martes, 31 de octubre de 2017

El cuadro. Capítulo 27




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 Tras quitar una pila de cartones y tablones de madera, descubrieron un agujero en el suelo lo suficientemente grande como para que entrara una persona sin dificultad alguna. Era oscuro, tenebroso y profundo, como la boca del diablo; las paredes regulares construidas por grandes bloques de piedra estaban tan unidas unas a otras que era imposible encontrar un resquicio o grieta para agarrarse. Rubén se levantó buscando alrededor. La luz de su linterna zigzagueó moviendo las sombras de las columnas como si estuvieran vivas. Con precaución avanzó unos metros hacia un extremo del sótano donde había escombros. Sin hacer ruido, fue apartando ladrillos y trozos de hormigón hasta encontrar un saco verde tipo militar.

 

-BJ es muy previsor –comentó Isabel- ¿Qué hay dentro?

-Varias cuerdas simples de escalada, arneses regulables, bloqueadores ventrales y de mano, mosquetones, guantes con refuerzos en palmas y dedos y otros materiales –Rubén fue sacando todo el material a modo de inventario.

-No insinuarás que vamos a necesitar todo eso para recorrer medio Madrid.

-No –respondió con una sonrisa-. Solo utilizaremos una cuerda para bajar y otra de seguridad, arnés, bloqueador, mosquetones y un par de guantes. Lo demás lo dejaremos donde lo encontramos.

-No me parece buena idea eso de entrar en este agujero para ir hasta la antigua estación de metro de Chamberí –repuso Isabel con los brazos cruzados mientras caminaba de un lado para otro inquieta- ¿Por qué no vamos por la superficie como la gente normal?

-Ya te lo he dicho, es más seguro ir por aquí hasta la estación abandonada. Es la única forma de que no nos encuentren. Allí nos espera BJ con todo lo necesario para escapar hacia Georgia -Isabel seguía sin estar convencida-. Por lo pronto, según BJ, debemos coger las cuerdas largas y atarlas a uno de estos pilares –miró unos segundos por el agujero-. Son unos doce metros de altura. Para que la bajada sea más cómoda, voy a hacer doce nudos equidistantes en una de ellas que sirvan para apoyar los pies. De esta forma no haremos tanto esfuerzo.

Ella asintió intentando mantener la calma. En ese momento creía estar dentro de una montaña preparada para descender a los infiernos. Aquel pozo se hallaba en la más absoluta oscuridad, tan densa que ni la luz de la linterna conseguía llegar al fondo. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Hasta ese momento no advirtió la humedad del sótano. Alargó el brazo hacia el interior del agujero para ver si salía alguna corriente de aire. «Lo positivo es que no sale aire caliente –pensó-. Eso significa que el infierno no está cerca». Mientras Rubén se ocupaba de los preparativos, Isabel intentó controlar los nervios y la claustrofobia centrándose en otros pensamientos. Ensimismada, imaginó la situación de Timarco cuando se adentró en Trofonio, Quijote con su descenso en la cueva de Montesinos, Arsindo tras pasar la puerta de La Mina o el profesor Otto Lidenbrock al descubrir la entrada del pico Scartaris que le llevaría al centro de la tierra. En todos ellos había un choque de sensaciones, donde el miedo a lo desconocido, a la oscuridad, se enfrentaba con la curiosidad de descubrir qué había tras ese velo oscuro, con el valor de llegar hasta donde otros no habían llegado. Ella no era una aventurera como Lara Croft, pero reconocía que la idea de entrar en aquel tenebroso y profundo pozo le atraía. Sobre todo porque no estaba sola, contaba con la protección de Rubén en quien confiaba ciegamente. Miró a su alrededor. No podía creer que estuviera en el centro mismo de Madrid preparada para descender a las profundidades, a lo desconocido.

-¡Esto está preparado! –Anunció Rubén mientras dejaba caer un extremo de las cuerdas por el pozo-. Bajaré yo primero para estudiar la zona y vigilar que no haya peligro –Isabel asintió mientras se ponía el arnés-. Cuando todo esté despejado bajas.

Rubén se sentó en el borde, enganchó el arnés y el bloqueador y puso los pies a ambos lados de la cuerda sobre el primer nudo. Lentamente fue deslizándose mientras su linterna iba haciendo un círculo de luz que iluminaba los bloques de piedra. «Suerte que los tiempos cambien –reflexionó Isabel mientras observaba como su amigo se perdía por el túnel-. No sé lo que hubiera hecho si me hicieran bajar con una soga atada a la cintura». La luz de la linterna de Rubén fue haciéndose más pequeña conforme descendía, provocando en el pozo el extraño efecto de cono invertido. Las cuerdas seguían tensas, el punto de luz desapareció y unos minutos después volvió el silencio. Isabel sujetó la cuerda sintiendo como se movía levemente. Aquella soledad en el sótano la incomodaba. Pocas veces se había sentido tan desprotegida y abandonada como en ese momento. Respiró profundamente cerrando los ojos unos segundos. «Calma, calma. Esto solo es un sueño», se repetía una y otra vez. Sujetó las cuerdas con fuerza, sintiéndose segura al pensar que tenía una vía de escape. Volvió a respirar profundo, reteniendo el aire lo suficiente para rebajar la tensión en el momento de exhalar. Sin embargo, otro estremecimiento recorrió su cuerpo. Sintió una suave corriente de aire en el pelo. Contuvo la respiración y agudizó el oído mientras abría despacio los ojos. Las pupilas dilatadas se fueron cerrando al recibir la luz de la linterna. Fueron unos eternos segundos de deslumbre que la dejó indefensa. Sin saber por qué, sintió alguna presencia a su espalda, un lejano ruido y otro hilo de aire rozando el cabello. El corazón empezó a latir con fuerza y la respiración menos fluida. Permaneció quieta en aquel oscuro sótano intentando mirar las zonas en penumbra que tenía delante para luego girar sobre sí hacia la puerta. El movimiento fue brusco. La linterna trazó una línea de luz hasta detenerse en las escaleras. No había nadie a su espalda. Giró la cabeza alrededor intentando abarcar todos los rincones. El solo hecho de pensar que podía estar escondido aquel hombre de negro de la moto le daba pánico. Sujetó con más fuerza las cuerdas que seguían tensas en el pozo. En cualquier momento podía surgir de las tinieblas y empujarla por el hueco hacia el abismo. Sentía frío, un frío seco. «Es curioso que el infierno lo hayan descrito durante siglos como un lugar donde la gente arde en el fuego y, sin embargo, el mismo Diablo se presenta siempre en ambientes helados – pensó-. Espero que no ronde por aquí». Con una mano se apartó un mechón de pelo que le cubría parte del rostro. Sus manos estaban sudorosas y comenzaban a temblar.

La cuerda se destensó moviéndose onduladamente.

-Puedes bajar, no hay peligro –gritó Rubén.

Rápidamente se sentó en el borde y enganchó el arnés y el bloqueador a la cuerda. Miró por última vez a su alrededor y con gran elasticidad fue poniendo ambos pies en cada nudo dispuesta a bajar. «Facilis descensus Averno», pensó mientras se deslizaba por cada uno de los doce nudos. No quiso mirar hacia arriba, solo es concentró en la cuerda contando cada uno de los apoyos. Rubén la esperaba abajo preparado para ayudarla a poner los pies en el polvoriento suelo. Ella dejó escapar un largo suspiro, levantó la cabeza y miró el orificio. La perspectiva del pozo era ahora distinta, la forma de cono invertido había adquirido su forma natural. Ya no se veía la boca del diablo.


Giró la cabeza descubriendo una gran sala rectangular de hormigón, como si hubiera sido construida para servir de bunker. Rubén también estaba expectante ante un espacio totalmente vacío, cuyo color grisáceo atenuaba la luz de las linternas. De pronto, Isabel tuvo una especie de risa nerviosa.   

-¿De qué te ríes? –Preguntó Rubén desconcertado.

-Me río porque no sé quién de los dos es real, si tú o tu sombra.

Él giró la cabeza hacia la silueta que había marcada en la pared.

-Por lo pronto yo soy el real y esto no es una caverna... –respondió manteniendo la paciencia- aunque sí lo parezca.



En la parte sur del bunker había tres oscuros pasillos: dos estrechos laterales y uno central más amplio.

-Comenzamos bien –dijo Isabel-. ¿Por cuál vamos?

-Yo elijo el central.

-Comprendo, el camino de la moderación y la rectitud –precisó-. Tú primero.

Emprendieron el viaje a través de un pasillo de un metro y medio de ancho aproximadamente, mientras el techo casi rozaba sus cabezas. Era largo y apenas podía apreciarse variación en cuanto a giros o pendientes. Rubén calculó unos diez minutos el tiempo que duró hasta llegar a una zona donde el pasadizo se hacía más estrecho. Era como si estuvieran al final de una etapa y esta se prolongara con la unión de varios pasillos. Las paredes de cemento se mezclaban con piedras y ladrillos, parecido a las obras de rehabilitación. Sin duda alguna se adentraba en una zona antigua. De lo lineal pasaron a un camino serpenteante, irregular en algunos trechos. El lugar debía ser antiguo porque en algunos tramos las paredes habían desprendido tierra y piedras dejando grandes huecos y escombros a su paso. El techo, con grietas de un extremo a otro, se hacía cada vez más bajo dando la falsa impresión de ser la galería más larga.


-Creo que vamos por el buen camino –dijo Isabel dirigiendo la linterna a la pared de la derecha-. BJ se ha dedicado a dejar su marca con grafiti.

Con pintura de espray roja estaba marcada “#HOMERO”, como la marca de un explorador que se adentra en territorio desconocido.

-Sí. Y aquí ha dejado un mensaje muy sutil –añadió Rubén.

Más adelante, en la pared izquierda, había escrita una frase que sorprendió a Isabel: “¡Perded toda esperanza los que entráis!”.

-A veces BJ tiene un sentido del humor de lo más negro. Cuando lo vea se va a enterar –gruñó Isabel. Luego quedó unos segundos callada-. Por lo pronto no se oyen suspiros, llantos ni grandes gritos. Eso es bueno.

-Creo que lees demasiados libros.

Continuaron por la estrecha galería hasta desembocar en una doble vertiente. El túnel de la izquierda parecía el más seguro por su amplitud y robustez en las paredes de piedra; en cambio, el de la derecha estaba construido con grandes piedras y gravilla, el techo era más inclinado hacia abajo y la atmósfera de polvo apenas permitía ver.

-Ahora te toca elegir –dijo Rubén con una malévola sonrisa-. ¿Izquierda o derecha?

Isabel miró recelosa a uno y otro lado, se cruzó de brazos y su mirada se perdió en una larga meditación.

-Según la brújula y  el plano de BJ, ¿dónde estamos?

-Yo diría que cerca del Palacio Real.

-¿BJ te ha contado algo sobre los túneles?

-Sí. Parece que Felipe IV mandó construir una serie de túneles que partían del Palacio Real hacia el Monasterio de la Encarnación, el Teatro Español y el Palacio de los Vargas. Para evitar desplazarse por la calle, utilizaba estos pasadizos subterráneos cuando se trataba de asistir a misa o ver representaciones teatrales –Rubén calló unos segundos pensando-. Se rumorea que en el ala oriental del palacio había una serie de túneles que recorrían todo Madrid. Estos fueron utilizados por el rey Alfonso XII para moverse por la ciudad de incógnito.

-Bien, estamos hablando del siglo XV y el XIX –reflexionó Isabel-. La entrada derecha parece más antigua y hay vestigios de haber pasado por varias etapas. Yo creo que deberíamos seguir por ahí.

-No te veo muy convencida.

-Convencida estoy, pero no me gusta la idea de entrar ahí –respondió con los brazos en jarra y aire de resignación-. Vete a saber lo que podemos encontrar.

Se adentraron por el oscuro túnel abriéndose paso por la atmósfera polvorienta y fría. Isabel se estremeció. Palpó una de las paredes, recorriendo con los dedos una amalgama húmeda de piedra y arena hasta llegar al final. Aquello no tenía salida. Ambos se miraron desconcertados ante el extremo de una galería en forma de estancia cuadrada.

-Creo que nos hemos equivocado –dijo Isabel iluminando cada rincón.

Rubén se separó hacia uno de los extremos y comenzó a empujar las piedras y ladrillos.

-Hay algunas zonas que parecen más frágiles. Mira estos ladrillos. Están casi sueltos.

-Ten cuidado, no sea que tiremos un muro y nos quedemos sepultados.

Con precaución fueron examinando las paredes hasta que Isabel descubrió una antigua abertura tapiada con piedras cuya parte superior terminaba en arco ojival.

-Dime una cosa –se giró hacia Rubén iluminando su cara con la linterna-. ¿BJ te ha comentado si esta zona fue antiguamente alcantarillas o canalizaciones de agua?

-Me comentó varias anécdotas que no sé si tienen sentido. Según las malas lenguas, en algunas épocas del año estas galerías se inundaban y el rey Felipe IV se desplazaba en góndola para asistir a encuentros amorosos con una novicia del convento de la Encarnación.

Isabel comenzó a empujar el muro de piedra con el pie formando una nube de polvo mientras la grava saltaba por los aires hasta derrumbarse una parte. Rubén fue apartando las piedras más pesadas para despejar el acceso.


 -Espero que no haya ratas aquí –se quejó mientras empujaba con la punta del pie-. Me siento como uno de esos bichos en un tubo.

-No veo la salida. Quizás estemos en un pasillo intermedio.

Continuaron de rodillas por aquel lugar durante quince minutos, girando a izquierda y derecha como un laberinto. El aire se hacía denso, irrespirable, creando una capa que impedía ver unos metros por delante.

-¿Estás bien? –preguntó Rubén al descubrir que se había parado y respiraba con dificultad.

-Sí. Solo necesito un momento de descanso para respirar.

Rubén sacó un botellín de agua de la bolsa de tela. Intentaba mantener la cabeza fría, el autocontrol para que Isabel no entrara en pánico. Estaba convencido de que iban por el camino correcto. Descansaron unos minutos mientras ella intentaba beber agua sin chocar con el techo.  

Continuaron cinco minutos más hasta que progresivamente el túnel fue estrechándose como un embudo. Las paredes casi tocaban sus cuerpos y el avance se hacía más difícil. Tumbados, fueron arrastrándose con dificultad, impulsándose con los brazos. Isabel se sentía mal, le faltaba el aire mientras todo su cuerpo sudaba y temblaba. El corazón latía con fuerza y la respiración se aceleraba. Experimentó un dolor en el tórax acompañado de náuseas y mareos. Estaba a punto de hiperventilar.

-No puedo seguir –dijo con dificultad-. No tengo fuerzas, me duelen los brazos, esto es un agobio. Necesito salir de aquí ya -se tumbó de costado intentando moverse, buscando una postura más cómoda. Aquel estrecho túnel la oprimía. No podía doblar las rodillas y los codos. Cada segundo era más asfixiante-. Por favor Rubén, sácame de aquí –pidió entre sollozos.

-Isabel, escúchame atentamente –dijo Rubén en tono pausado, tranquilo-. Te voy a dar una bolsa de papel para que se equilibre el oxígeno y el dióxido de carbono de tu cuerpo. Estás respirando rápido y poco y eso te está provocando la hiperventilación. Respira con la bolsa un par de veces y cuando te tranquilices avanza un poco. Hay una cosa que te quiero enseñar.

Cogió la bolsa y comenzó a respirar hasta que sintió cierto mareo. Al apartarla de la boca sintió que el aire era más fresco. Poco a poco fue inhalando profundamente, llenando el diafragma y exhalando con suavidad. Se sentía mejor, con más fuerzas.

-Ya estoy mejor –dijo dando un golpe en el pie de Rubén para que continuara.

-Genial. Avanza un poco más y fíjate en la pared derecha.

Volvió a incorporarse reuniendo fuerzas para seguir unos metros sin dejar de mirar la pared. La linterna acoplada en la cabeza solo iluminaba las piernas de Rubén y un muro de piedra gris con manchas de moho. No había nada, ni resplandor ni ráfagas de aire. Solo cuando estaba a punto de parar nuevamente para tomar aire lo vio. Estaba allí, tapado en parte por la pierna de su amigo. Sin saber por qué, comenzó a reír y llorar de alegría. Se sentía esperanzada.

-¡Será cabrón BJ! –Exclamó en tono cariñoso-. Su marca está pintada en la pared. Eso significa que vamos bien, que hay salida.

-Sí, hay salida.

Ambos rieron mientras continuaban arrastrándose por el túnel. La esperanza les había dado fuerzas para ir más rápidos a pesar de la escasez de espacio. Nos les importaba el dolor en los brazos y hombros o los rasguños en las rodillas, le mera idea de saber que estaban cerca de la salida les motivaba.

A unos cien metros, Rubén descubrió un agujero en el suelo. Estaba excavado en forma inclinada a modo de rampa, creando un nuevo camino que se alejaba tierra adentro.


 -He encontrado otro camino –indicó a Isabel-. En vez de continuar, baja nuevamente. Vamos a ir por aquí, ¿te parece bien?

-Vale.

La pendiente era más pronunciada de lo que inicialmente parecía. Conforme descendían la inclinación aumentaba hasta que se vieron arrastrados por la grava sin poder controlar el descenso. Isabel intentó protegerse la cara mientras sus manos y brazos rozaban las paredes y el suelo en un continuo balanceo. Todo era confuso. Intentaban agarrarse al suelo para frenar la caída mientras la luz de las linternas se encendía y apagaba en cada choque. Luego llegó la extrema oscuridad. Perdieron el sentido de la orientación durante largos segundos.

A pocos metros del final de la rampa se abrió el túnel y ambos rodaron descontrolados hasta suelo firme. Ninguno se movió. Sentían dolor por todo el cuerpo, agitándoles un temblor incontrolable. Apenas tenían fuerzas para incorporarse. Rubén se levantó lentamente con la respiración agitada mientras intentaba encender la linterna. La luz volvió a iluminar el vacío. No sabían realmente qué lugar era aquel. La luz no alcanzaba a alumbrar techo y paredes. A lo lejos pudieron oír un tenue goteo.


 -He perdido mi linterna –dijo Isabel aturdida-. Mientras rodábamos por la rampa se me debió caer.

-Tranquila, con la mía tenemos suficiente.

Rubén recorrió una estancia rectangular muy amplia en la que aún se conservaba un techo abovedado y  parte de un suelo pavimentado con antiguas baldosas de barro cocido. Realmente quedaba poco de la estructura inicial. A su izquierda, desde la perspectiva en la que se encontraba la rampa por donde habían entrado, descubrió un arco y parte de un pilar de ladrillo. Luego, como si hubieran echado abajo muros, paredes o tabiques, quedaban restos suficientes para reconstruir mentalmente el diseño de planta.

-No puede ser. Es imposible. Fue destruido en el siglo XIX –dijo incrédulo, caminando por todo el perímetro, iluminando parte del techo y recorriendo con la linterna todos los antiguos vestigios conservados en el suelo. Su voz denotaba una insólita emoción, igual que si hubiera descubierto un yacimiento arqueológico.

-Por Dios, Rubén, ¿dónde estamos? ¿Qué es este lugar?

Continuó examinando el lugar inquieto, ajeno a las palabras de Isabel. De vez en cuando hablaba solo, en un monólogo interior, luego callaba y permanecía quieto, absorto. Finalmente giró la cabeza iluminando a Isabel. Ella apenas podía verle la cara a contraluz, pero advertía una amplia sonrisa.

-¿De verdad que no sabes dónde estamos? –preguntó eufórico- Antes de que se construyera el Palacio Real, aquí estaba el Real Alcázar de Madrid –su tono de voz seguía transmitiendo entusiasmo-, una fortaleza musulmana del siglo IX que fue ampliándose a partir del siglo XVI con el emperador Carlos V para convertirse en el Palacio Real del Imperio Español. El palacio contaba con un recinto llamado Casa del Tesoro. Felipe II mandó construir un pasadizo en la superficie que se uniera al Real Monasterio de la Encarnación y así poder asistir a las celebraciones religiosas directamente. Sin embargo, el pasadizo tenía un nivel inferior, una galería subterránea enorme, tan grande que podían transitar los reyes en silla de mano, en carriola o a caballo. Esta galería se construyó por mandato de Fernando VI siglos después.

Isabel miró entre la penumbra el arco que había junto al hueco de una escalera. Alzó la vista y lo demás fue desvaneciéndose en la oscuridad.

-¿Y esto es la galería subterránea?

-Sí. Este lugar, con más de dos siglos de antigüedad –continuó hablando mientras iluminaba la estancia-, además de suponer una vía de escape, albergó antigüedades y obras de arte, sobretodo de Velázquez –de pronto su rostro se tornó nostálgico-. Aunque en 1734  se produjo un incendio en el Alcázar, el pasadizo se salvó de las llamas y, con él, todo el patrimonio cultural que lo albergaba. Pero llegó José Bonaparte y en 1809 ordenó destruir el pasadizo y llevar los fondos al convento de Trinitarios Calzados –movió la cabeza, contrariado, sin dar crédito a lo que estaba viendo-. Se supone que este lugar no debía existir. El hermano de Napoleón lo derribó.

-Pues parece que no tendrían presupuesto y decidieron tirar la parte superior y tapar el subterráneo –respondió con ironía-. Recuerda que José Bonaparte era una persona muy desconfiada, obsesionado con la seguridad, que vivía aterrado temiendo ser asesinado en cualquier momento por un pueblo que no lo quería. Si no recuerdo mal, mandó construir como vía de escape un túnel que iba desde el Palacio Real hasta la Casa de los Vargas en la Casa de Campo. Incluso muchas noches se trasladaba para dormir en el palacete, donde se sentía más seguro –hizo una pausa-. Quizás José Bonaparte quisiera conservar estas galerías subterráneas y mantenerlas en secreto por el mismo motivo.

-Tiene su lógica –confesó Rubén sorprendido-. Supongo que, si tu tesis es cierta, debe existir otra salida que lleve a otras galerías subterráneas.

Con la única iluminación de la linterna de Rubén, fueron inspeccionando todo el perímetro en busca de un hueco o pequeña puerta por donde continuar. Hasta ese momento no repararon en el lejano sonido de gotas de agua.

-¿Oyes eso? –preguntó Rubén mientras caminaba al otro extremo de la galería.

-Parece que cerca hay alguna canalización de agua o un túnel donde se filtra.



martes, 17 de octubre de 2017

El cuadro. Capítulo 26


- 26 -



Tan rápido como pudo, Rubén se vistió con ropa ligera y guardó en su bolsa de tela el pasaporte, dinero, cuaderno de notas, toda la documentación en papel y la tablet donde afortunadamente conservaba una copia de las imágenes. Apagó las luces y miró a su alrededor, buscando en cada rincón del estudio algún punto luminoso. Si habían utilizado un sistema de escucha por laser en casa de Isabel posiblemente él también estuviera siendo espiado. Solo la luz filtrada por el ventanal del balcón daba a la estancia un ambiente seguro y tranquilo. Miró el reloj. Faltaban quince minutos para que marcara la una de la noche.

Atravesó la plaza de las Comendadoras hacia calle Amaniel y de allí se adentró por calle Cristo. Aún había gente sentada frente a las mesas de la calle peatonal. Caminó por el centro, entre las mesas situadas en las fachadas de los antiguos edificios del viejo Madrid. En la ajardinada plaza de Guardias de Corps también se gozaba de un ambiente tranquilo mientras los niños jugaban entre los árboles. Giró hacia la izquierda bajando la calle del Limón. Era estrecha como estrechas las aceras, con un carril de único sentido en dirección al centro y una zona de aparcamiento en el margen izquierdo. Rubén continuó ajeno al ruido de las tabernas tradicionales. No había nadie, solo él en aquella larga y estrecha calle. A la altura de la Taberna Lata de Sardinas pudo ver con claridad una moto de gran cilindrada color negra. Era la misma que días anteriores le había seguido. Aminoró la marcha sin dejar de mirar a la persona que estaba sobre la moto, en la esquina con la travesía Conde Duque. El casco y la cazadora negra contrastaban con el rojo de la fachada contigua, como si ambos colores fueran una señal de peligro. Quien fuera la persona que se escondía tras el casco, permanecía quieta, en silencio, con las manos sujetas al manillar y la cabeza erguida, sin dejar de observarle. A pocos metros de la travesía, frente al Café Rustika, Rubén se colocó la bolsa de tela a modo de bandolera, sujetándola con fuerza. Tenía un mal presentimiento, el mismo que surgió en la Basílica de Marsella. Otra vez se encontraban cara a cara.



A partir de ese momento, en el cruce de miradas, los acontecimientos se precipitaron. Tras un sospechoso movimiento, aquella silueta negra  levantó el brazo dirigiendo el cañón de una pistola hacia él. Rubén saltó instintivamente  entre dos coches aparcados en fila. Primero sintió el impacto de un proyectil en la luna del coche trasero y pequeños trozos de cristal rebotando sobre el capó. Sin apenas tiempo de reaccionar para cubrirse la cabeza, un segundo impacto destrozó el espejo retrovisor izquierdo lanzando fragmentos de plástico y cristal por toda la acera. En ese momento Rubén cruzó agachado hacia el otro lado de la calle para refugiarse en una amplia y profunda entrada de garaje. En el umbral esperó agudizando el oído, pendiente en todo momento del rugido de la moto. Apenas podía respirar, sus manos temblaban al ritmo de un corazón a punto de estallar. De espaldas a la pared, se inclinó un poco para intentar mirar por la esquina. Un segundo bastó para descubrir que la silueta oscura aceleraba dirección suya.



Instintivamente cogió la bolsa de tela con fuerza para lanzarla contra el motorista en cuanto lo tuviera a la vista. Se agachó y esperó. En ese instante, se escuchó un grito. No era de terror, era un grito de furia, acompañado de un golpe seco de la moto contra la calzada. Un tercer disparo alertó definitivamente a los vecinos y clientes de las tabernas que salieron expectantes. Rubén estaba desconcertado. Miró nuevamente hacia atrás sin dar crédito a lo que sucedía. Alguien había surgido por un lado de la travesía y estaba forcejeando tras derribar la moto. Era el momento de escapar en busca de Isabel antes de que volvieran a localizarlos. Se dispuso a regresar sobre sus pasos cuando fue consciente de que el recorrido era más largo. El mejor camino era continuar hacia donde estaban los dos hombres peleando y salir por uno de los lados de la travesía. Se colocó de nuevo la bolsa de tela, tomó aire y dobló la esquila todo lo rápido que pudo. Al llegar al cruce descubrió que la pistola estaba a cierta distancia de los dos hombres. Mientras ellos seguían golpeándose, Rubén la cogió escondiéndola en la bolsa dirección calle Juan de Dios. Su única opción era dar un rodeo por la manzana hacia el centro.



-Isabel sal ahora mismo y dirígete hacia el punto de encuentro -ordenó por teléfono sin dar explicación alguna.

Rubén aminoró la marcha cuando entró en la calle San Leonardo. Era más estrecha que las anteriores, con pivotes a ambos lados para impedir estacionar sobre la acera. Descendió con cautela, pasando por el restaurante mejicano, el oriental y el gastrobar hasta un ensanche. Ante sus ojos se alzaba como una montaña rocosa el Edificio España, un coloso dormido en el centro mismo de Madrid. Isabel esperaba impaciente en aquella pequeña plazoleta.

-¿Qué ha pasado?

-Me han disparado mientras iba a la tienda -Isabel palideció-. Tranquila estoy bien. Afortunadamente pude escapar.

-¿Quién te ha disparado? ¿Ignacio Gorján?

Ambos comenzaron a caminar por la parte trasera del Edificio España vigilando que nadie les siguiera.

-No, al contrario, él me ha salvado la vida. Apareció por una de las calles y comenzó a pelearse con el motorista. Pude verle bien mientras escapaba.

-Entonces ¿quién es el motorista?

-El mismo que me atacó en Marsella. De eso estoy seguro. Lo que no comprendo es la posición de Gorján. Pensaba que era el que nos espiaba, la persona que intentaba impedir que siguiéramos la investigación.

Caminaron hasta el final de la calle Maestro Guerrero, junto a la arboleda y la fachada plomiza del edificio llena de grafitis, con las ventanas de cristales polvorientos y persianas carcomidas. A la luz de las farolas, con la media luna, el edificio tenía un aspecto fantasmal, como una amenazante fortaleza o extraña ciudad de piedra blanca y ladrillo. El diseño perfectamente simétrico, emergía sus 117 metros en forma escalonada dando la sensación de fundirse con el cielo. Al llegar a unos contenedores de reciclaje, encontraron una pequeña puerta metálica color gris situado en uno de los huecos. Aparentemente no podía abrirse desde fuera. No había cerradura ni picaporte. Rubén empujó levemente la hoja derecha hasta que escuchó un leve clic. La puerta se abrió unos centímetros.



-¡Ya está abierta! -susurró mientras indicaba a Isabel que entrara.

Al cerrarse nuevamente, la oscuridad los envolvió como un manto negro. Permanecieron unos segundos en silencio sin moverse, con todos los sentidos alerta. Antes de reconocer el terreno debían estar seguros de que no había nadie más. Luego Rubén sacó de su bolsa de tela dos linternas de Led que se acoplaron en la cabeza. Por un instante creyeron haber viajado al pasado. La planta baja en la que se situaba el vestíbulo y la superior seguía conservando el mismo diseño de los años cincuenta con todo un lujo de mármol y cristal. A la luz de las linternas parecía estar en una especie de Titanic naufragado, en un lujoso rascacielos donde el tiempo se había detenido.



Llegados a lo que parecía ser la entrada principal, Rubén advirtió un sonido muy familiar que provenía de la calle. El rugir de una moto de gran cilindrada avanzando lentamente, como si el conductor buscara algo concreto. Inmediatamente apagaron las linternas quedando unos segundos en silencio. Era inconfundible aquel sonido.

-Tal y como nos había advertido BJ. Nos tienen localizados -comentó Rubén-. Vamos al piso superior. Quiero ver sus movimientos.

Con la tenue luz de la linterna de él, se dirigieron a una de las escaleras de mármol hasta la primera planta. Allí podía distinguirse mejor la estructura interna del edificio gracias a la luz que entraba por los grandes ventanales. Aunque la contaminación exterior y la falta de ventilación formaban una capa parduzca en los cristales, podían moverse con cierta seguridad sin necesidad de linternas. Rubén se acercó a una de aquellas ventanas desde donde se divisaba la calle Princesa y al fondo la Plaza de España con el Monumento a Cervantes en el centro. Era la segunda vez que disfrutaba de aquellas extraordinarias vistas y seguía causándole el mismo sentimiento de fascinación.




-Parece que está recorriendo todo el perímetro del edificio, buscando un lugar por donde entrar.

El motorista paró frente a la puerta principal para consultar un dispositivo electrónico, parecido a un GPS. Consultó los datos de la pantalla y luego recorrió con la mirada la trayectoria que habían trazado. Finalmente levantó la cabeza hacia las primeras plantas del edificio. Isabel retrocedió instintivamente para ocultarse en la penumbra.

Rubén cogió inmediatamente los smartphones y sacó la tarjeta de memoria de cada uno. Luego borró la información de la memoria interna y eliminó los historiales, cookies, claves y cuentas de correo electrónico.

-¿Qué vamos a hacer? -preguntó Isabel dando por hecho que nunca más volvería a ver su dispositivo móvil.

-Lo vamos a entretener un rato mientras escapamos. Quédate aquí un momento mientras subo varias plantas para dejar los smartphones en un lugar que lo desvíe de nuestra salida.

-¿Me vas a dejar sola? Estás loco. Yo voy contigo.

Rubén asintió ante el pálido rostro que se dibujaba en Isabel. Ambos continuaron subiendo durante varios largos minutos hasta llegar a las plantas de apartamentos. El panorama era más desolador. Isabel sintió un escalofrío en aquel mundo de tinieblas y sombras, desnudo, polvoriento. Si la fachada seguía conservando ese majestuoso aspecto que durante décadas dominó el eje social y cultural de Madrid, a partir de la planta de apartamentos parecía un gigantesco monstruo del que solo quedaba el esqueleto. Las obras de rehabilitación se iniciaron con el derrumbe de muros y desmantelamiento de techos, suelos, sistema eléctrico y tuberías de agua y gas. La estructura, a diferencia de otros rascacielos de la época, no estaba compuesta por vigas de hierro sino por hormigón, lo que daba un aspecto más tétrico y siniestro. En algunos lugares habían tapado los agujeros del suelo con tablas de madera y en las zonas de escaleras que ascendían a los demás apartamentos las barandillas habían sido sustituidas por mallas de plástico más para quitar el miedo que como soporte anticaídas. A Isabel, aquello le parecía un escenario típico de las películas de terror de Serie B, las que con bajo presupuesto conseguían llevar al espectador a un estado de pánico total. Conforme se movía la linterna, las sombras adquirían vida. El polvo, la humedad y los destrozos de picos y martillos creaban siniestras figuras en el suelo y pilares. A veces daba la sensación que algo se movía, oscuras figuras, fugaces sombras que se mezclaban con la penumbra. La imaginación de Isabel iba volando como un profundo sueño de temores, expectante ante la aparición de algún ser sobrenatural, espectro o criatura del inframundo. En ningún momento se separó de Rubén, quien parecía controlar la situación desde una perspectiva más escéptica y racional.

Finalmente llegaron a un lugar donde Rubén ya estuvo tras recuperar el cuadro. Hasta el cierre definitivo del edificio, hubo unos pocos inquilinos que aún vivían. Y prueba de ello eran las paredes empapeladas, pintadas sobre ladrillo o con azulejos blancos como si aún estuvieran habitadas. Tras el desalojo y la paralización de las obras en 2008, el abandono total permitió la entrada de okupas. Rubén supo que aquel era un lugar perfecto para esconder los dos smartphones y ganar más tiempo antes de que el hombre de negro descubriera la trampa. Una vez cruzado un pasillo de la planta quinta, donde antaño hubo un hotel, llegaron a una especie de oficina con mesas, estanterías y papeles revueltos. Allí dejaron los smartphones activados. Luego volvieron por otras escaleras que daban a uno de los patios interiores. Una vez en la planta baja, Rubén sacó una hoja de papel donde había imprimido un sencillo plano que llevaba hasta la entrada de las galerías subterráneas del viejo Madrid.




-Sigo pensando que podíamos ir mejor cogiendo un taxi o el metro hasta el lugar donde nos espera BJ -Isabel quería evitar adentrarse por oscuros y estrechos túneles que Dios sabe donde los llevaría.

-Ya leíste a BJ, hay cámaras de vigilancia por todo Madrid y los hackers pueden perfectamente seguirnos hasta darnos captura. Si trabajan para el magnate ruso, tienen los recursos necesarios para acceder al sistema de tráfico y seguirnos.

La explicación no convenció del todo a Isabel, pero no tenía otra opción salvo el quedarse allí. Rubén consultó el plano y siguiendo las indicaciones bajaron los sótanos en busca de una especie de pozo junto a uno de los grandes pilares. Según BJ estaba tapado con tablones.





jueves, 7 de septiembre de 2017

El cuadro. Capítulo 25


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Sentía como la cabeza iba a estallar mientras un sudor frío iba recorriendo todo su cuerpo. Temblaba con cada paso, intentando mantener el equilibrio sobre la alfombra persa con el vaso de Whisky en una mano. Solo tenía una única obsesión: descubrir quién le había delatado y recuperar aquello que más ansiaba su jefe. Necesitaba limpiar su nombre, recuperar su dudoso honor y la confianza del hombre más importante e influyente de Rusia. Y no tenía otra alternativa que confiar en las dos únicas personas que hasta el momento les había importado poco: Isabel y Rubén. Ellos podían ayudarle, eran buenos chicos. Solo tenía que contarles la verdad.

Se acercó a la ventana apoyándose en el quicio. La luz de la ciudad se proyectaba sobre su rostro abatido como el de un fugitivo acorralado. Observó la calle. Ya no confiaba en nadie. Conocía perfectamente los procedimientos de la mafia rusa. Aunque su jefe era un magnate respetado, el pasado no le había suavizado el carácter y la forma de proceder ante situaciones comprometidas. Seguía siendo ese joven oficial de la policía secreta soviética que se ganó la confianza de Stalin a través del terror. Nada había cambiado. La política de su imperio seguía siendo la misma pero a nivel comercial y todo lo que pudiera interponerse ante sus intereses debía ser eliminado. Por este motivo Ignacio Gorján sabía que el mero hecho de poner en peligro el negocio de Prestupleniye suponía la muerte en todos los sentidos, una muerte lenta o rápida dependiendo de quien la ejecutara y de cual había sido el “delito”. En su caso, las circunstancias requerían rapidez y profesionalidad. Nada debía dejarse al azar.

Miró detenidamente al otro lado de la calle. Buscaba sin saber qué debía encontrar. Solo su instinto podía avisarle de cualquier anomalía ante una aparente calma. Era la noche del viernes y la calle se llenaba de gente camino de los teatros y restaurantes del centro. Cualquiera podía ser el asesino. Tras un rostro vulgar podía esconderse su verdugo y una mirada fugaz o un gesto inconsciente le podía delatar. Solo era cuestión de tiempo. Tomó el último sorbo dejando caer el vaso de Whisky en la mesa escritorio. Apenas podía tenerse en pie. Sacó un pañuelo de seda del bolsillo del pantalón y lo pasó por la frente para limpiarse el sudor. Volvió a acercarse a la ventana comprobando nuevamente que nada había cambiado. De vez en cuando se iba uno de los coches estacionados y rápidamente ocupaba el aparcamiento otro con rápidas maniobras. La mayoría era gente joven o parejas dispuestas a pasar una tranquila velada. Ignacio sonrió por un momento. «La vida siempre te devuelve los golpes», pensó. Antes de comenzar a trabajar para el magnate ruso en los departamentos financieros de una de sus empresas, estuvo destinado en seguridad. Su misión era vigilar empresarios, buscar sus puntos débiles y preparar informes que luego servirían ante cualquier negociación. Y la vida le había puesto en ambas situaciones: de vigilante, pasando las horas frente a la ventana de cualquier hotel o piso, a ser vigilado. Miró su reloj sin aparente interés. Eran las doce y media de la noche. El coche que veinte minutos antes había aparcado volvió a salir mientras otro esperaba a cierta distancia. Ignacio observaba como ambos hacían maniobras, casi coordinados, como si se tratara de una coreografía. Eran coches viejos, posiblemente comprados de segunda mano, y ambos del mismo fabricante y marca. Sin embargo, había algo que llamaba la atención. Estaba casi convencido de que el coche que había aparcado era el mismo que estuvo veinte minutos atrás en aquel mismo lugar. Miró detenidamente y ciertos detalles confirmaron sus sospechas. Dos coches se turnaban cada veinte o treinta minutos para hacer guardia frente al portal de su casa. Solo era necesario que un vehículo estacionara en doble fila mientras el otro salía del aparcamiento.



El ritmo cardíaco y la respiración de Ignacio se dispararon mientras sentía como su cuerpo se ponía en alerta. Comenzó a dar vueltas por el estudio intentando concentrarse. Miró por la ventana descubriendo que los ocupantes del vehículo seguían dentro. Tras unos segundos vacilando, decidió despejarse con una ducha de agua fría. Rápidamente se vistió con ropa más cómoda y comenzó a recoger documentación falsa y dinero para poder salir del país bajo otra identidad. El problema residía en cómo salir de allí. Había dos salidas, la principal y la del parking, que sin duda estaban vigiladas. Si hasta el momento no habían entrado significaba que esperaban a que él diera el primer paso. Tampoco se atrevía a coger el coche por temor a que lo hubieran manipulado. Tenía que pensar alguna solución.

Dieron las una menos diez de la noche. Pronto volvería el otro coche para hacer el relevo. Pero no. Ninguno se puso en doble fila a la espera de que el estacionado lo pusiera en marcha y dejara libre el aparcamiento. Se mantuvo unos minutos más y luego tuvo una reacción inesperada. Ignacio vio como el conductor atendía una llamada de teléfono, ponía en marcha el vehículo y salía a toda prisa por una de las calles circundantes. Aquello era ilógico. ¿Por qué había decidido marcharse sin esperar a que llegara el otro coche?

No era el modo de actuar que esperaba. Por la rapidez con que había salido parecía que huía. ¿Pero de qué o de quién? Pronto fue consciente de que había sido una trampa. La intención de ellos era más disuasoria que amenazante. Se trataba de obligarle a estar en el apartamento, sin poder salir, hasta que llegara la policía. En eso consistía la vigilancia: llamar su atención para retenerlo.

Rápidamente cogió la bolsa de mano con la documentación y el dinero y salió corriendo por las escaleras hasta el sótano. Allí accedió al aparcamiento que lo atravesó hasta la puerta del bloque de pisos contiguo. Las luces del portal adyacente se encendieron al detectar su presencia. Se acercó a la puerta cerciorándose de que la calle estaba despejada. Respiró profundamente varias veces intentando contener los nervios y salió a la calle caminando con paso firme. A medida que se alejaba iba descubriendo numerosos coches oscuros pararse frente al edificio. El operativo policial se había puesto en marcha, lo que significaba que estaba en busca y captura.


***

Nada más salir de la ducha, Rubén vio que la luz del Smartphone parpadeaba. Tenía nuevos mensajes. Terminó de secarse y con las toallas aún puestas se dirigió a la mesita de noche. Al otro lado podía escucharse el tocadiscos con el tema “Wenn wir in höcshten Nöten sein, BWV 641” de los Preludios corales de Bach. La música producía el efecto de evadirle del mundo, envolviéndolo en otra realidad más tranquila e intelectual. Se sentó en la cama y desbloqueó el Smartphone. El mensaje provenía de la aplicación que BJ diseñó. Le sorprendió que a esas horas BJ e Isabel estuvieran conectados. Entró en el Chat y accedió a la breve conversación.

>> ULISES [Activo]
>> RC.5 [Activo]
>> IS.3 [Activo]
  
>> ULISES
Es imposible recuperar toda la información de los ordenadores. Espero que se hiciera una copia de seguridad en el Servidor.

>> IS.3
Estaba toda la investigación en el ordenador de sobremesa
¿Dices que se ha perdido toda?

>>ULISES
Sí. Se han formateado los discos duros de todos los ordenadores, incluidos los portátiles.
Por el momento mejor no conectar el Servidor. Tendré que ir allí y revisarlo manualmente.

>> RC.5
¿Qué está ocurriendo?

>> IS.3
Nos han jodido los ordenadores…eso ha pasado

>> ULISES
El mismo que pirateo el sistema de seguridad de la tienda ha vuelto a entrar
Aunque ha borrado todos los datos de los equipos, el servidor está intacto

>> RC.5
Supongo que detrás de este sabotaje estará Ignacio Gorján

>> IS.3
Seguro, el muy cabrón…
No quiere que sigamos con la investigación

>> ULISES
No le encuentro sentido
¿Por qué querría fastidiaros la investigación?
Él tiene mucho interés

>> RC.5
ULISES tiene razón. No es lógico

>> IS.3
Pues ya me diréis quién ha sido
Un momento!!!


Se produjo una pausa de medio minuto. El Chat permanecía activo a la espera de que Isabel aclarara qué estaba ocurriendo. Temían que se hubiera producido otro incidente.



>> IS.3
Veo un punto rojo en la librería. Creo que viene de la ventana de la cocina

>> ULISES
Un punto rojo? :(

>> IS.3
Sí. Hasta ahora no me había dado cuenta. Viene del edificio de enfrente.

>> RC.5
¿Se mueve el punto?

>> IS.3
No. Está quieto

>> ULISES
Joder… os han estado escuchando de nuevo a través de un micrófono láser. Tenía que haberlo imaginado

>> IS.3
A qué te refieres?

>> ULISES
Es un sistema que envía un láser a un objeto, normalmente una ventana, rebota transformándose en señales electrónicas que se filtran y amplifican.

>> RC.5
Eso significa que conocen nuestra investigación

>> ULISES
Hasta donde habéis avanzado?

>> IS.3
Hasta el punto de entrada donde creemos que se accede al oro de la República.

>> ULISES
Entonces es comprensible que, sabiendo ellos por dónde empezar a buscar, os dejen fuera de la investigación borrando los archivos

>> IS.3
Eso significa que corremos peligro. Ya no somos de utilidad. Tienen lo que quieren

>> ULISES
Creo que tenéis que iros de ahí
...
Esperad un segundo

Una nueva pausa provocó tensión en el grupo. 

>> ULISES
He detectado un spyware en vuestros dispositivos móviles. Os controlan constantemente. Tenéis que deshaceros de ellos. Os lo han rooteado y tienen acceso a todo el sistema.
...
Veo que a través de un gusano también han accedido al dispositivo de vuestro amigo Ignacio Gorján. Todos los dispositivos están controlados desde varias fuentes.

>> IS.3
Qué significa eso?

>> ULISES
Que varias personas van detrás vuestra. Ahora mismo saben donde estáis

>> RC.5
De qué forma podemos despistarlos?

>> ULISES
Tengo una idea. Id al Edificio España y cruzar Madrid a través de los subterráneos hasta la vieja estación de Chamberí. Os pasaré la información necesaria para entrar en los túneles y atravesar la red
Por lo pronto estamos a salvo utilizando esta aplicación móvil. 
Cuando lleguéis al Edificio España deshaceros de los móviles y entrar en el subterráneo
Yo os espero en la vieja estación con lo necesario para que podáis escapar

>> IS.3
No sería más fácil tirar los móviles ahora, coger el metro y llegar hasta Chamberí?

>> ULISES
IS.3, conoces a los que os persiguen? Sabes que pueden tener acceso a las cámaras de seguridad y seguiros?
Hasta ahora estamos ante uno o varios hacker con muchos recursos. Yo no me arriesgaría. Os pueden pillar en cualquier lugar

>> RC.5
De acuerdo. IS.3 prepara lo imprescindible
ULISES, nos vemos en la antigua estación de metro de Chamberí

>> ULISES
Te mando un plano más detallado de los túneles de Madrid

>> RC.5
IS.3 te recojo dentro de media hora

>> ULISES
Nos mantenemos en contacto por el Chat. Tened cuidado

>> IS.3
Esto es una locura!!!