domingo, 12 de marzo de 2017

Introducción

¿Es la historiografía y la  historiología una ciencia exacta? ¿El pasado es realmente tal y como nos la cuentan? ¿Se enseñan en los colegios la historia de manera imparcial o se adapta a las exigencias políticas, culturales, religiosas e ideológicas? ¿Qué ocurre con esa intrahistoria de la que nos habla el maestro Unamuno? En los años que he trabajado para la Fundación Tetra he visto muchas versiones de la historia. Todas ellas son legítimas bajo el punto de vista del estudioso, que las recoge según las fuentes más interesadas. Pero todas ellas suelen estar incompletas cuando se apartan elementos que no cuadran, cuando ignoran fuentes primarias y acogen otras secundarias más acordes con sus intereses. Desgraciadamente muchos documentos, manuscritos, códices u obras de arte han caído en el olvido, ocultándolos en profundos sótanos o destruyéndolos con el fin de perder la perspectiva de nuestro pasado.

Desgraciadamente, las dos devastaciones de la biblioteca de Alejandría es un episodio más. Desde la destrucción de templos egipcios en el 2040 a.C. con sus respectivas bibliotecas hasta la guerra de los Balcanes e Irak en 1992 y 2003, la humanidad ha ido perdiendo su identidad, sus raíces, para asentar nuevas bases que la haga más heterogénea, diferente. En la historia siempre se ha pretendido justificar la independencia de las minorías y la superioridad de los pueblos borrando parte del pasado, suprimiendo todo aquello que lo desmintiera. Por fortuna, el ser humano se regenera en cada ciclo y resurge como el Fénix aportando grandes maestros como los del Renacimiento. Personalmente estoy convencido de que existe una única verdad pero siempre va a ir acompañada de sus distintas versiones. La raza humana es así por naturaleza.

Todas estas reflexiones las planteé en un momento importante de mi vida. A principios del siglo XXI la Fundación Tetra estaba en su máximo esplendor financiando innumerables proyectos culturales. Por todo el mundo nos llegaban informes de nuevos hallazgos que reconstruían con mayor exactitud la historia. Las colaboraciones con Universidades se hicieron más estrechas en un constante cruce de información y análisis de datos. Sin embargo, había ciertos trabajos de limpieza de los que se encargaba la institución. Todos aquellos "residuos" que estaban fuera de la ortodoxia eran recogidos y analizados por la Fundación. Se trataba de fuentes que simplemente no tenían relevancia histórica o no se ajustaban a la realidad. De todo lo recogido se analizaba y guardaba en las cámaras subterráneas de la Fundación, permaneciendo inmóvil hasta el momento de su despertar. No se trataba de ocultarlo o hacerlo desaparecer, se pretendía reunir el mayor número de fuentes con las que poder elaborar otra posible versión de la historia, más o menos acertada. Al contrario de lo que sucede en otras instituciones académicas, en Tetra nada se daba por hecho. Para trabajar allí era necesario tener la mente abierta, ser humildes y reunir el valor de cuestionar hechos históricos que siempre los habíamos tenido por verdaderos.

Fue en esa época cuando conocí a Rubén Carter en Roma. Licenciado en Periodismo, está especializado en historia y antigüedades. Su labor sigue siendo polifacética, combinación de detective y mercenario del arte. Nunca se mezcla en asuntos turbios, aunque sí sabe moverse en cualquier ambiente que le permita encontrar y conseguir su objetivo. Podría decir que es único en su trabajo. Le gusta ser discreto, dice que con ello puede trabajar mejor y acceder a fuentes más fiables. Solo los que caminan por los intrínsecos circuitos del arte y la historia lo conocen.

Me llamó la atención su motivación, la causa por la que elige los trabajos. Aunque realmente puede considerarse un mercenario trabajando para el mejor postor, sí es cierto que hay en él cierta ética cultural. Quizás porque trabaja solo, se permite en ocasiones ir más allá del mero trabajo asignado y escudriñar por las entrañas de la historia. Es así. Su intensa curiosidad le lleva lejos en las investigaciones deseando saber qué hay de verdad en todo hallazgo. Hubiera sido un buen agente en la Fundación. Quizás el mejor.

Durante diez años he intentado sacar a la luz su trabajo. Previo al encuentro en Roma, sabía de su trabajo por los informes que nos llegaban a la Fundación. Realmente eran pocos datos, pero lo suficiente para crecer mi curiosidad. Cada  hallazgo, aunque fuera efímero o minúsculo, intrascendente para la opinión pública, representaba para mí un trabajo digno de admiración, un esfuerzo que debía ser recompensado. Como bien digo, han sido diez años insistiendo en la importancia de sacar a la luz su trabajo y permitir que la gente lo conozca tal y como ocurrió. Si hasta ahora se ha negado es porque no quiere publicidad ni fama. No trabaja para conseguir un lugar en la historia. Le gusta su trabajo, le apasiona descubrir los secretos de la historia, de la humanidad. Su labor es más bien pasional, una relación amor-odio con la historia, con el mundo, que no puede superar. Sin embargo, sabe que hay gente que necesita saber, descubrirse, porque descubrir el pasado es descubrirse a sí mismo. Claro que encontrará detractores. Sabe perfectamente que siempre acechan lobos dispuestos a defender su territorio. Pero también hay personas con inquietudes intelectuales, con sed de aprender, con la capacidad de sorprenderse ante un nuevo hallazgo. A todos esos de mirada ingenua pero inteligente, de grandes ojos abiertos a esa niebla que va desvelando los misterios del hombre, fascinados por los pequeños descubrimientos, a todos ellos les debe su trabajo.

Sin embargo, cierto día cambió de parecer. No sé las circunstancias que lo llevaron a tomar esa decisión. Simplemente accedió. No pude ocultar mi sorpresa, con cierto toque de incredulidad, cuando me lo dijo en su estudio. Junto a él había varias cajas y archivadores con abundante documentación, dossier, informes, notas manuscritas, fotografías y mapas. La gran mayoría del material nunca ha salido a la luz y quizás no se viera si no hubiera accedido a mis peticiones. Me esperaba un largo camino de recopilación y clasificación del material antes de plasmar sus memorias por escrito. No obstante, yo también quería ir más allá. Quería también contrastar las fuentes, verificar sobre el terreno entrevistando a terceros, visitando los lugares más destacados y consultando en hemerotecas, bibliotecas privadas e instituciones públicas y privadas.

Han sido cinco años de duro trabajo. Aún no está todo concluido, hay muchos cabos sueltos que deben anudarse y enlazar, pero en general el trabajo se ha concluido. Ahora solo falta sacarlo a la luz a través de Internet con el fin de permitir que el mayor número posible de personas puedan acceder al material. Esa es una de las condiciones que me ha impuesto Rubén.

Debo advertirle que el material es muy denso por lo que he optado por utilizar distintos recursos literarios a fin de hacerlo más comprensible y ameno y llegar a todo tipo de público.

Nuevamente doy las gracias a Rubén Carter por permitirme acceder a sus más íntimos secretos y conocer de primera mano qué hay detrás de la historia, de nuestra historia.


David Bruma

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