cajas de madera; el tercero, el que Rubén recuperó de la casa de Dmitri, trata de un desfile militar en la Plaza Roja de Moscú; y el cuarto, según las imágenes en alta definición que Parisi nos envió, se trata de la entrada de una casa señorial, rodeada de un gran jardín con una estatua femenina de oro.


-¿Puede tratarse de la famosa Koljosiana de oro que representa la Victoria de la Revolución? -preguntó César aún conociendo la respuesta.

-No hay ninguna duda -sentenció Isabel-. Los bocetos coinciden con la estatua.

-Bien. En ese caso, mis queridos amigos, será mejor que estudiéis con detenimiento los cuatro cuadros y descubráis el secreto -volvió a reinar el silencio en el estudio. El área de luz que marcaban las pequeñas lámparas creaban una atmósfera de misterio. Los tres permanecieron absortos, dejando llevar la imaginación por aquella excitante vida de sueños, esfuerzos, traiciones y deserciones-. Solo quisiera deciros una cosa que quizás os pueda servir de punto de partida -continuó César tras meditarlo-. Recordar que Víktor Petrograd aprendió mucho sobre espionaje gracias a su socio. Hay muchas formas de ocultar mensajes. 

viernes, 21 de abril de 2017

El cuadro. Capítulo 6


- 6 -


Al final del Boulevard André Aune había un pequeño arbolado que indicaba el límite de la zona urbana con la colina de la basílica. Estaba en la intersección de Rue Fort du Sanctuaire, a la izquierda, con Montée de LOratoire, a la derecha. Rubén tomó esta última vía iniciando un ascenso por el pedregoso camino peatonal. Las farolas solo iluminaban la calzada de doble sentido, dejando la otra zona en penumbra. No había nadie. Reinaba una absoluta tranquilidad acompañada de la suave y fresca brisa marina. Avanzó cuesta arriba, alejándose cada vez más de Montée de la Bonne Mère. Era una larga travesía cuyo último tramo de escalones hacía más fatigosa la subida. La Basílica de Notre-Dame de la Garde estaba asentada sobre una colina de dos niveles o terrazas. En el primero, una explanada albergaba el parking solo para turismos mientras que en el nivel superior se encontraba el conjunto monumental rodeado de grandes miradores.

Rubén llegó hasta el edificio de piedra junto al Musée de N. D. de la Garde. Desde un extremo, junto a las escaleras, se divisaban unas hermosas vistas del viejo puerto y la zona antigua de Marsella. Aquel era un extraordinario enclave, un lugar estratégico donde podía controlarse gran parte de la costa. Todo estaba inquietamente desierto. Continuó caminando por  el perímetro de la basílica sin encontrar a Isabel y Parisi. Volvió sobre sus pasos hasta el museo y bajó unas escaleras hacia el nivel inferior. El parking estaba completamente vacío. Algo fallaba. Sacó su smartphone y marcó el número de Isabel.

-¿Isabel donde estáis? -preguntó Rubén.

-Seguimos en la casa de campo -contestó con naturalidad-. ¿Como ha ido la entrevista con  Mr. Canetnes?

Un largo y frío silencio se interpuso entre ambos. Rubén contuvo la respiración mientras sus ojos miraban rápidos la explanada. Le habían tendido una trampa.

-Bien -contestó con calma-. Luego te llamo.

Colgó sin dejar de mirar a su alrededor. Inmóvil, en medio de la explanada, bajo la estatua de la Virgen, giró la cabeza lentamente mientras se ajustaba la bolsa de tela a modo de bandolera. Los músculos se tensaron poniendo en alerta los cinco sentidos. Solo el crujir de los árboles y el sonido de la brisa rompían el incómodo silencio. Sabía que era un blanco fácil. Desde cualquier lugar podían observarle o, en el peor de los casos, apuntarle con un arma. Agudizó el oído y miró a la derecha donde había dos salidas: las escaleras que llevaban al museo y la que conducía, colina abajo, a la carretera. En cuestión de segundos su corazón empezó a latir deprisa. Llenando los pulmones de aire, salió corriendo por la pendiente de la colina, sorteando los escalones para llegar al cruce de la carretera. Solo cuando giró a la izquierda surgió, de un pequeño saliente donde había una cruz, una gran sombra que se abalanzó sobre él. Rubén perdió el equilibrio saliendo de la carretera hacia la arbolada. Lo siguiente fue confuso. Un golpe contra el tronco de un árbol y el desplome en el suelo. Le dolía la cabeza. Intentó levantarse cuando sintió varias patadas en el estómago y costado. Instintivamente protegió la cara con los brazos mientras se arrastraba entre piedras y ramas secas. Desde abajo pudo ver brevemente la figura a contra luz, vestido de oscuro y encapuchado. Se inclinó hacia Rubén, agarró la correa de la bolsa y tiró con fuerza llevándolo bruscamente hasta la calzada. No recuerda cuanta distancia recorrió por el duro asfalto, sujetando con fuerza la bolsa y balanceándose a modo de contrapeso para desestabilizarlo. Continuaron por la carretera unos metros abajo hasta que recuperó el control deshaciéndose del misterioso encapuchado. Instantáneamente se incorporó propinándole una patada directa en el estómago que le hizo retroceder hasta caer al suelo. Rubén reanudó la huida por Montée de LOratoire en dirección a la salida del recinto. Pero justo antes de llegar a la curva, le sorprendió encontrar la cancela de hierro cerrada.
Paró en seco intentando mantener la calma. El pulso seguía acelerado. Mientras oía los pasos de la siniestra sombra, descubrió que la cancela terminaba en puntiagudos barrotes como lanzas. No podía sortearla. Por el lado derecho había un desnivel de varios metros de altura imposible de saltar. Solo quedaba la alternativa de subir el terraplén de la izquierda y caminar entre los árboles y el suelo rocoso. Se encaramó por la pared de piedra y abrió paso entre oscuridad y maleza. El atacante lo alcanzó volviendo a caer al suelo. Esta vez el golpe contra las rocas resultó más duro, provocándole un fuerte dolor en espalda y abdomen que hizo estremecerse. Ambos rodaron por el terraplén hasta llegar al otro lado de la carretera. Apenas podía moverse. Estaba desorientado. El encapuchado lo cogió de la camisa levantándolo hasta estrellarlo contra la cancela. Rubén se cogió fuertemente a los barrotes manteniendo el equilibrio. En ese momento le vio la cara. Era la misma persona que la noche anterior iba en el Ferry Boat haciendo fotografías sin flash.

-Dame la bolsa -dijo con acento extranjero mientras extendía el brazo izquierdo.

Rubén la sujetó fuertemente.

-Ven a por ella.

Apoyado contra la cancela, esperó el avance del otro y, cuando lo tenía casi encima, lanzó una patada en la rodilla izquierda. Aprovechando que perdía el equilibrio le asestó varios derechazos en toda la cara hasta tumbarlo. El contacto de sus nudillos con la mandíbula le produjo un fuerte dolor que se extendió por toda la mano. Aquel hombre comenzó a echar sangre por la nariz mientras quedaba tendido en el suelo. Rubén dio media vuelta y siguió la carretera hasta llegar a una especie de glorieta en la Place du Colonel Edon. Confuso por no haber llegado al Boulevard, como esperaba, avanzó por la Rue Montée de LOratoire. A duras penas podía correr. Le dolía la espalda y el costado derecho. Con cada paso la respiración se hacía más difícil. Siguió hasta encontrar una bocacalle que llevaba al boulevard. Giró por la derecha en Rue des Oblats bajando hasta encontrar el Boulevard André Aune. Le faltaba el aliento, respiraba con dificultad y un nuevo dolor agudo en la base del tórax hacía casi imposible continuar. Paró un segundo para tomar aire cuando surgió de lo alto de la calle la amenazante sombra. Respiró profundamente y siguió corriendo. Sus piernas apenas respondían. Iba de un lado para otro intentando no perder el equilibrio. Sentía la respiración más agitada y la boca seca. Solo cuando creía caer al suelo vio a lo lejos un taxi. Tomó fuerzas y, con el brazo levantado, bajó por el centro de la calzada. Solo necesitó unos segundos para subir y pedir al taxista que diera la vuelta hacia el puerto. Por la ventanilla trasera vio como aquella figura se hacía cada vez más pequeña.

Del bolsillo sacó un paquete de pañuelos. Mientras se limpiaba la cara descubrió que el taxista le observaba por el espejo retrovisor con cierta desconfianza, pensando que había sido mala elección recogerlo. En vista de la situación, decidió sacar un billete de veinte euros y ponerlos en el asiento del copiloto.

-Voici un acompte -dijo Rubén mientras el taxista recogía el billete con una sonrisa.

Ya no podía volver al hotel ni a casa de Parisi, dos lugares posiblemente vigilados. Durante veinte minutos estuvieron recorriendo el centro de Marsella sin rumbo fijo. Necesitaba calmarse, pensar y buscar un refugio. Aún no comprendía como había podido caer en la emboscada. Tenía que haber llamado a Isabel al salir del bar y verificar la autenticidad del mensaje. Ahora comprendía las últimas palabras del viejo joyero: realmente estaba jugando con fuego. Con mano temblorosa volvió a secarse el sudor. Tenía los nudillos ensangrentados por el puñetazo. Apenas podía mover los dedos. Por la ventanilla observó los antiguos edificios, vestigio del segundo Imperio, cuando miles de barcos llegaban de las distintas colonias. Realmente toda Marsella giraba en torno a la cala del viejo puerto, toda su expansión se iniciaba allí, justo donde marineros griegos procedentes de Asia Menor la fundaron en el año 600 a.C. «Tú también escondes secretos», pensó Rubén mientras contemplaba a lo lejos un punto blanco suspendido en la oscuridad de la noche. Era la basílica que seguía alzada como un faro. Su mirada se perdió en profundos pensamientos. Miraba pasar los coches, la gente, pero no se fijaba en ellos. Seguía preguntándose como sabían que estaba en  Marsella, se hospedaba en el Hôtel La Residence Du Vieux Port, había ido al Bar de la Marine aquella noche y, lo más importante, como supieron que la Basílica de Notre-Dame de la Garde era el lugar indicado para la emboscada. «A ver -pensó-, solo hay dos personas que saben que estamos en Marsella: BJ y Parisi. BJ está descartado, tiene sus principios y nunca se vendería a nadie. Parisi fue la que nos contrató y está también en el punto de mira. Entonces, ¿quién nos vigila y de qué forma?».

De alguna manera alguien conocía cada paso que daban Isabel y Rubén, no solo sus localizaciones sino también lo que pensaban hacer. En ese momento reconoció que no era una coincidencia los intentos de robo en casa de Parisi y en la tienda, como tampoco la presencia de aquel turista en el Ferry Boat, el mismo que le había agredido. Rubén volvió a mirar el punto luminoso de la basílica, aquel templo asentado sobre una fortaleza. Pronto recordó la cripta construida en la roca, como una caja fuerte. « ¿De qué forma se puede controlar los movimientos de una persona? Escondiendo un localizador GPS», razonó. Rápidamente abrió la bolsa y sacó todo el contenido. Miró en el bloc de notas, el bolígrafo, la cartera de piel donde guardaba toda su documentación, la tablet y en el smartphone. Por algún lado debía estar escondido algún localizador minúsculo. Era la única solución racional que se le ocurría. Luego miró en la bolsa de tela. Siempre la llevaba consigo. Revisó cada uno de los pliegues y costuras, miró en el interior, los bolsillos, el cierre y la correa. Volvió a palpar la parte de fuera hasta que descubrió una doble costura en un lateral, entre uno de los pliegues. Era minúsculo y apenas perceptible. Del bolsillo sacó un llavero y utilizó una de las llaves para rasgar el hilo. Con sumo cuidado fue empujando una pequeña pieza de metal parecida a una pila de botón. Hizo una fotografía y se la mandó a BJ. La respuesta fue rápida y contundente: Localizador GPS y micrófono. Todo cuadraba. Alguien entra a robar y no se lleva nada. No había duda de que realmente el robo fue una excusa para introducir micrófonos. Si él llevaba uno era posible que también Isabel llevara otro.

Un halo de paranoia se apoderó de Rubén. No se sentía seguro en ningún lugar, todos le parecían sospechosos. Envió nuevamente un mensaje: Limpieza urgente en tienda y casa. BJ sabía qué hacer, realizar un barrido en la tienda y en la casa de Rubén en busca de micrófonos y cámaras ocultas. Luego envió a Isabel un mensaje encriptado: Nos han puesto micrófonos y localizadores. Busca en tu bolso y deshazte de él. Nos vemos en casa de César. Procura que no os sigan.

Bajó unos centímetros la ventanilla del taxi y lanzó lejos el localizador. Dejó que el aire diera en su rostro mientras aspiraba profundamente, sintiendo como se llenaban los pulmones de aire fresco. Cerró los ojos. No dejaba de ver el aspecto de su atacante, delgado, vestido de negro con sudadera de capucha que le permitía moverse entre la penumbra sin ser visto; tenía los rasgos de la cara bien marcados, fruto de una vida dura, la cabeza rapada al cero y barba bien afeitada. De hecho su mirada era penetrante y fría, llena de odio y maldad. Un rasgo importante que recordó en el taxi fue el tatuaje que llevaba en el brazo izquierdo: un pentagrama invertido dentro de un círculo formado por una serpiente enroscada. «¿Será la marca de Caín?», se preguntó. Nunca se había enfrentado a un personaje así y esperaba no cruzarse con él nuevamente. Aún sentía el intenso dolor en el costado aunque el aire le reconfortaba. Miró al taxista y le indicó que fuera a la Rue Edmond Rostand.

La Rue Edmond Rostand estaba en el corazón del barrio antiguo, conocido por el barrio de las antigüedades, en el distrito sexto y octavo de Marsella. Durante la Revolución Francesa se llamó Rue du Marbre, en 1860 lo sustituyeron por Rue Montaux hasta que en 1919, en homenaje al dramaturgo Edmond Rostand, se modificó por el actual nombre. En aquella zona vivía César Bloziat, un viejo anticuario bien conocido por Isabel y Rubén con el que tenían excelente trato personal y profesional. Era un hombre delgado, elegante, de costumbres refinadas. Su apariencia exquisita era semejante a la cultura y educación de la que hacía gala cuando se trataba de obras de arte. Tenía cierta sensibilidad a la hora de valorar un cuadro o una pieza antigua. Vivía cerca de la tienda, en una modesta casa que había decorado elegantemente. Pocas veces había visitado Rubén la casa, y en cada ocasión sentía la misma tranquilidad y acomodo que en la tienda de antigüedades de Madrid. Era como estar en otra época donde el tiempo corría hacia atrás, escapando de la mundanal y frenética vida actual. Recibió a Rubén con toda la hospitalidad del buen anfitrión.

-¡Por Dios Santo! -exclamó al ver el mal aspecto de Rubén-, pareces un espartano ¿Con quién te has peleado esta vez, con los macedonios?

-Sí, pero esta vez Selasia no ha sido derrotada. Aunque poco ha faltado.

-Entra y te aseas un poco mientras preparo un whisky. Lo vas a necesitar.

Rubén tenía la mejilla derecha morada y diversos rasguños en el rostro. Afortunadamente el tabique de la nariz y la mandíbula estaban intactos aunque no podía decir lo mismo de las costillas. Se lavó la cara y alisó el pelo. Salió por el pasillo que conducía a las distintas habitaciones y al cruzar el estudio descubrió una cosa que le desconcertó. Sobre la mesa había varios bocetos parecidos a los que Parisi les envió. Eran los mismos bocetos que Pierre Nouvie había dibujado para la construcción de la Koljosiana. Entró para verlos más de cerca mientras César aparecía con dos vasos de whisky.

-¿Donde has conseguido estos bocetos? -preguntó Rubén.

-Me los vendió una joven muy agradable la semana pasada -respondió mientras dejaba el whisky sobre dos posavasos redondos de arenisca con dibujos ecuestres.

-¿Se llamaba Parisi Nouvie?

César tardó unos segundos en contestar haciendo memoria.

-Creo que sí. Parecía la Madonna Sixtina. Tenía la piel blanca, sonrosada, y un pelo largo rubio. Y sus ojos, de un extraordinario azul. Si fuera Rafael la hubiera hecho mi musa -se sentó en un sillón de cuero con una naturalidad estudiada, cruzando las piernas y posando el vaso de whisky sobre una mesita de nogal-. ¿A qué viene ese interés por los bocetos?

-Son de Víktor Petrograd -César contuvo la respiración unos segundos. Intentaba mantener la serenidad fingiendo desinterés. Lo que había comprado a Parisi valía una fortuna y no había sido capaz de reconocerlo. Pausadamente tomó un trago de whisky, sin prisas, disfrutando de su sabor-. ¿Los bocetos que compraste a Parisi los incluiste en tu catálogo?

-Sí,  al día siguiente se presentó un joven interesado por alguno de ellos.

-¿Ese joven era delgado, con la cabeza rapada y tenía un tatuaje en el brazo izquierdo?

El semblante de César cambió. Poco a poco iba desapareciendo esa firmeza y confianza de hombre de mundo. Estaba perplejo, no comprendía lo que estaba ocurriendo.

-¿Como lo sabes?

-Es el mismo que me ha atacado esta noche.

-¿Isabel está bien?

-Sí, está con Parisi fuera de la ciudad. Le he dicho que venga hacia aquí.

-Por Júpiter, es más grave de lo que pensaba. ¿Tienes alguna idea de quién puede ser? -Rubén negó con la cabeza. Volvió a mirar los bocetos y, con el vaso de whisky en la mano, se dejó caer en el otro sillón de cuero. Cerró los ojos unos instantes, respirando profundamente para mitigar el dolor del costado-. Mi querido amigo. Ya sabes que os podéis quedar aquí todo el tiempo que necesitéis. Esta es vuestra casa. Naturalmente no es Versalles, pero hay todo lo necesario para pasar una temporada hasta que amaine la tormenta.

-Te lo agradezco César pero es mejor que mañana a primera hora volvamos a Madrid.

César asintió con la cabeza. Desde Madrid podían continuar la investigación más fácilmente, tenían todos los recursos necesarios y el apoyo técnico.

A la una de la madrugada llegó Isabel a casa de César. La primera impresión al ver el lamentable estado de Rubén fue de sorpresa seguida de lástima y miedo. No paraba de hablar rápido y hacer preguntas continuamente. César la calmó ofreciéndole una taza de tila.

-Se nos ha ido todo de las manos -dijo Isabel tomando pequeños sorbos de infusión. No dejaba de mirar a Rubén con cierta ternura.

-Creo que nos estamos acercando y eso inquieta a algunas personas. Esta noche he descubierto bastantes secretos de familia que aclaran el pasado de Parisi y dan un vuelco a la línea de investigación de los cuadros. Ya es el momento de reunir todas las pruebas y analizarlas.

-¡Fantástico! -exclamó César mientras se levantaba enérgicamente-. Hijos míos, antes de descorrer el fino velo de Isis, os propongo una ligera y apetitosa cena. Poneros cómodos. Intuyo que la noche va a ser larga e interesante. Aquí, en mi humilde santuario, podréis desentrañar los entresijos de este misterio.

jueves, 20 de abril de 2017

El cuadro. Paréntesis 2

Desde que publiqué la quinta parte de Antiquarius: El cuadro, me han llegado muchos mensajes de personas molestas por el enfoque histórico de los inicios de la Unión Soviética, sobretodo en lo concerniente a los genocidios desde 1918 hasta 1940. Muchos consideran que no hubo tal represión y que todo fue producto de la situación conflictiva del momento.

No me toca valorar moral y éticamente lo sucedido en los episodios llamados Terror Rojo, Colectivización, Gran Pugna o Limpieza étnica. Mi objetivo es consultar todo tipo de fuentes, sin hacer restricciones ideológicas, y dar a conocer esa parte de la historia de forma objetiva.

En este caso, el contexto se desarrolla en la etapa negra de la Unión Soviética de Stalin, una etapa que se ha repetido en otros momentos de la historia como en la Revolución Francesa donde hubo represión y ejecuciones entre 1793 y 1794; Alemania del Tercer Reich (1933-1945) con seis millones de víctimas en campos de concentración; España de Franco de 1939 con 50.000 fusilados; Camboya de Pol Pot donde los Jemeres Rojos asesinaron a un millón y medio de personas entre 1975 y 1979; Revolución China de Mao Tse-Tung en la que murieron entre 18 y 32 millones de personas en el período de 1958 a 1961; Régimen militar chileno de Augusto Pinochet en el que se torturó y ejecutó a 35.000 personas entre 1973 y 1990. La lista es larga y podemos observar que un cambio socio-político brusco lleva a una etapa de represión, sea cual sea la ideología. Las revoluciones son positivas si con ello avanza la humanidad hacia una cultura de tolerancia y paz. El problema surge cuando aquellos que lucharon por los Derechos Humanos llevan a cabo políticas de represión, censura o limpieza étnica para mantenerse en el poder y salvaguardar los mismos ideales contra los que se luchó. Toda una paradoja.

Por tanto, no critico que el comunismo sea bueno o malo en función de la represión estalinista, solo doy a conocer unos hechos para que usted los valore y realice una crítica constructiva. Confío en su buen criterio.

Agradezco a los que me habéis escrito porque, independientemente de que comparta o no las opiniones, me han aportado muchos puntos de vista sobre la historia. No me importa que su opinión sea favorable o contraria, siempre y cuando se haga con argumentos y respeto.

Un saludo,


David Bruma

viernes, 7 de abril de 2017

El cuadro. Capítulo 5



- 5 -


A las nueve de la noche Rubén llegó al Bar de la Marine, en el muelle de Rive-Neuve del Vieux Port. Era un bar muy acogedor decorado al estilo de los años treinta, desde donde se podía contemplar todo lo ancho del puerto. En la parte superior estaba sentado un hombre delgado, de estatura mediana que, a pesar de su avanzada edad, se mantenía erguido, enérgico. Vestía un pantalón gris, camisa blanca y rebeca. Los años no le habían privado de una espléndida cabellera peinada hacia atrás, aunque menos voluminosa que en sus tiempos jóvenes. Parecía moverse con lentitud, sin prisa, queriendo saborear cada segundo de vida. No tenía prisa.



Rubén avanzó por un pasillo, flanqueado por las mesas y la barra, hacia la escalera circular. Arriba, junto a la escalera, estaba él, observando atentamente a través de unas gafas de pasta negra. Sus ojos eran de un azul profundo, muy despiertos, que contrastaban con ese aire despreocupado de quien había vivido intensamente y ahora permanecía en la reserva, arropado por los recuerdos. Rubén se sentó a su izquierda después de un cortés saludo.

-Siempre me ha gustado este lugar -comenzó Mr. Canetnes con la mirada perdida en el viejo puerto-. Desde esta parte alta del local se puede ver todo lo que ocurre.

-A mi tampoco me ha gustado sentarme de espaldas a las ventanas y puertas -puntualizó Rubén. El viejo joyero y antiguo socio de Pierre Nouvie sonrió con complicidad.

-Me ha dicho Parisi que desea hablar conmigo sobre su abuelo. ¿Es usted amigo suyo? -preguntó mientras tomaba un sorbo de Côtes du Rhône Villages.

-En realidad trabajo para ella.

-¿Qué tipo de trabajo realiza usted?

-Me dedico a investigar obras de arte -Mr. Canetnes no pareció sorprendido.

-Como un detective de libros pero con obras de arte.

-Podría decirse que sí.

Hubo una nueva pausa. El viejo joyero miraba el puerto a través de las cristaleras de la puerta. Estaba tranquilo, meditabundo, como el viejo reloj de pared que parecía no marcar el tiempo.

-¿Qué desea saber?

-Le seré franco, Mr. Canetnes, quisiera saber si Pierre Nouvie y Víktor Petrograd son la misma persona.

Su rostro permaneció inmutable, sin ningún signo de asombro. Solo una minúscula sonrisa surgió de la comisura de sus labios.

-Veo que no se anda por las ramas. ¿Por qué quiere saberlo?

-Estoy investigando un cuadro que perteneció a Pierre Nouvie y…

-Pintado por Víktor Petrograd, ¿es cierto? -Rubén miró a Mr. Canetnes desconcertado. Parecía que estaba esperando aquel momento desde hacía tiempo-. Imagino que Parisi querrá conocer la verdad de su pasado y saber si su abuelo era quien decía ser.

-Digamos que también forma parte de la investigación el pasado de la familia de Parisi.

El viejo joyero rompió a reír mientras dejaba la copa de vino sobre la mesa.

-Un cuadro sube de valor cuando hay una buena historia detrás. Muy astuto señor Carter -nuevamente su rostro volvió a relajarse, desprendiendo nostalgia-. ¿Qué versión de la historia quiere oír? ¿La oficial, la que nos piden que contemos o la que vivimos, la que sufrimos personalmente?

-Simplemente la verdad.

-La verdad -dijo en voz baja, como si esa palabra careciera de sentido-. Quiere usted saber la verdad -su mirada se posó sobre Rubén unos instantes y volvió a mirar al puerto-. La historia es complicada. Hubo un tiempo en que otros escribían la historia y salirse de ella era peligroso. Tenías que formar parte de la historia o morías. Así de simple. No te daban opción -hablaba inmerso en sus propios pensamientos hasta que pareció despertar-. Efectivamente fue el gran artista ruso Víktor Petrograd y murió para convertirse en un artesano marsellés llamado Pierre Nouvie.

Rubén sacó de su bolsa un cuaderno de notas y comenzó a escribir cuanto decía Mr. Canetnes.

-¿A qué se debió ese cambio? Según la versión oficial Petrograd falleció en 1938, cuando estaba en la cúspide de su carrera. ¿Por qué desapareció dejándolo todo?

-Víktor Petrograd creía en la Revolución rusa, en los ideales soviéticos, en el nuevo hombre que Lenin quiso crear. Nació en Kiev, Ucrania, y pronto comenzó a estudiar arte gracias a sus extraordinarias dotes. Desde el principio se interesó por el comunismo, por la historia de la Unión Soviética, sobretodo desde que en 1922 las Repúblicas Socialistas de Rusia, Transcaucasia, Ucrania y Bielorrusia se unieran para crear la URSS. Le fascinaba las victorias del Ejercito Rojo en la Guerra Civil Rusa de 1917, la ejecución del zar Nicolás II junto a toda su familia y la guerra Polaco-Soviética de 1919. Creía firmemente en la necesidad de construir una nueva cultura que borrara todo vestigio del pasado imperial. Él vio la oportunidad de difundir los valores soviéticos en sus cuadros y disfrutar de esa libertad creativa que el zarismo les prohibió -hizo una breve pausa para tomar un poco de vino-. Sí, joven, antes de la década de los treinta podía encontrarse corrientes como el vanguardismo, impresionismo, surrealismo, dadaismo, cubismo o constructivismo porque eran revolucionarias, atacaban lo tradicional y sumían a los artistas en la más absoluta libertad creativa. Había mucho entusiasmo en el nuevo régimen.

-Siempre supuse que la corriente imperante en la URSS era el realismo socialista.

-No. Hubo un tiempo de libertad -el viejo joyero parecía cansado, no físicamente sino emocional. De su memoria despertaban viejos recuerdos de rojo sangre-. Estudió primero en la Facultad de Arte de Járkov y después en la Vjutemás de Moscú. Petrograd prefería reproducir la vida y costumbres soviéticas, recrear las hazañas del Ejército Rojo. Los retratos de Stalin, Lenin, Krestinski, Kámenev y Trotski le valieron la admiración de las altas autoridades y el reconocimiento de su obra. Subió al Olimpo soviético. Todos querían ser inmortalizados por él.



Mr. Canetnes hizo una pausa para llamar a la camarera y pedir una nueva ronda. Sacó del bolsillo un pañuelo y limpió con sumo cuidado las gafas.

-Pero algo sucedió para que cayera del Olimpo.

-Sí. En 1922 Stalin es nombrado Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética. Poco a poco fue consolidando su poder dentro del partido, expulsando a todos aquellos que podían ser sus rivales, sobretodo a Grigori Zinóviev y León Trotsky. Stalin tenía pleno dominio sobre el único partido político oficial, el bolchevique, consiguiendo que el Estado tomara el control económico, político, social y cultural.

Frunció el ceño marcando las profundas arrugas. Tenía el semblante enrojecido de cólera, los labios prietos y la mandíbula tensa. Pasaron unos segundos de mirada ardiente, despiadada. Intentó controlar su ira tomando aire lentamente. Luego miró la copa de vino sorprendido de sostenerla con fuerza. Rubén pensó que iba a destrozarla de un momento a otro. Dejó que aquel anciano se tomara su tiempo.

-Supongo que este control no gustó a todo el mundo - dijo Rubén.

-Se prohibieron las distintas corrientes artísticas como el vanguardismo -continuó sin prestar atención a las palabras de Rubén-. Decían que eran demasiado subjetivistas. La libertad de expresión de los intelectuales había desaparecido. El acceso al arte y literatura extranjeras se prohibió por anticomunistas. Habíamos vuelto al antiguo régimen -sus ojos azules se posaron sobre Rubén con tremenda tristeza-. Toda la sangre derramada durante años no sirvió de nada.

Tomó otro sorbo de vino con cierto sentimiento de culpa. Era un hombre abatido, cansado de una vida que parecía no ser la suya. Cuanto más contaba, más parecía que se identificaba con la Unión Soviética. Rubén no sabía qué pensar. Hasta donde conocía, Mr. Canetnes había sido un prestigioso joyero francés. Pero algo no encajaba en aquella conversación cuando hablaba de “nosotros”. Lo que unió a ambos hombres no fue solo una amistad entre socios. De eso estaba seguro.

-¿Fue entonces cuando vino la represión?

-¿Represión? -miró a Rubén extrañado-. Joven, ha empleado una palabra muy suave. Yo diría que llegó el genocidio. Entre 1932 y 1933 Petrograd ya estaba en Moscú abriéndose camino con rapidez. Estaba centrado en su trabajo, en el nuevo estilo de vida que le brindaba la capital de un imperio sin emperador. Apenas sabía lo que estaba pasando fuera de Rusia. En esos dos años Ucrania, junto con otros Estados, sufrió uno de los peores desastres humanos de su historia. El pueblo estaba descontento y muchos campesinos se negaban a trabajar en los koljós. ¿Sabe lo que eran?

-Granjas colectivas que previamente había expropiado el gobierno.

-Efectivamente. A los que no querían esclavizarse en el campo los arrestaban y deportaban, en el mejor de los casos. Cada vez había menos campesinos y Moscú exigía más rendimiento. La pobreza, la miseria, la hambruna y la muerte cobró millones de vidas. Rusia no hizo nada por evitarlo. La familia de Petrograd huyó hacia Rusia temiendo una mayor represión. A través de distintos contactos consiguió que sus padres y hermanos se pusieran a salvo en la ciudad rusa de Kursk.

Rubén recordó las cartas y postales que Parisi encontró en el baúl. La mayoría eran de Rusia, de la ciudad de Kursk, y otras tantas de Ucrania. Posiblemente la familia de Petrograd quiso informarle de la situación por la que estaban pasando.

-Parisi encontró correspondencia de Kiev y Kursk -confirmó Rubén.

-Supongo que querían avisar a Petrograd del peligro. Aunque lo peor estaba por llegar -Mr. Canetnes volvió a sacar el pañuelo de tela y lentamente limpió sus gafas-. En la década de los treinta se produjo lo que todos temían, una de las mayores persecuciones y represiones políticas conocidas como la Gran Purga o Gran Terror. Era necesario eliminar toda crítica a la política del Partido Comunista. No hicieron distinciones. El NKVD o Comisariado del Pueblo para asuntos internos se encargó de que miembros del mismo Partido Comunista, Politburó, NKVD, Fuerzas Armadas, anarquistas, socialistas y todo tipo de opositores fueran detenidos, perseguidos, deportados o ejecutados. No podía permitirse una revuelta dentro y fuera del gobierno. Y lo más trágico es que Stalin no se limitó a perseguir personas sospechosamente contrarios al gobierno -hizo una pausa. Sus ojos se tornaron vidriosos y apagados. Por su mente estaban pasando imágenes del horror de aquella Rusia que tan bien parecía conocer. Continuó hablando como si estuviera solo, como uno monólogo interior-. Stalin ordenó llevar a cabo limpiezas étnicas y deportaciones de poblaciones enteras a zonas remotas de la Unión Soviética como Siberia o Kazakistán. Allí los confinaba en los llamados Gulag, en aquellos campos de concentración donde la vida era extrema. Pocos conseguían salir. Les aguardaba la muerte. El politburó prefería llamarlos oficialmente "campo de trabajo correctivo". Entre 1936 y 1938 los líderes Grigori Zinóviev, Lev Kámenev, Karl Rádek, Yuri Piatakov, Grigori Sokólnikov, Nikolái Bujarin, Alekséi Rýkov, Christian Rakovski, Nikolái Krestinski y Génrij Yagoda fueron sentenciados y ejecutados en los llamados Procesos de Moscú.

-¿Víktor Petrograd estuvo en el punto de mira del NKVD? ¿La represión fue el motivo por el que fingiera su muerte huyendo a Francia?

-La situación política fue una de las causas. En 1937 trabajó extraoficialmente en el diseño de una estatua que representara la victoria de la Revolución Rusa. Para su diseño se inspiró en una koljosiana. La estatua iba a ser colosal, de oro puro. Para el trabajo se crearon distintos grupos de forma que nadie conociera el proyecto. Todo se mantuvo en secreto. Sin embargo, a mediados de 1938 se produjeron una serie de ejecuciones y desapariciones de Comisarios del Pueblo de la Hacienda Soviética. Grinkó, Krestinski, Margoulis y Kagán, fueron ejecutados el 15 de marzo. Y tras ellos funcionarios y personal que trabajaron en el diseño y construcción de la estatua. Todos estaban acusados de pertenecer al “bloque trotskista-derechista”. Petrograd se sintió defraudado. Todo por lo que había luchado, sus ideales, su total lealtad al gobierno se había desvanecido. Sitió que había vivido en una mentira y, en cierto aspecto, se sentía responsable de la muerte de millones de personas al apoyar a Stalin.

-Y en abril de 1938 decidió escapar.

-Temió por su vida y por la de su familia.

-¿Como consiguió escapar?

-Con mi ayuda -dijo Mr. Canetnes mostrando una leve sonrisa mientras observaba la cara de sorpresa de Rubén-. Sí, joven, tenía una deuda con él y la sigo teniendo con Parisi. Por este motivo le estoy contando todo lo que sé.

-No comprendo.

-Cuando los Petrograd huyeron de Ucrania, en 1933, fueron acogidos por mi familia en Kursk. Allí permanecieron a salvo hasta que en 1937 fueron deportados a Siberia. Mis padres fueron ejecutados, sin previo juicio, por acoger a criminales -hubo un largo silencio. Rubén estaba inmóvil, boquiabierto, con el bolígrafo en la mano a punto de caer. Tardó unos segundos en reaccionar-. Por entonces yo trabajaba aquí, en Marsella, como joyero. Aunque la verdadera razón era la de vigilar a los del SIFNE y evitar que sabotearan los barcos que partían hacia España con ayuda para la zona republicana.

»Mi nombre real es Mijaíl Nayemnik. Fui espía durante el gobierno del Frente Popular francés. Y al igual que le ocurrió a Petrograd, yo también deserté, me quedé en Marsella y viví en el gobierno de Vichy. Ya sabrá la historia. Francia pasa de ayudar a los republicanos a firmar alianzas con la España de Franco. Aquí nos conocíamos todos. Sabíamos que el periodista José Plá y hombre de confianza del exministro Cambó era un espía del bando Nacional español. Su organización estaba en la Cours Joseph Thierry, 37. ¿Piensa que en la guerra todo fueron bombas? Sin nosotros, sin los espías, el ejército nunca hubiera sabido donde y cuando disparar.

»A través de enlaces que venían en los barcos rusos, me llegó la noticia de las ejecuciones de los Comisarios del Pueblo de la Hacienda Soviética. A los pocos días, finales de marzo de 1938, recibo una carta desde Moscú sin remitente que decía simplemente: “Ha fallecido el camarada Víktor Petrograd. Rogamos asista a su entierro”. Enseguida lo comprendí. Había que sacarlo de Rusia como fuera. Otros escritores y artistas habían sido deportados y Víktor podía correr la misma suerte. De nada servía que se codeara con las altas esferas del Partido Comunista. El NKVD era capaz de todo.

»Finalmente conseguí que él, su mujer y su hijo embarcaran en un carguero rumbo a España. Paró en el puerto de Barcelona y continuó hasta Marsella. Desde aquí le conseguí una identidad nueva. Era mi trabajo. No me resultó difícil. Y le prometí que no le fallaría. Nos hicimos socios. Él quiso mantener el anonimato trabajando en el taller mientras yo me movía entre la alta burguesía francesa.



Rubén apuntó cada palabra al ritmo de un taquígrafo. Hubiera sido más fácil grabarlo si no fuera porque el antiguo espía soviético se negó. La historia era fascinante a la vez que estremecedora. Ellos habían sido unos supervivientes que necesitaban ser escuchados. Sin embargo, era hora de cambiar de tercio y abordar el asunto del cuadro.

-Al principio hemos hablado de un cuadro que Parisi heredó de su abuelo. Ahora estamos de acuerdo que fue pintado por la misma persona. ¿Sabe qué puede representar y por qué no lo firmó?

Mr. Canetnes miró a Rubén con cierta extrañeza.

-¿Por qué habla en singular y no se refiere a los cuadros? -Rubén no supo qué responder-. Los cuatro cuadros que mi viejo amigo pintó son su legado, pero también su venganza. Yo le animé a pintarlos. Sí. Le dije que la obra póstuma de un artista, del artista, podía ser muy rentable a largo plazo. Así que pintó los cuatro y me encargué de darlos a conocer en el Museo de Kiev.

-Dos años después de su muerte -precisó Rubén.

-Efectivamente, en 1940. Fue incluido en el catálogo y luego se vendieron tres. Sacó una gran fortuna. Se compró una casa en el campo y vivió cómodamente.

-¿Por qué no vendió el cuarto cuadro? Reunir el conjunto hubiera supuesto mayor beneficio.

-Joven -dijo con una sonrisa malévola-, el cuarto cuadro es la clave de su venganza.

-No comprendo.

-Averígüelo usted mismo. Sé que tiene relación con el asesinato de Mr. Huguet, el anticuario parisino. Solo hay una persona que está dispuesta a matar por conseguir el cuarto cuadro.

-Supongo que usted lo sabe.

Mr. Canetnes cogió una servilleta, pidió a Rubén el bolígrafo y escribió el nombre con mano temblorosa. Una vez terminado, la dobló lentamente y la puso sobre el cuaderno de notas.

Reproduzco a continuación el nombre que anoté en el bloc de notas:



-Voy a darle un consejo de viejo zorro. Tenga mucho cuidado. Esta persona es muy peligrosa. No escatimará en gastos hasta conseguir el cuadro y reunir la colección.

-¿Qué tienen de especial los cuatro cuadros?

-Le he dado mucha información. Averígüelo. Eso sí, no se fie de nadie ni de nada. No todo lo que ve es real. En la historia, como en la vida, siempre se ocultan cosas. Le toca a usted descubrirlas.

En ese instante subió la camarera portando un pequeño sobre. Se acercó a Rubén y se lo entregó. Al parecer lo había llevado un empleado del hotel en el que se hospedaba. Abrió el sobre y encontró una escueta nota sin firmar:

Hemos encontrado una pista. Te esperamos en la Basílica. Date prisa”.

-Siento dejarle pero he de marcharme -el viejo joyero asintió con la cabeza aceptando su disculpa-. Agradezco toda la información que me ha aportado. Este es mi número de teléfono por si recuerda algo más.

-Tenga mucho cuidado joven. Está jugando con fuego.


Rubén cogió su bolsa y salió hacia Quai de Rive Neuve dirección Boulevard André Aune.

martes, 4 de abril de 2017

El cuadro. Capítulo 4



- 4 - 

Antes de continuar con la crónica he de pedir perdón por la tardanza en publicar esta cuarta parte. No hay excusa para alguien que dispone de abundante información. Sin embargo, los datos que Mr. Canetnes aportó en su momento los he tenido que contrastar con terceras fuentes. No quiero adelantar echos, pero han pasado siete años y parte de los protagonistas de la crónica, como el viejo joyero, ya no están entre nosotros. Es por esta razón por lo que necesito consultar más fuentes y descartar que haya contrariedades. Agradezco vuestra paciencia y, como muestra de mi compromiso, he decidido aportar la información que BJ envió a Isabel y Rubén antes de que este se entrevistara con  Mr. Canetnes. Aseguro que no es un mero capítulo para entretener, todo lo contrario. BJ aportó muchas pistas que posteriormente ayudó a Rubén en la entrevista. Lejos que perder el tiempo, considero que arroja algo de luz a lo que va a venir en la parte quinta.

Reitero mi agradecimiento por vuestra paciencia y comprensión.

David Bruma



Desde la terraza del  Hôtel La Residence Du Vieux Port podía verse todo lo ancho del Vieux Port, las embarcaciones, los antiguos edificios bordeando como murallas erosionadas por el tiempo y, al fondo, el Théâtre La Criée, la Opéra de Marseille y la asombrosa basílica de Notre-Dame de la Garde. La torre de la Basílica prevalecía sobre el resto de la estructura, en lo alto de la colina, como si de un faro se tratara. Mientras Isabel preparaba el equipo fotográfico, Rubén llamó a BJ en busca de alguna pista antes de hablar con el viejo joyero Mr. Canetnes. 

-¿Diga? -preguntó una voz somnoliente.

-BJ, no me digas que aún sigues durmiendo -dijo Rubén mientras activaba la opción de manos libres en el smartphone.

-¿Eres tú Rubén? ¿Qué hora es?

-Las tres de la tarde. 

Al otro lado de la línea se escuchó un bostezo seguido de un largo silencio.

-Aunque no lo creas BJ, el mundo sigue girando.

-No me digas. Que siga girando. Anoche di más vueltas en un minuto que el mundo en una hora. 

BJ tenía tres grandes pasiones: parkour, ajedrez e informática. En todos los casos sobresalía, ganándose el respeto y admiración de sus colegas. Desde hacía un tiempo ayudaba a Isabel y Rubén en el profundo y oscuro mundo digital. A cambio, podía permitirse pagar los estudios y parte del alquiler del piso de estudiantes. También era altruista. Colaboraba con varias asociaciones en proyectos sociales y de cuando en cuando daba charlas a los niños sobre los peligros de las redes sociales. 

-¿Otra vez habéis entrenado en el parque Madrid Río? -preguntó Rubén.

-Sí. Casi me jodo el brazo izquierdo con el salto de precisión 360 grados.

-Me conformo con que no lleves encima el portátil cada vez que saltes.

-No sabía que estaba prohibido llevarlo encima -dijo irónicamente. BJ se incorporó de la cama, a juzgar por los sonidos de fondo, y  comenzó a teclear con la misma velocidad que sus saltos-. Tengo la información que me pediste. Te lo he mandado por correo electrónico encriptado con PGP.

-¿Qué me puedes decir de Pierre Nouvie?.

-Bueno, a decir verdad, poco. No consta fecha de nacimiento, aunque sí la de su muerte, en el año dos mil, a los noventa años. Estuvo casado con Jeanne y tuvieron un hijo llamado Jean Pierre -hubo una pausa con un constante tecleo de fondo-. Parece que tenía buenas habilidades con el diseño porque creó joyas para la burguesía francesa. Aunque trabajaba en un taller de Marsella, sus creaciones viajaron por toda Francia.

-Si sus creaciones fueron famosas, ¿como es que nunca se ha hablado de él?

-Porque el sello o la firma era de la casa Canet. 

-Canet de  Mr. Canetnes -puntualizó Rubén-.  El genio detrás del socio capitalista.

-Por lo que he podido encontrar, las joyas comenzaron a ser famosas a principios de los años cuarenta del siglo pasado. Supongo que por entonces empezó a trabajar para  Mr. Canetnes. 

-Interesante.

-En cuanto al “Desfile en la Plaza Roja”, forma parte de cuatro cuadros pintados por Víktor  Petrograd. Nadie se pone de acuerdo en la fecha en que se pintaron y, aunque no tienen firma, todos coinciden en que es de este pintor ruso. De los cuatro cuadros, el primero reproduce un puerto con cuatro buques zarpando, el segundo un tren atravesando un helado paisaje, el tercero es el desfile y el cuarto, supuestamente, una casa señorial. 

-¿Supuestamente? -preguntó Rubén desconcertado.

-Sí. Hay un catálogo del Museo de Kiev donde viene una reseña de los cuatro cuadros. Estuvieron expuestos muy poco tiempo. Luego tres de ellos se vendieron y el cuarto desapareció. No hay imágenes del cuarto cuadro, nadie lo ha visto desde entonces.

-¿Cuando fueron expuestos los cuadros?

-En 1940. Un par de meses.

BJ dejó de teclear y un largo silencio se hizo en la habitación. Rubén mantenía la mirada abstraída, perdida dirección a la colina de la Basílica. 

-¿Y Víktor  Petrograd? -preguntó mientras cogía la tablet para tomar notas.

-He indagado en la red rusa y ha habido más suerte. Aunque fue un pintor ruso, nació en Kiev, Ucrania, en 1910. Hijo de un importante industrial que amasó fortuna gracias  a la revolución industrial del imperio ruso. Por lo visto destacó desde muy pequeño por sus grandes dotes para la pintura. Primero fue a la Facultad de Arte de Járkov y después a la Vjutemás o Talleres de Enseñanza Superior del Arte y de la Técnica de Moscú. Fue aquí donde destacó por sus obras -hubo un silencio seguido del sonido de las teclas del ordenador-… “de corte patriótico, retratando fielmente el espíritu de la Revolución de Octubre”. Retrató a los que encabezaron el Politburó: Lenin, Trotski, Stalin, Kámenev y Krestinski. Estuvo afiliado en la Asociación de Artistas de la Rusia Revolucionaria dentro del... “movimiento realismo socialista”.

-Eso significa que se rodeó de los personajes más importantes e influyentes de la Unión Soviética.

-Sí. Según varios historiadores del arte rusos entró en los círculos cercanos a Stalin. Parece que toda su obra giró en torno a la…, un momento -dijo BJ mientras marcaba con el ratón óptico un párrafo-, “glorificación de la sociedad socialista, reflejando la fuerza, virtudes y felicidad del proletariado”. Entre los cuadros importantes, además de los grandes personajes de la época, hay pinturas sobre las granjas colectivas de los koljós, obreros en las fábricas y en las asambleas de los trabajadores o sóviets y, sobretodo, “plasmó fielmente las hazañas de la Revolución de octubre y los enfrentamientos contra el ejército de  Aleksandr Kolchak y las revueltas de los antibolcheviques”.

-Todo un ferviente soviético -dijo Rubén mientras descargaba la documentación en la tablet que BJ le había enviado por correo electrónico-. ¿Qué más tienes?

-Nada más -se produjo un silencio-. Sí, nada más. En 1937 dejó de pintar cuadros y oficialmente murió en abril de 1938. He buscado por la Internet profunda, realizado búsquedas con palabras clave en distintos idiomas y nada. Parece como si se lo hubiera tragado la tierra -Isabel escuchaba atentamente mientras hacía memoria del arte realista soviético. Los datos que BJ había conseguido eran verosímiles, aunque poco aportaban a la investigación-. Siento no poder aportar más información. Ya sabéis que la historia siempre se ha escrito en papel.

BJ tenía razón. La mayoría de la historia estaba en los archivos, en sótanos oscuros  enclaustrados bajo llave excluidos de las nuevas tecnologías. Pero también podía haber otro tipo de archivo más veraz y accesible.

-No te preocupes BJ -dijo Rubén-, has hecho un buen trabajo. Me has dado muchos datos importantes. Ahora solo queda consultar un archivo que nadie conoce:  Mr. Canetnes. Seguro que tiene mucho que contar.

Isabel y Rubén se quedaron mirando unos segundos, como si se comunicaran a través del pensamiento. Sus miradas lo expresaban todo.

-Cada vez veo más posible que Pierre Nouvie y Víktor  Petrograd sean la misma persona -dijo Isabel.

-Estoy de acuerdo contigo. Coinciden los lugares y las fechas, que ha encontrado BJ, con las  cartas y postales legadas a Parisi. La cuestión es por qué desapareció Petrograd  si lo tenía todo en la Unión Soviética. Era famoso, se codeaba con la “realeza” soviética, formaba parte de esa élite de “ingenieros del alma”. 

-¿Y qué tienen que ver los cuadros en todo esto? ¿Qué tienen de especial para que alguien robe o mate? -Isabel cogió un cuaderno de notas y buscó una página en concreto-. Por lo pronto sabemos que hay cuatro cuadros. Eso confirmado. Tres de ellos los tiene Ignacio Gorján y el cuarto lo tiene escondido el exnovio de Parisi. 

-Debemos saber porqué Víktor Petrograd dejó de pintar en 1937 y simuló su muerte en 1938 para convertirse en  Pierre Nouvie -Rubén se levantó de la silla y comenzó a recoger su material de investigación mientras Isabel ultimaba la bolsa fotográfica-. Bien, estudia  todos los cuadros que hay en la casa de campo e intenta que Parisi te aporte más información, lo que sea, aunque parezca que no tiene importancia. Confío en que el antiguo socio, Mr. Canetnes, esclarezca los hechos. Después de tantos años trabajando juntos seguro que conoce muchos secretos.